Dom 09.01.2005
libros

Los 30 latinos

Por Osvaldo Aguirre

A falta de un fantasma, toda clase de espectros, de voces, de poses y de actitudes, dice Edgardo Dobry, recorren América latina. Son, propone, los autores de la “última poesía”, los que aparecen reunidos en la antología Zur Dos, los integrantes de “la banda de la poesía latinoamericana”, según los llama el chileno Sergio Parra. La selección, realizada por los también chilenos Yanko González y Pedro Araya, reivindica la confrontación y la polémica: tiene en cuenta, se advierte, a escritores que no se confunden con “los mendicantes del poder” y la poesía tal como se la entiende en sentido convencional.
Zur Dos reúne a treinta poetas nacidos entre 1961 y 1975: seis argentinos, seis chilenos, tres peruanos, dos costarricenses, dos cubanos, dos dominicanos, dos mexicanos, dos uruguayos, dos venezolanos, un boliviano, un ecuatoriano y una nicaragüense. Hay autores con varios títulos publicados, premios prestigiosos y difusión en Europa y Estados Unidos, y también poco conocidos y sin libro propio, como el chileno Nicolás Díaz Badilla, uno de los poetas más interesantes de la recopilación. González y Araya escriben un prólogo-manifiesto y Dobry, poeta y crítico rosarino residente en Barcelona, el epílogo. Los antólogos no definen los límites temporales de la “última poesía”: se incluyen textos publicados desde 1984 en adelante y asimismo inéditos. Consignan, asimismo, breves fichas biobibliográficas de los autores.
En una antología las elecciones significan tanto como las exclusiones. Hay una doxa, dicen González y Araya, que estos zurdos (palabra que aquí nada tiene que ver con la izquierda política) cuestionan: aquella para la cual “el significante es siempre secundario y el poema siempre la manifestación parousíaca de una esencia trascendente, aquello que la lengua ‘traduce’”. La afirmación habría tenido más contundencia si se hubiera identificado a los textos o escritores que representan esa supuesta opinión establecida (Dobry dice que no existe o es inorgánica). En abstracto, suena a vulgata académica. El título del libro es un juego de palabras que alude a la geografía y “tacha desde el origen cualquier expectativa de univocidad”. Al margen de lo que queda legítimamente afuera por el programa que se invoca, sorprende al menos la ausencia de escritores colombianos y la exigua entrada del movimiento poético cubano. La performer uruguaya Lalo Barrubia (seudónimo de Rosario González) marca uno de los puntos fuertes de la recopilación pero su compatriota Gabriel Peveroni, con poemas quizá interesantes para un libro personal, no la acompaña en el mismo nivel y plantea dudas respecto a la representación oriental. El gesto vanguardista del único boliviano, Juan Carlos Ramiro Quiroga, cuyos poemas se leen de arriba hacia abajo y de derecha a izquierda, parece anacrónico. En contraste, salta a la vista el predominio de poetas chilenos y argentinos. En el epílogo –una reflexión sólida sobre el objeto en cuestión– Dobry afirma que el libro no expone una tendencia hegemónica. Pero la coincidencia de los problemas que se asumen y las respuestas que se proponen, ciertos rechazos y adhesiones compartidas, permiten observar en esa mayoría el núcleo de Zur Dos.

El objetivismo prosaico
A diferencia de lo que ocurre en otras antologías, donde el que elige los textos está afuera del campo de exploración, los recopiladores son aquí parte interesada en el asunto, son contemporáneos de aquellos a los que examinan. Es cierto que difícilmente pueda haber inocencia o neutralidad científica: un poeta de una generación, al seleccionar a los de la siguiente, más bien propone su descendencia. Yanko González es autor de Metales pesados, texto de ruptura en la poesía chilena reciente; esta labor se complementa con intervenciones críticas fuertes (Sergio Parra, ha dicho, es “viejo crack de esta generación”) y, junto con Araya,traducciones de Charles Bukowski (una lectura importante en varios de los poetas reunidos) y otras selecciones de poesía chilena. Edgardo Dobry está en la misma situación. Además de su producción poética, publicó en 1999 Poesía argentina actual: del neobarroco al objetivismo, ensayo que constituye el telón de fondo del epílogo que escribe ahora.
En aquel ensayo, Dobry examinó los orígenes y las características del objetivismo, movimiento que desplazó al neobarroco de la escena poética nacional y se apoderó, incluso, de una de sus banderas, la obra de Néstor Perlongher. Cuatro de los autores que reunió bajo ese término están en Zur Dos: Fabián Casas, Washington Cucurto, Juan Desiderio (con poemas de La Zanjita, un libro al que se ha leído como condensación del conjunto) y Martín Gambarotta. Los otros dos argentinos incluidos en la antología son Laura Wittner, también adscripta virtualmente a esa corriente, y Romina Freschi, quien en cambio plantea una poética que intenta volver sobre formas de vanguardia. Dobry observó que el neobarroco “fue un movimiento que abarcó a toda Hispanoamérica y que incluyó a muchos poetas radicados fuera de su ámbito nacional” mientras “el objetivismo de los (años) noventa, en cambio, tiene un acento marcadamente nacional, cuando no nacionalista”. Este tipo de literatura aparecía definido como “una poesía prosaica, en el límite inferior del versolibrismo, escrita en una lengua que incorpora lo coloquial y los clichés hasta sus grados más bajos”.
Esas premisas pueden encontrarse con mayor o menor aproximación en muchos de los poetas de Zur Dos. “Intento ser lo más objetivo posible, incluso objetivista”, dijo en un reportaje el chileno Germán Carrasco, en una muestra de afinidad. Es significativo que la antología incluya sólo un poeta de filiación neobarroca, el dominicano León Félix Batista, y por añadidura un autor “contaminado”, ya que reivindica la apropiación de recursos de la narrativa. Pero Zur Dos permite visualizar no la internacionalización del objetivismo –que por cuestión tácita de principio no formuló una teoría– sino una cercanía, una serie de puntos de contacto entre lo que escriben poetas más o menos jóvenes de América latina. La Manoseada, el primer libro de Sergio Parra, se publicó en 1987; ese texto “abrió suficientemente el intersticio para que otros autores santiaguinos y de provincia dejaran caer su verbo”, según una reseña de Yanko González, y mostró características hoy generalizadas: la parodia de las referencias cultas, la canción y la frase callejera como sustrato y la atención hacia personajes marginales, mediada por Bukowski y Raymond Carver, y de la que Zur Dos ofrece una magnífica muestra en el poema “Las buenas cosas estaban a flote”.

Encuentros y desencuentros
¿Qué vincula a los autores de la antología? “Me arriesgo a decir –dice el costarricense Luis Chaves– que la relación tiene que ver con la aproximación a la escritura. Si bien el espectro de los registros es amplio, se escucha una suerte de murmullo común, un conjunto de voces que habla de la poesía como quien habla del clima, de una banda pequeña, de un partido del equipo del barrio”. No hay, por otra parte, una posición teórica aglutinante: “Más bien creo que las relaciones se dan por la contingencia. Es cierto que los vínculos serán más estrechos si se comparte un concepto estético o una opinión sobre el hecho poético, pero también sucede que se termina entablando relaciones con escritores con los que se coincide en un tiempo y espacio particular. No me adhiero a eso de sobredimensionar las opiniones sobre la poesía”.
A la misma pregunta, Sergio Parra responde: “Desde mediados de los años 80, la vinculación con los poetas antologados en Zur Dos ha estado marcada por las feroces dictaduras, y luego, a fines de los noventa, por el neoliberalismo depredador. Todo esto entre el rock, el comic, eldesempleo, el cine, el sida, el callejeo, ha marcado una poesía de desenfado, desencanto y de un intimismo honesto y descarnado”. Sin embargo, “toda ruptura está bajo sospecha, creo más en una continuidad de la poesía latinoamericana. No veo huerfanías en los poetas de Zur Dos, gran parte de ellos están conscientes de sus tradiciones. Aquí ningún poeta arranca con los tarros, todos pertenecen a la banda de la poesía latinoamericana”.
La antología permite articular nuevos recorridos: Casas, Chaves y el venezolano Arturo Gutiérrez Plaza coinciden en la reelaboración de episodios mínimos donde las revelaciones pueden apuntar o brillar por su ausencia, como muestra el último en “Almorzando en un Burger King”. En la misma línea se destaca “Cruzando el puente de Brooklyn”, notable poema donde Rocío Silva Santisteban relata el reencuentro de dos hermanos. En la vereda de enfrente, Lalo Barrubia, el mexicano José Eugenio Sánchez y la chilena Malú Urriola representan, en términos de Dobry, “una línea antipoética y postvanguardista, en una posición de acérrima lucha contra el mito del artista esotérico poseído por la musa”. El peruano Lorenzo Helguero y el ecuatoriano Edwin Madrid –dos de los mejores poetas de la antología– se aproximan por el recurso al humor y la tematización de la propia escritura, aunque con distinto signo: a través de un par de sonetos, Helguero sitúa cierta misión poética, mientras en Madrid el poeta es un personaje rabelesiano, que sufre estoicamente la compañía de mujeres feas y gordas. Malú Urriola acentúa esa perspectiva: las cuestiones literarias, dice, son huevadas y “los poetas se odian/ toman juntos pero se odian/ a quien le importa/ que se maten”. Una mirada completamente diferente de las de la cubana Damaris Calderón o de Germán Carrasco, quien en “Hay gente que roba en la iglesia” cita “En una estación del Metro”, poema clave de Ezra Pound, como guiño para el lector especializado.
La nicaragüense Tania Montenegro puede ser otra de las revelaciones que propone esta antología para el lector argentino. Su poema “El ñatazo” construye una historia sobre la ambigüedad sexual, que oscila entre el juego y lo siniestro (logra un efecto parecido en otro texto, “Ojos grandes curiosean”, donde relata una alucinación infantil de la muerte). Aquí se arma otra línea, que conduce a otros dos excelentes poemas: “El cemento”, de Malú Urriola, crónica de reviente (“Me perdí en Buenos Aires, ebria, me hallaron en un/ Bunker/ bailando en medio de travestis,/ un hombre pensó que yo era un muchacho”) que cierra con un encuentro (“Deslizó su mano hasta tocar la mía/ nos parecíamos a una breve imagen del abandono”) y, en otro tono, “La chica de la vuelta”, de Laura Wittner.
El chileno Jaime Luis Huenún escribe una poesía en busca de un pasado familiar, donde la referencia a la poesía universal (de Tu Fu a César Vallejo) se asocia con el propósito de recuperar la tradición mapuchehuiliche que conoció no por experiencia directa sino por transmisión oral. La búsqueda del lenguaje ancestral –un lenguaje en extinción– se filtra en la materia de sus poemas, como se lee en “Ceremonia del amor”, especie de reconstrucción de una fábula originaria. En “Cerrado por duelo” la repetición de un principio de verso en cada estrofa imita la forma de la plegaria (o más bien de un canto fúnebre), donde los “signos huecos y blancos de un lenguaje roído” y la “sucia escritura dispersándose al viento” evocan esas palabras perdidas que ahora son un desafío para la imaginación. La belleza, ese viejo valor de la poesía, se desprende claramente de “Cisnes de Rauquemó”, un viaje en busca de hierbas medicinales.
Sin poseer casi ninguna de sus características más comunes, Huenún es quizás quien mejor representa la “última poesía” por su reinvención de la lengua común. Los escritores son en definitiva siniestros en el sentido freudiano, nombran aquello desconocido que afecta a las cosas familiares y conocidas desde tiempo atrás. Lo umheilich es aquí el lenguaje: unrepertorio que viene de la calle, de los marginales, de la memoria, que trae las voces y las formas de uso de sus hablantes y toma las estructuras de la canción, del relato, del guión. Y también de la poesía.
En Boceto Nº 2 para un... de la poesía argentina actual (1998), una evaluación que vino a recortar el campo, Martín Prieto y Daniel García Helder dijeron que sólo por razones prácticas era posible “detener el panorama en la frontera, justamente hacia la cual y desde la cual tiende a irradiarse en condiciones naturales, todo lo bueno, lo fructífero y real que porta la lengua”. Zur Dos abre la frontera y confirma esa presunción: más allá hay caminos nuevos para la poesía argentina.

Lejos de lo sublime

Muchos de los poetas de Zur Dos son también editores o han intervenido en acontecimientos fundacionales de la “última poesía”. Carlos Augusto Alfonso fue uno de los seleccionadores de Retrato de grupo (1989), antología que inauguró la discusión sobre la joven poesía cubana; Germán Carrasco preparó una antología de poesía chilena, publicada por la revista Vox, de Bahía Blanca; Luis Chaves, Romina Freschi, Martín Gambarotta, Jaime Luis Huenún, Sergio Parra, el dominicano José Alejandro Peña y el venezolano Daniel Pradilla editan revistas y/o portales de Internet.
Luis Chaves es coeditor de Los amigos de lo ajeno, revista que ha publicado a la mayoría de los poetas incluidos en la antología. “Para el momento en que salió el primer número, en la segunda mitad del ‘98 –recuerda–, en Costa Rica se conocía muy poca, por no decir ninguna, poesía latinoamericana que no fuera la de aquellos publicados por las dos o tres editoriales de distribución masiva de poesía, si es que eso existe. Por ejemplo, el poeta más joven de Argentina era Gelman, el de Perú Cisneros, el de Nicaragua Martínez Rivas, el de Chile Nicanor Parra. Queríamos acercarnos y acercar la poesía de gente que no participaba de los circuitos de las editoriales grandes. Queríamos mostrar la poesía que nos gustaba, que en general estaba muy alejada del concepto tradicional de la poesía como arte sublime”.

Lorenzo Helguero
Shame Dean

Nunca
amor
me
has
abrazado
tan
fuerte
como
ahora
que
nos
estamos
cayendo
de
la
moto

Sergio Parra

Soy la del barrio
La más manoseada del centro de Santiago
La menos besada del país

Tengo la sonrisa más dulce
Entre todas mis amigas de la calle
y las piernas más arqueadas que la Marta Mateluna

Aún mantengo mi acento sureña

Canto de memoria los temas de Julio Iglesias
Leo a Cortázar

Hago el amor con un muchacho
de la cuadra que escribe poesía

Soy la más femenina de Chile
(LA QUE DUERME CON CAMISON BLANCO)

(EN LOS BASURALES DEL HOMBRE)

Luis Chaves
Estuve en colegios privados

Lupe cocina de lunes a viernes
el fin de semana la dueña de casa
prepara sus exóticas recetas
las de verdad.

Lupe plancha, dobla la ropa,
encera los pisos donde se reflejan
sus duras piernas nicaragüenses.

La familia se levanta de la mesa
para que la nica cene sola
la comida que ella misma adobó.

De noche Lupe no cierra la puerta
para que el señorito de casa entre,
de lunes a viernes,
a manosearle torpemente las nalgas.
El fin de semana,
con su novio de Bluefields,
es el turno de las sesiones profundas,
las de verdad.

Lalo Barrubia
La pobrecita (fragmento)

Pobre señora
ya todo terminó
Cómo lo ve señora
ya todo terminó
(...)
Que no sabe si debe dejar de fumar
porque entonces engorda y se pone a llorar
y le queda espantosa la mini violeta
aunque aumenta las tetas y eso no está mal
que no sabe si debe volverlo a llamar
porque el tipo ya sabe y entonces qué tal
En su acuario se mete queriendo aceptar
que murió la canción y que el tiempo murió
que el teléfono calla
y que el tipo está lejos tomando pastillas antidepresión
Como lo ve señora
ya todo terminó
que quizá el viejo amigo fue el que le contó
lo que ella había hecho detrás del telón
aunque ya estaba muerto en sus otras vidas de niña
perdida
y la sangre volvía a su corazón
Corazón corazón
Y que tanto pasado le queda pesado
tirada en la ruta haciendo autostop
su sonoro costado ovillado apagado
volviendo al soldado de hacer los mandados sacando
fiado y pidiendo perdón
Y la tarde se fue
y el invierno acabó
Se acabó el chocolate y el té se acabó
se acabó la botella y el lío acabó
Se acabó la semana y el fin de semana
y se le dio la gana de fingir que no
Como lo ve señora
ya todo terminó
Ya todo se acabó
ya todo terminó
Pobre señora
ya todo terminó.

Laura Wittner
Epigrama

Dijiste algo y entendí mal.
Los dos reímos:
yo de lo que entendí,
vos de que yo festejara
semejante cosa que habías dicho.
Como en la infancia,
fuimos felices por error.

Arturo Gutiérrez Plaza
Buenos vecinos

Sé que tras esta pared
mi vecina escucha lo que pienso.
Por eso pienso en voz baja
sin comprender del todo lo que digo.
Intuyo que la imagino desnuda,
sola sobre su cama,
pensando en lo que pienso tras la pared.
Tampoco yo alcanzo a escuchar
lo que ella piensa.
Lo hace bajito,
como yo, entre las sábanas.

 

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