Barthes esquina Boedo
Isidoro Blaisten murió poco después de la salida de su novela Voces en la noche, la primera que había escrito. Y en su homenaje, se acaban de publicar todos sus relatos breves y brevísimos reunidos bajo el título de Cuentos completos (Emecé). Radar se suma al homenaje analizando las dos facetas de su trabajo literario, como cuentista y novelista, que llevó a cabo bajo la idea de una literatura que utópicamente pudiera gustar ¡al mismo tiempo! a Roland Barthes y a los muchachos de San Juan y Boedo.
› Por Claudio Zeiger
La librería que Isidoro Blaisten mantuvo durante siete años –más como punto de encuentro de amigos que como negocio próspero– en una galería de San Juan y Boedo condensa varias claves que hoy nos sirven para entrar a la lectura de sus Cuentos completos, la edición- homenaje que Emecé lanzó poco después de la muerte del autor, y de la aparición de su novela Voces en la noche. Esa librería “asistió” a los años del despegue de Blaisten como figura pública, con la publicación de dos de sus volúmenes de cuentos más celebrados: Dublín al sur (en rigor, una antología) y Cerrado por melancolía, cuyo título está tomado del cuento que homenajeó a esa librería y, sesgadamente, a la causa de su cierre, la melancolía. Pero escribir al borde de la derrota sentimental no implica un fracaso literario, y un fracaso literario también puede ser una bella derrota. Y los cuentos de Blaisten –desde los relatos pioneros de los ‘70– están plagados de las bellas derrotas de unos seres grises y mediocres que, en el momento del cuento, encuentran su instancia de revelación, de pequeña redención, de precario triunfo contra el fracaso.
El cuentista como mujeriego
Quizá no haya otra esquina de Buenos Aires tan cargada de porteñidad, tango y poesía como San Juan y Boedo. Barrio viejo y añejo, de una barrialidad elegante y orgullosa de sí, de aires muy semejantes a los que destilan los cuentos de Blaisten: del tono de una ligera solemnidad relamida que pronto desbarranca en autoparodia; estilo ligeramente anacrónico como el de quien ha sido bien educado y se esfuerza todo el tiempo en demostrarlo hablando bien. Esa impostación asumida es una de las marcas del humor de Blaisten. Los personajes que tienen pretensiones de ascenso social (pueden ser materiales o espirituales) pero en el fondo no les da el cuero son uno de sus blancos favoritos: la crítica a lo más medio de las clases medias (que se vuelven frenéticas, la crítica y la clase media, en cuentos como “La última decoración” o “La sed”). San Juan y Boedo, punto de cruce entre la cultura y el barrio como conflicto y ambición. ¿Y qué más cultural y ambicioso que poner una librería ahí para tener que reconocer finalmente, como en “Cerrado por melancolía”, que en cinco años no había vendido ninguno de los noventa bellos ejemplares de un Quijote traído de Barcelona?
En otra versión, más cercana a la realidad que a la ficción (el epílogo del volumen Carroza y reina), Blaisten confesaba que “durante esos siete años tuve un único cliente y una única clienta”; contaba de aquella chica que leía todos los libros de la colección “La Novela Gótica” de Javier Vergara, lo que un día la llevó a exclamar con entusiasmo: “¡Qué bien escribe Javier Vergara!”; contaba que gracias a la librería llegó a conocer los intersticios de la vida sexual de San Juan y Boedo durante los días del Mundial ‘78. “Por ese entonces, pasadas las siete de la tarde, comencé a notar algo muy extraño: mujeres solas, vestidas como para salir, pintadas, que deambulaban por la galería desierta y se detenían frente a las vidrieras apagadas y continuaban su ronda por los negocios sin nadie. Era muy curioso porque en esos días, precisamente, la galería estaba más desierta que nunca, los locales se cerraban a las cinco y los dueños y los locatarios corrían a su casa a sentarse frente a los televisores a mirar los partidos. Sólo yo quedaba en la galería. Mi negocio irradiaba luz (porque en eso yo era muy estricto) y, poco a poco, tarde o temprano, las mujeres dejadas solas entraban en mi librería. Es notable lo que puede llegar a contar una mujer dejada sola durante un mundial de fútbol, junto a la mesa de una librería perdida.”
Y también son de San Juan y Boedo las sombras eternas del tango y esa pátina de melancolía que signa gran parte de los cuentos de Blaisten, sobre todo en esas figuras de vendedores callejeros que arrastran sus valijas con muestras de herramientas por la ciudad, agobiados, pensando en planes disparatados de empresas arltianas siempre en busca de La salvación (como el título de uno de sus primeros libros), irremediables pobres tipos. Y desde luego son de ahí “los muchachos de Boedo”, prototípicosguardianes del sentir popular, jueces mudos que acodados a la mesa del cafetín, envueltos en humo, le suben o le bajan el dedo aprobatorio a un cuento. “¿Qué es un cuento perfecto?”, se preguntó Blaisten alguna vez. “Un cuento que permanece. Sobrepasa el entendimiento y la lucidez; toca el corazón de la gente. Es decir, le puede gustar tanto a Barthes como a los muchachos de San Juan y Boedo.”
“Nadie, casi nadie se muda de Boedo”, reflexionaba Blaisten en el epílogo de Carroza y reina. Lo que viene a decir: nadie, casi nadie, se va del barrio. Y si se muda (aunque sea a unas pocas cuadras o a otra ciudad, Dublín, por caso), lo llevará dentro como recordatorio, advertencia, señal de lo efímero de cualquier ilusión.
En esa esquina, en ese barrio, entre esos viejos volúmenes de la librería donde convivieron el Quijote, Rilke, Kafka y otros tantos autores que anudaron el universo al barrio, se quedaron grabadas las claves de este autor que siempre fue un tanto escurridizo para quienes identifican la narrativa de los ‘60 como un bloque único de búsquedas realistas y comprometidas. Blaisten, en parte, perteneció a esa generación y colaboró en sus revistas, pero su perfil pronto se definió diferente, peculiar. A pesar de su proximidad con ciertas zonas de Cortázar, fue raro e inclasificable, como un Cortázar demasiado borgeano o un Cortázar sólo cuentista. O un Cortázar sin su barba, reemplazada por un profuso bigote de señor de San Juan y Boedo.
Pero con Cortázar, con Borges, con Quiroga, con Onetti, Castillo, Heker y tantos otros, Blaisten sí compartió la pasión rioplatense por el cuento y la cultivó, en el sentido en que se cultivan rosas, con primoroso cuidado. Jorge B. Rivera lo definió con precisión al hablar de “una maestría exhaustiva”. Blaisten evidentemente fue un especialista en cuentos, como un orfebre o un relojero del cuento (su expresión máxima quizá se encuentre en los de Cerrado por melancolía). En sus palabras, esta especialización era casi, casi, como una esencia.
“El cuentista es como el mujeriego: el mujeriego ve una mujer y sólo piensa en llevársela a la cama. El cuentista percibe una situación y sólo piensa en convertirla en un cuento.” O más ampliamente, acerca de la necesidad de apostar al trabajo en el taller más que a la inspiración, dijo: “Hay que admitir que las medidas, las formas, las equivalencias, no están para joderte la vida, están para ayudarte. Hay gente que me dice Ah, no, yo escribo lo que siento. Está bien, uno puede pensar que tiene un hermoso sufrimiento, pero eso no le importa a nadie. La literatura es cruel. Uno puede escribir la letra de ‘Anclao en París’ estando en Madrid, fumando cigarrillos egipcios y con pijama de seda. De todos modos, el que escucha el tango, llora. Esas son las contradicciones del arte de escribir”.
Locuras de Isidoro
Los Cuentos completos están ordenados en forma cronológica con algunas alteraciones que Graciela Melgarejo explica en el prólogo. “Como los cuentos tienen la feliz cualidad de poder agruparse, integrando un libro completo o participando de antologías, los cuentos de Isidoro han seguido más de una vez ese destino. Y no será distinto ahora; cuando Dublín al sur (1980) se publicó por primera vez, se presentó como una antología compuesta por doce cuentos seleccionados de los tres libros anteriores: La felicidad, La salvación (1971) y El mago (1974), y tres relatos más que sólo se habían publicado en revistas. Sin embargo, esa antología se consolidó de tal manera como un libro único, original y distinto, en el tiempo, en la memoria de los lectores y probablemente en la historia de la literatura argentina contemporánea, que hoy sería ocioso restituir esos cuentos a sus libros originales.” Se puede agregar que -hecha la salvedad de cómo aparecen– en este volumen se reúnen los cuentos publicados desde La felicidad (1969) hasta Al acecho (1995).
Hay picos altos en este súper libro de cuentos y seguramente su mención no será sorpresa para el lector avisado: “Victorcito el hombre oblicuo” espor cierto una pieza de humor antológica, y la “maestría exhaustiva” de la que habló Rivera destella con todo su esplendor en “Cerrado por melancolía”, “Adriana subiendo la escalera” y “¿El sol, señor Beltrán?”. Después se puede mencionar un volumen sumamente parejo en su calidad (entendiendo que esa homogeneidad suele ser un abierto desafío para los cuentistas) como Carroza y reina, y piezas que quedarán como emblemáticamente blaistenianas: “Balada del boludo”, “Los tarmas”, “El tío Facundo” y “Violín de fango”.
Desde sus primeros cuentos –”Ahora que va a venir” o “Alimentación y salud”–, Blaisten trabajó con lo que en “La carta y el cuento” llamó “la filosofía de Perogrullo”. Lo cierto es que esas verdades muchas veces obvias y transparentes se van tornando –a medida que se desenvuelven las tramas– turbias, engañosas, hostiles, llevando a los personajes a las orillas del absurdo y el delirio. Desde luego, hay un desmontaje de la obviedad y la sencillez, un doble fondo donde se revela lo absurdo de la vida cotidiana y los anhelos de una felicidad media. Y sin embargo, no dejan de ser éstos el sustrato, el limo de casi todos los cuentos de Blaisten. Esta constante le da coherencia interna a la obra y ese ritmo tan apreciado en el humor: el lector ya lo ve venir. Ve el momento en que la situación derrapa, en el que asoma la punta del absurdo, la punzada del delirio abriéndose paso. Uno espera –cuento a cuento– ese crescendo del humor y desde luego este recurso es básico en los textos beves y misceláneos y adictivos de El mago (por citar uno brevísimo titulado “Romancero urbano”: “Ay, Federico Lacroze, llama a la guardia civil”).
La mirada retrospectiva sobre estos cuentos genera también un efecto curioso: el de un relato continuo cuyo rasgo es el deslizamiento, el paso de un cuento al otro sin transición, como si una materia común fuera transmigrando pero siendo, en esencia, la misma. Parece haber sido un efecto buscado por Blaisten, por cierto, y que estos Cuentos completos obviamente destacan si la lectura es corrida. Él mismo había declarado creer en esa efecto de contigüidad de los relatos, de un único relato escandido en piezas, y en la tarea constante de corregir (una de las actividades del escritor más relacionadas con el trabajo, la concentración, el pulido). “¿Quién decide entonces cuándo un libro está terminado? Creo que un secreto instinto. Creo que corregir es una tarea tan misteriosa como escribir. Es, además, irrenunciable.”
Y sí, aquí están todos y vale la pena asomarse a una narrativa con muchos lectores pero no muy visitada por la crítica. Irremediablemente cerrado por melancolía, su mundo está ahí, y si bien es melanco también es eficaz y feliz, renovado, poco anclado en las nostalgias del pasado a pesar de San Juan y Boedo. Quizá porque el autor siguió la advertencia de Margarita, uno de sus personajes de “Los tarmas”: “no mires para atrás, viejo, que te vas a convertir en estatua de sal”.
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