Dom 23.01.2005
libros

UNA LECTURA DE SU úNICA NOVELA.

Final del juego

Voces en la noche
Isidoro Blaisten
Seix Barral
300 páginas

POR PATRICIO LENNARD

Por esas ironías del destino, Isidoro Blaisten finalizó su carrera literaria debutando: su primera novela fue lo último que publicó antes de su muerte. Así como su único libro de poemas, Sucedió en la lluvia, marcó en 1965 su ingreso en la literatura, Voces en la noche fue la culminación de un arco que mayormente se forjó en los fuegos del relato. “Toda novela es una colección de cuentos. Ése puede ser el secreto para mantener el interés del lector”, aseguró en uno de sus últimos reportajes. Tal vez allí se vislumbra cómo Voces en la noche es, en más de un sentido, la novela de un cuentista, y cómo desde ella –en tanto suma de los intereses que persiguieron al autor a lo largo de su vida– es posible leer los cuentos del novelista que Blaisten terminó siendo.
El protagonista sin nombre de la novela es un vendedor de lencería femenina que recorre con su valijón la ciudad visitando clientes, y que ha asumido una misión impostergable: detectar y matar a un desconocido que maquina destruir la literatura. Con el afectado tono de sus invectivas, las voces que por la noche lo visitan en la pensión en que vive (y que lo dejan en un equívoco lugar cercano a la locura) le imponen la tarea de desbaratar el sabotaje que habría en contra de las letras. Los crímenes que se conciertan en las páginas de Al acecho, el último libro de cuentos que Blaisten publicó en 1995, anticipan el clima de Voces en la noche y el perfil de su protagonista: un “detective” inexperto que cree ver al desconocido en cuanto personaje se cruza, y que a su vez es un “asesino” improvisado y fallido, que tan sólo intoxica a sus erróneas víctimas cuando envenena sus cafés con cucarachicida.
Precisamente, son aquellos que frecuentan a Anselmi –el dueño de un negocio de cotillón y autor de textos “comprometidos”, con quien el protagonista charla habitualmente de cuestiones literarias– los primeros sospechosos de una serie de extravagantes personajes en torno de los que se teje la trama policial de la novela. El enigma, de este modo, no sólo está en saber quién de todos es el “desconocido” sino también en qué consiste el plan para acabar con la literatura.
A nadie sorprende que luego de tantas muertes decretadas (de Dios en adelante) un texto imagine semejante apocalipsis. Desde Hegel –que hace más de un siglo y medio anunciaba la conclusión de las épocas en que el arte fuera una necesidad del espíritu– hasta la posmoderna “literatura del agotamiento” (pasando por el crepúsculo de la lectura frente al auge de la cultura televisiva), la muerte del arte y la literatura, lejos de suponer su desaparición entre los hechos del hombre, ha tenido y tiene que ver con un cambio de función institucional y social, con transformaciones en las formas de ver y crear objetos estéticos. Pero, ¿cuál es la versión apocalíptica que Blaisten lucubra? ¿Qué problemas de la literatura se traslucen cuando el desconocido “habla” –según piensa el protagonista– a través de Anselmi y los otros personajes?
Más allá de que en la ficción de Voces en la noche se sugiere que la literatura no caerá por su propio peso –ya que hay un complot tendiente a malograrla–, el modo en que Blaisten pasa revista del estado actual de las letras y la cultura del libro en la Argentina se anuda con la forma en que refiere no sólo sus lugares comunes (la novela histórica, los libros de autoayuda, la ficción autorreferencial, las sagas de familias inmigrantes, las simbiosis de literatura y periodismo) sino también el vacío de cierto discurso proveniente de la crítica literaria (el personajede Anselmi hablando, por ejemplo, “de la ruptura de la sintaxis en la era de la fragmentación”).
Así, a la hipótesis que piensa la voracidad del mercado como instancia de aniquilamiento de la literatura, Blaisten le cruza la idea (objeto de la conspiración que se narra en el texto) de que la literatura es la que corrompería al mercado, y no a la inversa. De que ella –refugiada en zonas de lectores cada vez más exiguas, a las que sólo los especialistas tendrían acceso– puede inocularse a sí misma el veneno que permita que la industria cultural, al final, la socave. Porque, después de todo, lo que alienta esa conjura imaginaria no es que los libros desaparezcan sino eso que se llama “literatura”.
Voces en la noche, en este sentido, se torna un texto problemático si se observa que Blaisten –con las sutilezas y los guiños que halla en la ironía– tiene a la crítica cultural en su cajón de herramientas. Inscripta en esa tradición de textos en que los personajes animan discusiones literarias (y que va de Macedonio Fernández a Marechal, de Borges y Cortázar a Ricardo Piglia), la novela evidencia una disposición paródica en tanto quienes en ella charlan sobre Proust o Joyce no son intelectuales refinados sino el dueño de un negocio de cotillón, un herrero de apellido Herrero y un vendedor de lencería femenina. Como en el caso de la pareja de fiambreros que habla de Nietzsche frente a sus clientes en uno de los cuentos de Al acecho, la parodia de dicha tradición deja a los personajes de Voces en la noche en el terreno vulgarizado de la alta cultura. Pero en la medida en que la figura del intelectual también es ridiculizada –poniendo en entredicho el ejercicio del saber como plagio e impostura, y denunciando esa “pasión argentina” de intelectualizar hasta la mayor de las banalidades–, Blaisten suspende los prejuicios de clase y apunta sus dardos, principalmente, en contra del onanismo literario.
El tono porteño, el costumbrismo, la jerga coloquial, el uso del humor y el disparate (la voz de la señora Tokoyama que le recita haikus al protagonista y le transmite las enseñanzas de un maestro zen), y la brevedad de los 249 capítulos que forman el libro (delatora de la raigambre cuentística de Blaisten), hacen de Voces en la noche un probado testamento de su obra. Testamento que, más allá de la muerte del autor (o de la literatura), esparce en sus páginas y en sus raros personajes un risueño soplo de vida.

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