Dom 06.02.2005
libros

Excéntricos y visionarios

La publicación de White Chappell, trazos rojos (Sudamericana), primera novela de Iain Sinclair, es la punta de lanza para acceder a un movimiento de escritores abocados a descifrar los misterios de Londres, de su pasado y su presente. Ni consumados fantásticos ni del todo realistas, este grupo que incluye a Sinclair y J.G. Ballard, viene renovando por oleadas sucesivas a la moderna novela inglesa.

› Por Mariana Enriquez

Hace dos años, el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires presentó una sección de cine británico llamada “Excéntricos y visionarios” que incluía una película experimental desmesurada y fascinante: London Orbital. La dirigían Iain Sinclair y Cristopher Petit, y era un ensayo cinematográfico-místico sobre la autopista circular M25 que rodea a Londres, creación del gobierno de Margaret Thatcher. La película mezclaba el comentario político con entrevistas a J.G. Ballard, caminatas de los directores por los desolados suburbios, imágenes de grandes hospitales abandonados sobre un texto hipnótico que hablaba de círculos mágicos, Drácula, fuerzas malignas. Esa fue la única aproximación del público local a la obra de Iain Sinclair, uno de los más peculiares e influyentes escritores ingleses, que hasta la fecha no estaba traducido. Quienes la vieron salieron mareados, no sólo por la pantalla dividida y los recursos técnicos que pretendían darle al espectador la sensación de viajar en círculo, sino por la implacable prosa de Sinclair y la exorbitante cantidad de información política, literaria y geográfica que le devolvía a Londres su estatus de metrópolis esotérica.

Sudamericana acaba de publicar la primera novela de Sinclair, White Chappell, trazos rojos (1987) y con el gesto abre una verdadera caja de Pandora. Es la primera traducción a idioma alguno de la ficción de Sinclair, y es un libro importantísimo para comprender una zona de la literatura británica que no es estrictamente fantástica, pero tampoco realista: White Chappell, trazos rojos es una obra original que explota mitos archiconocidos de Londres desde una mirada única. El crítico y escritor de culto Michael Moorcock explica: “La ficción inglesa de fines del siglo XX se inclina cada vez más por temas históricos y ocultistas con autores como Peter Ackroyd, A. S. Byatt o Fay Weldon. Aquellos que hemos estado investigando este territorio por un largo tiempo, sentimos que de pronto muchos volvieron al láudano al mismo tiempo que los turistas empezaron a interesarse en estas mismas cosas. La moderna novela inglesa tiene tantos fantasmas y apariciones que ya se puede decir que el realismo no es la forma convencional y dominante de la literatura británica. Sin embargo, Iain Sinclair se diferencia de todos. Hay una oscuridad y un riesgo aventurero en su trabajo que lo aleja de los ejercicios de pastiche, la industria de la herencia y la fetichización de lo extraño que por lo general caracteriza este tipo de ficción histórica”.

¿Qué tiene de diferente Sinclair? En primer lugar su estilo, una prosa casi adivinatoria que privilegia el preciosismo sobre la trama. En segundo lugar, su trabajo con otros textos en una operación consciente de continuidad y legado: Sinclair cita y recupera la obra de Stevenson, Conan Doyle, Arthur Machen, J.G. Ballard, William Blake, Thomas De Quincey, M.P. Shiel entre otros, y la disuelve en su trabajo. Y en tercer lugar, su método. El género que Sinclair eligió es la psicogeografía que, según explica, “lidia con lugares, no con gente, con topografía y no con narrativa”.

Los psicogeógrafos buscan el genius loci, el imperativo territorial que mantiene habitantes y actividades dentro del mismo y escaso perímetro: el espacio es más poderoso que el tiempo, las fuerzas topográficas trascienden los deseos humanos. “La psicogeografía es un término talismán que he canibalizado del situacionismo francés”, explica Sinclair. “Para mí es una manera de psicoanalizar la psicosis del lugar donde vivo. Lo exploto porque es una buena manera de escribir sobre Londres. Ahora se convirtió en una columna de Will Self donde él camina por South Downs con un tubo de cañería, cosa que no tiene nada que ver con la psicogeografía. Tengo esta horrible sensación de que he creado un monstruo.”

White Chappell, Scarlet Tracings es psicogeografía del East End, el barrio más infame de Londres, donde Jack el Destripador encontró a sus víctimas, donde vivieron Verlaine, Rimbaud, Van Gogh, hogar de célebres gangsters,centro del ghetto judío en la época victoriana. La acción de la novela intercala pasajes que transcurren en White Chappell contemporáneo con otros del siglo XIX. Los personajes contemporáneos son cuatro corredores de libros gonzos (Sinclair hizo ese trabajo en los años ‘70 y ‘80) y uno de ellos descubre en una librería de segunda mano de Midlands una copia de galeras del primer cuento de Sherlock Holmes, Estudio en escarlata. El hallazgo se mezcla con los crímenes de Jack el Destripador; los libreros están obsesionados con la identidad del asesino y la literatura de la época, especialmente la de Doyle y Stevenson. La narración del siglo XIX toma a sus personajes de un libro del periodista Stephen Knight llamado Jack The Ripper: La solución final (1977). La “solución” de la identidad del asesino habla de una conspiración para cubrir el casamiento secreto entre el príncipe Eddy, duque de Clarence, y una vendedora plebeya. Knight sostiene que la última víctima del Destripador, Mary Kelly, había sido testigo de este matrimonio y que los asesinatos se llevaron a cabo para silenciarla; las otras prostitutas asesinadas también habrían estado enteradas de las nupcias. Los crímenes se realizaron en conformidad con los ritos masónicos por sir William Gull, médico de la reina Victoria, un cochero llamado John Netley y un misterioso tercer hombre que, según especula Knight, pudo ser el pintor Walter Sickert. Así, Gull es la otra figura central de White Chappell... junto a James Hinton, el mejor amigo del médico de la reina, un excéntrico pensador religioso obsesionado con la prostitución en el East End.

Pero White Chappell, trazos rojos no se preocupa por los hechos reales, ni intenta demostrar que la teoría de Knight es concluyente. A Sinclair le interesa el potencial literario de temas como el ocultismo, la religión, la ingeniería social y la experiencia urbana. Y lo deja claro cuando incluye una sección que iguala la adopción de John Merrick, el Hombre Elefante, por sir Frederick Treves (hecho contemporáneo a los crímenes de Jack) con el reformismo social actual y el victoriano; entiende los crímenes de las prostitutas como una forma de limpieza. Según Sinclair, en todos estos hechos intervienen fuerzas vampíricas, actos de poder y control. El Times escribió acerca de White Chappell: “Su fascinación por rituales ocultos, poder y violencia está conectada con las formas de la sociedad civil construidas por el capitalismo tanto en el presente como en la fantasmagoría del siglo XIX: el darwinismo victoriano está conectado obviamente con Thatcher. Como telón de fondo está la destrucción del pasado de la ciudad con la remodelación, hecha con la lógica sin remordimientos de la inversión de capital”.

La novela, además, es inclasificable: no es un policial, no es fantástico, no pertenece al género histórico. Es una pieza alucinada, visionaria, en ocasiones admonitoria, que prefiere la confusión y el asombro antes que la tranquilidad. “Nadie sabe, ni sabrá, ni debe saber, quién fue Jack el Destripador”, dice Sinclair. “Jack es. Sostenido e incubado por guías turísticos y peregrinos que pasean por los lugares donde yacieron los cuerpos, el Destripador vive. Un ganador invisible, un vampiro. El pasado es imposible de conocer. Con nuestros esfuerzos por describirlo y listar los hechos históricos, entramos en la ficción.”

El caminante

Iain Sinclair nació en Gales en 1943, pero vive desde hace treinta años en Hastings, un barrio del este de Londres. Estudió en el Trinity College de Dublín y en la London School of Film Technique, pero le dedicó poco tiempo a la enseñanza. En sus comienzos trabajó en una envasadora de cigarrillos, una fábrica de cerveza, cortó el pasto en cementerios e iglesias del Este de Londres, fue portuario y finalmente corredor de libros. En 1971 documentó en film la visita de Allen Ginsberg a Londres, y pronto comenzó a publicar poesía. Pero lo que Sinclair más hacía era caminar por laciudad, costumbre que su oficio de vendedor de libros antiguos estimulaba. En White Chappell, Sinclair recupera a un célebre vendedor de libros londinense, conocido por el nombre de Driffield, que desapareció misteriosamente después de intentar publicar su primera novela. Los otros personajes, que siempre están drogados y casi linyeras, también están inspirados en sus compañeros de oficio. “Por un tiempo vender libros fue potencialmente peligroso. Algunos hacían una venta semanal sólo para pagar la cocaína de la semana entrante. Recuerdo una casa en particular en Cannon St donde había una pila de libros increíbles, primeras ediciones perdidas, y muchas drogas. La gente caía por ahí en el medio de la noche y uno no sabía si buscaban drogas o libros. Ambos asuntos se arreglaban en el más absoluto de los secretos.”

En esos años, Sinclair comenzó con su particular forma de trabajo, que nace de las caminatas. “Mi sistema siempre fue meditar sobre ciertas áreas o estructuras, después visitarlas y caminar hasta encontrar algún tipo de contacto del tipo medium con la historia. Si va a funcionar, es una cuestión de intuición. Empiezan a aparecer pistas y documentos. Desde la primera oración estás en una especie de contrato fáustico y una voz o una serie de voces cuentan la historia. Es una forma de posesión leve.” O, como lo explica en White Chappell: “Aceptando la noción de presencia, quiero decir que ciertas ficciones, principalmente Conan Doyle, Stevenson, pero muchos otros también, establecieron una matriz más poderosa que cualquier registro documental... Las presencias que ellos crearon, o figuras si lo preferís, como el Golem del rabino Loew, se excedieron, y demasiado rápido como para limitarse a las convenciones de esa ficción. Se escaparon hacia la corriente del tiempo, al éter. Se escaparon hacia el laberinto. Alcanzaron una vida independiente. Los escritores eran médiums. Lo ponían en palabras, le daban forma a una estructura de energía que ya estaba circulando. Se montaron sobre la curva del tiempo, de modo que al escribir rechazando la reacción inhibitoria de la mente racional, fueron capaces de elaborar un texto profético”.

Sinclair ha caminado todo Londres, inclusive sus autopistas. En ocasiones, lo hace desde las cinco de la madrugada hasta caer rendido. Lo primero que capturó su imaginación fueron las iglesias del arquitecto Nicholas Hawksmoor, erigidas después del Gran Incendio de 1666, que tomaban el misticismo egipcio, y el significado de su ubicación. “Pensé que St Anne’s, Limehouse, Christchurch Spitalfields y St George-in-the-East estaban fuera del nexo oficial. Hawksmoor se convirtió para mí en una burla de la alta cultura y de la organización racional de Londres. Me interesé en por qué cada iglesia estaba ubicada en cada lugar, y cómo se conectaba con Blake y otras mitologías.” Estas reflexiones llevaron al poema largo Lud Heat, publicado en 1975. Una década más tarde, el escritor Peter Ackroyd –biógrafo de Dickens y Blake– publicó la novela best seller Hawksmoor; en las últimas ediciones, agradece a Sinclair por haberlo guiado hacia “las extrañas características de las iglesias londinenses”. Luego, cuando Ackroyd publicó su monumental Londres, la biografía en 2000, tomó muchas ideas de la psicogeografía de Sinclair. No fue la única vez que un hallazgo de Sinclair inspiró una obra mucho más popular que el original: el guionista de comics Alan Moore tomó gran parte de las ideas de White Chappell para su novela gráfica Desde el infierno, que fue llevada al cine por los hermanos Hughes con un protagónico de Johnny Depp. Como tantos otros visionarios, Sinclair se queda con el prestigio. Y sus continuadores con la fama.

El exorcista

Sinclair también piensa su trabajo como una forma de exorcismo. Sus primeras obras, White Chappell... inclusive, fueron respuestas al gobierno de Margaret Thatcher, en un extraño cruce místico-político. “Como maniobrasimbólica para responder a las fuerzas políticas, me encanta lo que hace Iain”, dijo Patrick Wright, amigo y rival literario. Pero la invocación de un Londres mitológico no es una mera maniobra para Sinclair; él cree que hay fuerzas ocultas trabajando en la zona. “La parte esotérica malevolente de Iain no me interesa –dice Wright–, lo que me fascina es que estos sistemas de geometría y significado fueron conjurados justo cuando la ciudad llega al fin del proyecto iluminista, cuando el estado de bienestar fue destruido y el sueño de un socialismo municipal para Londres fue destrozado por Thatcher.” Sinclair cree literalmente que Thatcher era una bruja. “Sólo la puedo entender en términos de magia negra: una bruja malvada que focalizó toda su voluntad de mal en la sociedad. Está poseída por los demonios del mundo de la política. Ahora vive exiliada en un reino de whisky y burla, pero no obstante introdujo el ocultismo en la política británica, y el rol del escritor en aquel momento era contrarrestar esa cultura política maligna.”

La novela con que Sinclair intentó una respuesta literaria fue Downriver (1991). Con caminatas obsesivas, se puso como objetivo exorcizar a la bruja. Y, al mismo tiempo, encontró por primera vez un público: hasta entonces, su obra había aparecido en ediciones de autor. Los tiempos cambiaban y la victoria laborista en 1997 preocupó a Sinclair: podía perder no a su musa, pero sí su furia política. Pronto se dio cuenta de que la remodelación de la ciudad tenía continuidad, y Sinclair proclamó al gobierno de Blair “un fiasco”. Se calzó las botas otras vez y se embarcó en un proyecto literario demencial: caminar contra el sentido de las agujas del reloj la M25 hasta que se purgó de su enojo. Después circunnavegó a pie ese “collar siniestro” que Thatcher había puesto alrededor de Londres en 1986: el resultado fue London Orbital (2002), un proyecto multimedia –libro, película, evento– en el que colaboró con Ballard, a quien Sinclair llama “mago de la frontera”.

“Ballard viene diciendo desde los ‘60, mucho antes de que se inaugurara la M25, que el paisaje de las autopistas es donde se revela el futuro de Inglaterra –y ese futuro es aburrido–. El insistía en que a través de la repetición, el aburrimiento se volvía trascendente. La M25 funciona si uno se queda el tiempo suficiente. Si uno permite que se convierta en la puerta a una realidad alternativa.”

Otro libro de caminatas fue Landor’s Tower (2001) donde Sinclair conjura a Arthur Machen, autor que pasó años en Londres caminando y encontrando sus misterios con sueños y obsesiones de dioses paganos emergiendo de la frontera galesa, visitas de aliens y el Santo Grial. “En algunos aspectos Landor’s Tower es un espejo invertido de La colina de los sueños de Machen, donde el personaje de Machen va de Gales a Londres para escribir.” Y la caminata por el circuito interno de Londres Lights Out for the Territory tuvo consecuencias adecuadas para un mago: “Un hombre me mandó la radiografía de su tumor cerebral. La había superpuesto a un mapa de Londres y estaba tratando de curarse caminando las rutas de su cáncer por la ciudad. Admito que mi trabajo puede ser perturbador”. En su última novela, Dining with stones (2004), Sinclair sale de Londres por la autopista A13 hacia la costa, y conjura a Conrad y Ford Madox Ford.

Sus devotos –que incluye a una lista de amigos y colaboradores en la que cuenta a Chris Petit, el artista situacionista Bill Drummond, Michael Moorcock, Ballard, Peter Ackroyd, Kathy Acker y la artista Rachel Lichtenstein–, lo consideran un genio, un loco, un verdadero mago; sus detractores insisten en que Sinclair es un personaje fabuloso, pero que tiene un problema como novelista, porque no puede crear una estructura que sostenga sus oraciones fabulosas. Pero a Sinclair poco le importa, porque afirma que en este proyecto le va la vida: “Cuando Peter Ackroyd terminó su biografía de Londres, sufrió un infarto. La metáfora de la ciudad como cuerpo claramente se le fue de las manos. Ya le había pasado antes algeógrafo del siglo XVIII Richard Horwood, cuyo mapa de la ciudad contenía números de calles y casas y nombres. Exhausto, murió a los 45, cuatro años después de la publicación de su obra maestra. Londres, la entidad corpórea, no perdona a los que quieren buscar, explicar y explotar sus misterios. Mi camino es diferente al de ellos. Y espero que me lleve a otro lugar”.

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