MITOS
Casi mil páginas dan cuerpo a un esfuerzo con luces y sombras: Gardel. La biografía (Taurus) fundamenta sus hipótesis, pero deja dudas acerca de por qué Gardel merece una biografía.
› Por Diego Fischerman
La biografía de Carlos Gardel escrita por Julián y Osvaldo Barsky es exhaustiva. Es decir: recorre con meticuloso detalle, a lo largo de casi novecientas páginas netas de texto, toda aquella información capaz de ser rastreada siempre y cuando se tenga una computadora y un buen abono de banda ancha. Entre sus logros, fundamenta con convicción el origen francés del cantante. Si bien algunos de los argumentos son endebles –asegura que “en Tacuarembó nadie lo conocía”, cuando hay algunos ancianos que sí recuerdan a Gardel, o por lo menos eso dicen–, la hipótesis uruguaya es refutada, en general, con bastante sustento. Y entre sus defectos, no es menor el hecho de que el libro esté escrito con un estilo escolar, en el que abunda una anticuada primera persona del plural. Pero no es ésa la única carencia.
La biografía es un género esquivo. Allí se busca reconstruir la vida privada de personas que son importantes por lo público. Alguien cantaba maravillosamente bien, por ejemplo, y entonces se quiere saber cómo era el pueblo donde nació y si el día en que lo hizo era lluvioso o soleado; la paradoja es inherente al género: la biografía construirá una historia con todo aquello que no forma parte de lo que hace necesaria –o interesante– la biografía. Si bien, en ese sentido, el peor pecado es no reconocer que ese texto deberá funcionar como relato –al fin y al cabo una historia es una historia, sea falsa o verdadera–, el que le sigue en importancia es no dar cuenta, aunque sea de manera aproximada, elíptica o metafórica, de ese núcleo que está en el origen del proyecto. En este caso particular resulta pertinente extrañarse frente al hecho de que no se diga una sola palabra acerca de por qué Gardel era buen cantante. Sus inflexiones, el fraseo, las pequeñas pausas de las que era capaz antes de decir una palabra en especial, la manera de adelgazar la columna de aire en determinados momentos y, sobre todo, la fluidez y naturalidad de sus interpretaciones siguen siendo, al final del libro, tan misteriosas como al principio. Se da por sentado que todos saben que Gardel fue un gran cantante –lo que cual es cierto– pero, junto a tanto detalle inútil, no aparece ninguna preocupación evidente por el hecho de que Gardel era un músico extraordinario y que, precisamente porque lo era, es que a alguien puede ocurrírsele una biografía.
El libro que los Barsky escribieron sobre Gardel es, en efecto, exhaustivo. Queda por precisar si entre los significados que pueden atribuírsele a esta palabra se encuentra el dejar a un hipotético lector exhausto y sin motivo.
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