CON EL ELOCUENTE TíTULO DE EL RESCATE, JUAN JOSé HERNáNDEZ SELECCIONó Y PROLOGó LOS CUENTOS DE DANIEL MOYANO PARA INTERZONA. MIENTRAS TANTO, EN CóRDOBA SE REEDITó SU NOVELA
EL TRINO DEL DIABLO.
Suite del hombre con hambre
El rescate y otros cuentos
Daniel Moyano
Interzona
232 páginas
Por Rogelio Demarchi
En 1960, Assandri, una librería cordobesa que ya no existe y que llegó a cobijar un proyecto editorial muy vasto e interesante, lanzó el primer libro de cuentos de un joven de 30 años llamado Daniel Moyano. Cuatro años más tarde, su segundo libro de relatos ya llevaba un prólogo firmado por un escritor con fama internacional como Augusto Roa Bastos, quien inscribió a Moyano en lo que él entendía como el realismo profundo, cuyas características centrales serían concentrarse en la creación de atmósferas y en la objetivación de lo observado más que en la simple descripción de la anécdota.
En aquellos años 60, era un lugar común de la crítica dividir a nuestra literatura en dos categorías que hoy siguen funcionando en relación con una política de la literatura: lo urbano versus lo regional. Moyano entraba en el segundo grupo, por supuesto. Esta selección de 19 cuentos suyos –representativos de casi toda su producción porque remiten a cinco de sus seis libros de relatos– ha sido realizada por el también escritor “regionalista” Juan José Hernández, quien recuerda aquellas discusiones de una manera harto elocuente: el regionalismo no folclórico en el que ambos eran incluidos les terminó acarreando el mote de subversivos por narrar “una visión descarnada de la realidad de nuestras provincias y de sus problemas endémicos: el mal de Chagas, la desnutrición infantil, el alcoholismo, el desempleo y la violencia. En nuestros relatos, tan alejados de la literatura fantástica, entonces en boga, había gente morena de rasgos aindiados, chozas con paredes de quincho, hirvientes de vinchucas, caserones de tres patios con aljibes y espaciosas cocinas donde al calor de las hornallas rituales se mantenía viva la antigua cultura del maíz”. Dicho de otra manera, no era un regionalismo obsecuente o fanático nacionalista, sino la versión años 60/70 de ese regionalismo vanguardista sobre el que tanto escribió Angel Rama. Cortázar, recuerda Hernández, abonaba la división y aseguraba la imposibilidad de que algo digno de ser leído fuera producido en el interior del país. En esas coordenadas debe entenderse que en una entrevista con Mempo Giardinelli, a fines de los 80, Moyano asegurara que los escritores del interior a Cortázar no le debemos nada, y que él, en particular, lo único que le debía era la amistad.
Si, como se ha dicho cientos de veces, los escritores tienen un tema al que vuelven una y otra vez a lo largo de su obra, los cuentos recopilados en este volumen demostrarían que en el caso de Moyano ese tema es la pobreza y el hambre, con la carga de violencia que tal conjunción genera, tanto literal como metafóricamente, por aquello de que la nutrición humana depende por igual de pan y de amor; la falta de esos elementos provoca lo que la jerga burocrática denomina necesidades básicas insatisfechas, y cuando no activa una muerte temprana, produce estigmas que atormentan de por vida.
Como además de dedicarse a la literatura, durante años Moyano ejerció el oficio de músico (tocaba la viola en un cuarteto riojano), se podría decir que el conjunto se asemeja a una suite: una serie de temas unidos por un mismo tono. La historia puede situarse en el desolado interior de La Rioja o en los bordes mismos de la doctísima Córdoba (y en el caso de “María Violín”, en pleno Madrid). Eso no importa. Lo que importa es hacia dónde se mueven sus protagonistas, según el momento de la vida en que el hambre los encuentre, en función de sus condicionantes principales; porque la vejez es la hora de la resignación, la adultez lleva la marca de la impotencia, la juventud tiene el regusto de la inexperiencia y la infancia está atravesada por el trauma de la orfandad. Los niños pobres ocupan el centro de la trama en un gran número de casos, y es inevitable pensar que eran entonces una imagen predictiva de este futuro.
Esta poética narrativa en su momento tuvo que enfrentar esa crítica que la tildaba de regionalista y la hacía a un lado. Hoy, como dice Hernández en el prólogo, le tocará vérselas con una crítica posmoderna “cómplice de un proyecto político neocolonialista” que prefiere una literatura light “desprovista de contenidos éticos”. A Moyano, seguramente, volverán a salvarlo los lectores.