BIOGRAFíA Y FICCIóN JUNTAS, PARA RETRATAR A UNA MUJER OLVIDADA.
Salvadora
La dueña del diario Crítica
Josefina Delgado
Sudamericana
222 páginas.
La tarde de otoño en que se casaron Salvadora y Natalio Botana, una poetisa de voz metálica y destino salífero llamada Alfonsina se acercó a la novia para entregarle “un ramo de rosas blancas mezcladas con unas florcitas de color violeta que nadie supo decir cómo se llamaban”. Lo que parece encontrarse en ese híbrido floral es la ambigüedad que cargó durante toda su vida Salvadora Medina Onrubia, en el tan caótico como interesante escenario de las primeras décadas del siglo XX: por un lado, ser la compañera de un influyente periodista que, pese a inaugurar cierta independencia de expresión con el diario Crítica, también participó de acciones atroces como la conspiración para derrocar al gobierno de Yrigoyen que le serviría todo en bandeja a la dictadura del 30; por el otro, dar cuerpo a la anarquista indomable (partícipe del movimiento libertario argentino de los años 20) que no dudó en llevar a su hijo a las refriegas de la Semana Trágica “para que se fuera enterando de lo que era la lucha social”.
De las “rosas blancas” puede dar sobrada razón una biografía típica, y así sabremos –por ejemplo– que Salvadora nació en 1894 en La Plata, hija de la sacrificada maestra Teresa, que fue periodista, dramaturga, anarquista y feminista, que tuvo un hijo soltera y luego tres hijos más al casarse en 1915 con el director de Crítica. Pero cuando se trata de personajes tan silenciados como la esposa de Natalio, las biografías resultan un poco mezquinas. Porque no reconocen la deficiencia de las fuentes, porque disfrazan su naturaleza arbitraria en una objetividad impostada y porque carecen de una impronta crítica con respecto a la figura tratada y a la reputación que se ha ido creando en torno de ésta.
Salvadora no es ni parece una biografía convencional. Tal vez le vaya bien el mote de novela histórica, aunque quizás tampoco importe eso. Lo que sí vale es que, sin ignorar los hechos históricos, y mezclando documentos firmados por Salvadora (como la poderosa carta en la que llena de insultos al temido General Uriburu) con reflexiones que la autora parece traducirle a Onrubia desde las tinieblas, Josefina Delgado se propone explorar aquellas florcitas de color violeta que nadie supo decir cómo se llamaban, o lo que es peor, le dieron un nombre equivocado. Para la historia, que suele ser facilista y misógina, la mujer de Botana (abuela del gran Copi) aparece como el ogro de la familia, o al menos como la descentrada que le hizo la vida imposible a su marido y generó el suicidio de su hijo mayor –Carlos Natalio–, al revelarle que Botana no era su padre.
Pero no podemos decir que hay una apología de Salvadora. Josefina Delgado (fundadora además de la Biblioteca de la Mujer “Alfonsina Storni”) ni la consagra ni toma su particular pasado para explicar un supuesto destino grandioso. Tampoco pretende la autora ser objetiva ni totalizadora. Eso no interesa cuando se es consciente de que la belleza lírica, transgresora de cronologías y discursos entrecomillados, resulta infinitamente más útil a la hora de indagar otra de las verdades que esconde la historia de nuestro país detrás de una serie estéril de hechos verificables. Detrás de un ramo de rosas blancas.
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