A TREINTA AñOS DE SU MUERTE, LAS CARTAS DE PASOLINI ENCIERRAN TODAVíA LOS ANHELOS Y TENSIONES DE LA PASIóN, EL ARTE, LA POLíTICA Y LA RELIGIOSIDAD. UNA OPORTUNA SELECCIóN DE SU CORRESPONDENCIA ENTRE 1940 Y 1975.
Pasiones heréticas
Correspondencia 1940-1975.
Pier Paolo Pasolini.
El Cuenco de Plata
346 páginas.
› Por Sergio Di Nucci
“Extraño destino tener un destino”, adoraba decir Italo Calvino. Y de Pier Paolo Pasolini se puede decir todo, salvo que hoy cuenta con un destino más o menos reconocido. Es que no hay descanso para él: luego de su muerte, ocurrida el 2 de noviembre de 1975, se inició una autopsia, incluso sobre su obra, que todavía sigue. Hace dos semanas, nuevo revival del caso cuando el ex “ragazzo di vita” Pino La Rana Pelosi, acusado de asesinarlo, alentó la hipótesis de un ajuste de cuentas mafioso. Luego, el circuito que se ha repetido en estos treinta años que nos separan de la muerte de Pasolini: imágenes del cadáver por TV –de un cadáver desfigurado y cubierto de sangre por los golpes que recibió y el automóvil que le pasó por encima–, consternación, y la ira –y las demandas– de las asociaciones de defensa de los derechos del niño y la TV. El cineasta, actor y amigo de Pasolini, Torquato Tessarin, ofreció una vez más su opinión del asesinato: “Incluso si Pelosi lo hubiese golpeado traicioneramente, si, digamos, le hubiese dado de improvisto una patada en la ingle, nunca hubiera podido reducirlo así. Pasolini hubiese vencido. Y después, quizás, lo hubiera perdonado. El estaba hecho así. Era un señor”. Las incertezas se multiplican en el plano ideológico. Desde izquierda y derecha se ha hecho uso de la crítica pasoliniana a la modernidad para levantar las banderas de un tercermundismo retórico o de una tecnofobia acrítica e indiscriminada. Y todo porque Pasolini reivindicó el dialecto o la sociedad preindustrial. Hoy, advirtió Sandro Modeo desde las páginas del Corriere della Sera, existe una nueva apropiación del legado de Pasolini que está en tándem con nuestra contemporaneidad: “La distorsión de su marxismo-anarquismo, problemático y abierto, en una versión ante litteram de lo ‘políticamente incorrecto’”. Hay que decir que Pasolini había previsto estas consecuencias sobre su vida y obra: “Siempre en la ambigüedad, llevo a cabo una guerra en dos frentes, contra la pequeña burguesía y contra su espejo que es ese cierto conformismo de izquierda. Y así no contento a nadie, me peleo con todos, quedo sujeto a relaciones complicadísimas, hechas de explicaciones continuas”.
Pasiones heréticas: Correspondencia 1940-1975, el libro prologado por Daniel Link y traducido y seleccionado por Diego Bentivegna, contribuye a entender más la vida, a la vez única y ejemplar, de este extremista “con todos los defectos de los extremistas”, cuyo legado díscolo habla, primeramente, de la riqueza de quien lo anima. El volumen reúne una ajustada selección de la correspondencia pasoliniana entre el año fascista de 1940 y el de la muerte en la arena: es decir, desde sus comienzos como poeta dialectal que buscaba en la región norteña del Friule una lengua “más pura” que el italiano, hasta sus finales como director de cine internacional. El itinerario de Pasolini queda sujeto a más de trescientas páginas de cartas: doscientas cincuenta corresponden al período 1940-1960 y sólo unas cincuenta a los últimos quince años. Y está bien que así sea, que la mejor parte de la antología quede para los comienzos, más difíciles, más dolorosos. “Todo comienzo es imperfecto”, dice Hegel, y Pasolini se lo recuerda en una carta al jovencísimo e inédito Alberto Arbasino, donde le señala su falta de plasticidad. Es que, contra todo mito romántico, la plasticidad se conquista, y nunca está ganada desde la primera línea, sino al cabo de esfuerzos que duran años. La sucesión de las series que propone Bentivegna está ordenada bajo los siguientes criterios: la lengua (“lenguas, dialectos, grafías”), la escritura, la familia (“madre, padre, el hermano”), la rabia (“discusiones, refutaciones, broncas, polémicas”), la escucha (“música, letra, lectura”), la pedagogía, el cinematógrafo y la religiosidad (“Cristo, la Iglesia, la religiosidad campesina, lo sagrado”). Los corresponsales, al principio italianos (grandes poetas como Franco Fortini y enormes filólogos como Gianfranco Contini), llegan a ser cosmopolitas, de San Francisco a Moscú. Y ahí están los iconos de los ‘60: Allen Ginsberg, Evgenij Evtushenko, Jean-Luc Godard. Las series entrelazadas nos llevan a la última carta, casi un fuera-de-serie, al novelista Alberto Moravia, sobre Petróleo, la novela inconclusa e inédita hasta 1992, celebrada por Link en el prólogo. Se tradujeron las cartas a Sergio Citti, a Luchino Visconti, a Nico Naldini, a Italo Calvino, a Giulio Einaudi, a su queridísma Silvana Mauri, entre otras.
Al incesante experimentar con todos los lenguajes posibles, hasta el punto de que sea imposible decidir si Pasolini era poeta o narrador o cineasta o ensayista o polemista, Pasiones heréticas hace justicia. Y revela la unidad, si es que unidad hay que buscar: de la humillación sólo salva el trabajo. Como escribe Pasolini en su carta a Massimo Ferretti de diciembre de 1956: “No impulsado por un maloliente romanticismo, sino por el deseo de mejorar intelectualmente... [hasta] ser plenamente y completamente hombre en la medida de lo posible. Coraje, y a trabajar”. Y todavía más en la época que se satisface –de manera muy poco pasoliniana– en la castidad con el ser que uno adora y en el placer con los seres que uno no quiere.
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