Un Verissimo divertido, con Borges y misterio.
› Por Sergio Kiernan
Borges y los orangutanes eternos
Por Luis Fernando Verissimo
Sudamericana
125 páginas
Así como los argentinos proyectan en Brasil sus fantasías (son más nacionalistas, más alegres, más lindos) los brasileños proyectan las suyas en Argentina, y más en Buenos Aires. En este imaginario sudaca, la ciudad porteña es europea, refinada, llena de femmes fatales que encima bailan el tango. Uno de los picos de esa imagen es Borges, con sus laberintos, su erudición y sus trajes grises de viejo señor porteño. Con estos ingredientes, Verissimo prepara una feijoada á maneira portenha que resulta encantadora. Verissimo es un escritor profundamente brasileño, popularísimo y con columna fija en varios periódicos. Gaúcho del sur, se hizo famoso con unas crónicas de humor en las que inventó un psicoanalista provinciano y mancarrón, gozador de los presumidos paulistas, O analista de Bagé. En esta breve novela, traducida con soltura por Alfredo Grieco y Bavio, se las arregla para proyectar las fantasías brasileñas en el marco de otra de sus pasiones, la novela policial de enigma. La cosa es así: Vogelstein, un traductor gaúcho de Porto Alegre le escribe una larga carta a Borges, carta que el poeta ciego le recomendó escribir, contando un caso policial que acaban de vivir juntos en Buenos Aires. El traductor, de cincuenta años y solterón, es un judío alemán que perdió la madre en el Holocausto y fue criado por sus tías en el lejano sur. De esa madre le quedó una foto y la fama de que era ingenua y murió porque noviaba con un nazi que juró que la protegería, para luego abandonarla al arresto y el campo de concentración.
De chiquilín, Vogelstein traduce un cuento de Borges para una revista policial local y, sin pensarlo, le agrega párrafos y “mejora” el final. Para su asombro, recibe una cortante carta del autor que con despiadada ironía lo acusa de agregarle “una cola” a su mono. Las muchas disculpas de Vogelstein no reciben respuesta y el joven traductor se queda obsesionado con Borges y hasta aprende castellano para leerlo en el original. Este amor a la distancia se concreta cuando sorprendentemente se realiza en Buenos Aires el congreso de la Israfel Society, que reúne eruditos y fans de Edgar Allan Poe. Vogelstein saca un pasaje en cuotas y una fría mañana de invierno aterriza en Ezeiza. Parte del frisson es que conocerá a Borges, parte, que verá el duelo entre tres eruditos estridentes que se odian: Joachim Rotkopf, alemán exiliado en México después de la guerra; Xavier Urquiza, mendocino y paquetón; y Oliver Johnson, académico norteamericano frío como un pescado. El congreso ni llega a empezar, porque después del coctel inaugural en el que todos beben de más, Rotkopf es acuchillado adentro de su habitación, que tiene puerta y ventanas cerradas. Es Vogelstein el que encuentra el cuerpo y el que se encuentra ayudando a la policía y teniendo largas charlas con un Borges deleitado de encontrarse con un asesinato de la Rue Morgue de la vida real. Vogelstein discurre claves literarias en el departamento de Maipú, en las que aparecen los intrigantes orangutanes del título y en las que Verissimo exhibe qué tan bien leído tiene a Borges. Hay varios culpables y al final ninguno, y todo el mundo se va a casa, libre de sospecha.
Y luego viene el final de esta novelita en clave, la respuesta de Borges a la larga carta del brasileño, donde resuelve el misterio de un modo francamente original y sorprendente. No hay que contar finales y, en este caso mejor no leer la contratapa, que dice de más.
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