ENSAYOS
La relación entre las nuevas tecnologías y un modelo cultural que se impone a nivel mundial es el eje de Resto del mundo (editorial Norma), un trabajo de investigación de Aníbal Ford con un equipo de colaboradores.
POR ROGELIO DEMARCHI
Un viejo chiste de Woody Allen planteaba esta paradoja: “Okay, soy un paranoico, pero juro que me están vigilando”. Transformado en método científico, para que el síntoma se vuelva generador de conocimiento, ahora regresa como telón de fondo de esta investigación de Aníbal Ford junto a seis jóvenes colaboradoras. El eje central del trabajo sería cómo han impactado sobre la información, la comunicación y la cultura fenómenos que se desarrollan (para marcar el antes y el después con un hecho político fuerte) a partir de la caída del Muro de Berlín: la configuración de un nuevo modelo cultural de la mano de las nuevas tecnologías que provoca una nueva forma de exclusión sobre tres cuartas partes de la humanidad y que abre una nueva brecha tecnológica (y por tanto productiva) entre ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres; y el ingreso en la agenda pública de los problemas globales más críticos no a través de información básica socialmente necesaria para la correspondiente reflexión ciudadana sino por intermedio de las industrias culturales, cuyas relaciones con el poder político y económico más concentrado de la Tierra es innegable.
Y el punto de vista para observar esa trama es el del paranoico: porque el “resto del mundo” somos esa inmensa mayoría que está excluida de la “cultura única” que promueve Estados Unidos, con el acompañamiento tácito del Grupo de los Siete-Ocho, pero esa “cultura única” es el único imaginario cultural en el que nos imaginan tanto nuestros gobernantes como nuestros prójimos. Y el paranoico, devenido investigador social, puede asumirse como el “aguafiestas” que advierte sobre todos los problemas que se derivarían de nuestra inclusión en esa cultura, pero, ¿puede convertirse en el líder de la resistencia? Ford y compañía dejan abierto el interrogante, aunque machacan obsesivamente sobre unos conceptos a los que vuelven una y otra vez como si estuvieran preocupados en demostrar que vienen diciendo lo mismo desde hace unos años: la repetición obedece aparentemente a no decidirse a romper la autonomía de las ponencias y los artículos previos.
Lo que queda claro es que la agenda global relacionada con los índices de desarrollo humano (riqueza, pobreza, educación, salud, vivienda, etc.), con el perfil del sufrimiento humano (violencia doméstica y social, accidentes, adicciones, suicidios, etc.) y con el debilitamiento de la trama social (todo lo anterior más el desempleo y su impacto sobre el núcleo familiar, las comunidades, etc.), se vuelve material determinante de la televisión, el cine, la ficción, el reality y el talk-show, el videoclip y la publicidad, el documental y el turismo “militante”, pero no ejerce presión efectiva sobre la conciencia de la ciudadanía y no altera el comportamiento de la clase dirigente.
Ahora, ¿hasta qué punto al investigador lo sorprende que con nuestro sufrimiento en vez de hacer la revolución hagamos un espectáculo? Porque la increíble cantidad de carreras políticas que ha producido y sigue produciendo el info-entretenimiento es símbolo harto evidente de a quién le reditúa hacerse cargo de esa agenda crítica, pero no es materia de estudio. Según este libro, los poderosos del mundo entienden que “la modernización tecnológica y la conexión a Internet son de alta importancia para el desarrollo económico de los países del tercer mundo”, lo que por supuesto “responde más a una estrategia de marketing que al reflejo real de los hechos”, ya que un tercio de la población mundial no tiene luz eléctrica y sólo la infraestructura básica para la instalación posterior de la tecnología informática requeriría de una inversión de 300 mil millones de dólares en cinco años, y para que esa inversión sea posible los países subdesarrollados “deberían presentarse como mercados atractivos para los inversores, garantizando estabilidad, legalidad, transparencia y buenos gobiernos”.
Permítanme que, a la luz de la experiencia argentina, le imagine a la cita un tono irónico en eso de la transparencia y la bonhomía, porque nos están enchufando un modelo cultural donde ellos nos venden desde la tecnología hasta los contenidos, y nosotros pagamos por vernos.
Mientras tanto, la información se ha vuelto el laboratorio por excelencia donde se ponen a prueba las hipótesis del infodesign o se diseñan experiencias para testear “infotácticas” que permitan invadir un país, anular derechos civiles o alterar una elección. La conclusión es una sola y ha sido escrita por Laura Siri: “En este contexto, donde una realidad distorsionada busca imponerse como verosímil y única, la actualidad también es aquello que podría llegar a suceder, así como aquello que jamás sucedió ni sucederá, pero que alguien tiene interés en hacernos creer que sí”.
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