YO TE AVISé
Por Mauro Libertella
Había un tiempo en el que el mercado editorial argentino publicaba una forma de relato ahora casi exiliada: la nouvelle. En 1944, esas narraciones de menos de cien páginas, demasiado prolongadas para ser cuentos pero faltas de aire para el largo suspiro que supone la novela, merecieron una colección, los Cuadernos de la Quimera, dirigida por Eduardo Mallea para la editorial Emecé. Ahí estaban los grandes nombres de la literatura europea y norteamericana del siglo XIX –Henry James, Baudelaire, Herman Melville, Oscar Wilde–, traducidos por los grandes nombres de las letras locales –Borges, Aurora Bernárdez, Silvina Ocampo–. Las ediciones eran limitadas y los años fueron transformando a esas pocas impresiones en objetos de colección, hasta que en 2001 se reeditaron algunos títulos, con un diseño al mismo tiempo moderno y clasicista. Y hoy, tras pasar por depósitos y estanterías desiguales, varios de estos libritos de la colección descansan en las mesas de saldos de la calle Corrientes.
Bartleby, el escribiente, de Melville, es un relato de esos que aparecen en distintos momentos de nuestras vidas. Es probable que uno no lo relea, pero sabe que ahí está, y cuando alguien lo menciona vuelve a resonar su “preferiría no hacerlo” desde el reverso del mundo. Bartleby adolece de innumerables traducciones, pero la versión de Borges le aporta al relato ese valor agregado que lo vuelve accesible y lo transmuta en un español de lujo. Si bien la traducción de Borges fue levantada por muchas editoriales y revistas, su aparición original se la debemos a los Cuadernos de la Quimera, y la narración de Melville abrió la colección. Otra nouvelle para leer y tener cerca es La humillación de los Northmore, de Henry James. La obra de James es extensa y abunda en grandes tomos, pero su mejor literatura quizás sea esa que recaló en relatos cortos y milimétricos. Y ahí tendría que entrar, sin dudas, éste.
Si muchos autores encuentran una particular altura estética en la nouvelle, el caso de Baudelaire es central. La fanfarlo pertenece a la escasa ficción en prosa que escribió, y ese aislamiento, esa soledad en la obra estimula a su lectura como si estuviésemos ante un autor distinto de aquel de Las flores del mal o los Paraísos artificiales, pero igualmente genial. El relato se publicó originalmente en 1847 y es un retrato del artista adolescente, encarnado en una de las figuras que más le atrajeron, y que habla de una época en ebullición: el dandy. Está traducido por Aurora Bernárdez, y se lee con la tenacidad del cuento y el éxtasis de la buena poesía.
Ahí están los Cuadernos de la Quimera, en las mesas que casi se escapan a la calle, al alcance de todos.
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