Dom 04.09.2005
libros

LIBROS TEMáTICOS.

Hoy: fantasía y alrededores

› Por Mariana Enriquez

Aguas profundas
William H. Hodgson
Colihue
198 págs.

La obra del británico W. H. Hodgson (1877-1918), algo así como un Joseph Conrad dedicado al género de terror, se reconoció recién en la década del ‘50. H. P. Lovecraft lo consideraba uno de sus maestros, pero su estilo es más límpido que el del creador de los mitos de Cthu- lhu. Y, además, se dedica casi exclusivamente a los relatos marinos: en sus cuentos, el mar es una zona intemporal, infinita, donde no hay aventura sino puro horror. Entre los cuentos incluidos en Aguas profundas hay algunos de construcción perfecta y francamente pavorosos: “Una voz en la noche” relata la historia de un náufrago que se acerca a una embarcación pero no permite que lo vean, porque se halla cubierto de un hongo monstruoso que recuerda ciertamente a los espantos lovecraftianos. “Desde el mar sin mareas” –quizás el mejor– está construido a partir de cartas lanzadas al mar por un hombre que se encuentra solo, con su familia, en un barco varado en el Mar de los Sargazos, rodeado de una hierba que alberga brutales espantos. “Los habitantes de la Isla Middle” es un cuento más metafísico, donde un amor perdido y un buque abandonado parecen atrapados en el tiempo, aunque sus intenciones sean asesinas. Cuentista clásico, dueño de una gran habilidad para el suspenso, Hodgson es capaz de reflejar el vértigo de lo desconocido y climas angustiantes, donde el océano en sí mismo es mucho más desesperante que todos los horrores que podría albergar.

Planos paralelos
Ursula K. LeGuin
Minotauro
260 págs.

El último libro de LeGuin (Los libros de Terramar) recopila cuentos publicados en diversos medios y otros originales, enmarcados por un relato mayor que resulta bastante innecesario. Una mujer llamada Sita Dulip pierde un avión, y en la sala de espera del aeropuerto descubre un método de acceso a otros planos, otros mundos; su método –sólo accesible en las anteriores circunstancias– se populariza, y así LeGuin introduce los cuentos que completan el libro, cada uno la descripción de un plano-mundo particular. Entre los mejores se cuenta “El silencio de los asonu”, relato sobre un plano donde los adultos no hablan, y donde los terrestres desesperan tratando de buscar cierta sabiduría en el obstinado silencio. “La realeza de Heln” es un entretenido cuento sobre un mundo donde todos son nobles, y consumen con avidez las noticias de la única familia plebeya; en el mismo sentido, la sátira-crítica social vuelve a aparecer en “Gachas en Islac”, sobre un mundo donde la manipulación genética llegó a los límites de lo absurdo y también de lo atroz. El estilo de LeGuin mantiene su célebre elegancia y encanto, y también su humor, pero en ocasiones su proyecto de “ficción filosófica” adolece de cierta obviedad y aún trazo grueso, especialmente en relatos como “Gran felicidad”, sobre un plano de Navidad y consumo perpetuo.

Los sicarios del cielo
Rodolfo Martínez
Minotauro
361 págs.

Ganadora del Premio Minotauro 2005, la novela del asturiano Rodolfo Martínez es un intento fallido de llevar a la literatura los temas y el estilo narrativo de los mejores guionistas del cómic mundial: Alan Moore y Neil Gaiman. Es decir, una literatura fantástica urbana, decadente, que abreva en fuentes del pasado remoto y hace convivir a policías, mafiosos, barmans y habitantes de la ciudad con ángeles, demonios, cofradías religiosas milenarias. El esfuerzo es válido, pero no funciona. Allí donde Gaiman puede –y no sólo en su enorme obra Sandman, sino también en sus novelas– conseguir un lirismo y una narración soberbios mezclando, por ejemplo, las redes de subterráneo con el Londres prehistórico y seres angélicos, Martínez apenas cita y referencia Hellblazer, el Sandman de la era Temporada de nieblas pero no consigue un relato convincente. Le agrega, además, algo de sabor oriental con una orden de samurais japoneses –¿un guiño al manga?–. La historia es sencilla: un ángel llamado Remiel decidió hace milenios vivir entre los humanos. Y ahora le ha llegado el momento de acabar con esta existencia profana a manos de los brazos ultraconservadores de tres religiones: judía, católica y budista. Martínez se cuida de no incluir al Islam, quizá por corrección política. Pero no sostiene ni el thriller ni el verosímil fantástico, y cualquier fan del género notará cada puntada.

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