MAROSA DI GIORGIO
Los relatos eróticos de la querida autora uruguaya.
POR SERGIO KISIELEWSKY
Misales
Marosa di Giorgio
El Cuenco de Plata
142 páginas
Leer este libro se asemeja a un viaje en avión. El carreteo por la pista es intenso, la máquina se eleva al igual que la frecuencia cardíaca; por fin, entre las nubes, creemos que la situación está controlada. Sin embargo, lo mejor está por ocurrir. Sucede que Misales depara sorpresas. Nada de lo que se espera de la escritura erótica se da en esta obra. Más bien se alude al sexo como un modo de pensar la vida. De conjurar, de algún modo, el paso del tiempo. O se esgrime el humor como un equívoco. Novias que se deshacen. Un hombre que se llama Maquinaria Agrícola y la existencia de la manteca celeste son algunos ejemplos de una trama que todo lo permite. Marosa tensa la libertad expresiva hasta crear un juego de espejos que, por cierto, sólo reflejan su encuentro con un lenguaje vivo e indomable.
“Las manos se volvían ramos”, escribió. Y las palabras se convierten en sonidos, en furia, en texturas que pasan de la narración a la poesía que ilumina las páginas. “Y se la llevó desnuda atrás de las rosas / Ella echó cinco puntas como una estrella, consintió un poco; / estuvieron un rato en la escabrosidad / Se levantaban y se echaban de nuevo, esquivando la luz que crecía, adentro de la sombra del rosal.”
Marosa declaró que escribir es “algo que sucede de súbito, como si se encendiera una luz”, y es lo que ocurre en Misales. Se trabaja el elemento erótico como un campo de prueba. De esta forma puede una mujer besarse con un enano de jardín o irse del país para olvidar un amor. Se evoca el gusto de los pasteles en la infancia, se oye el olor a tabaco y se iluminan las uñas. Lo cierto es que la escritura derriba las convenciones y el lenguaje de los cuerpos pasa a cuestionar la realidad, las instituciones y las verdades reveladas.
En Misales, los relatos poseen una matriz surrealista. Y por sobre todo se trabaja el vínculo de los cuerpos de manera atemporal. Como si el deseo fuese la última palabra, el testimonio más contundente de que estuvimos aquí. “Llevaba la vesta llena de flores y los senos fuera, como se usaba entonces, entre las señoras agrestes en el verano. / El tocó uno, respetuosamente, como si le diese la mano.”
El lenguaje de los cuerpos suelta sus amarras. Los lectores sólo podemos festejar.
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