LIBRO CHICHE: LIBROS RECOMENDADOS PARA LOS MáS CHICOS
Por Sandra Comino
Los pictocuentos son cinco, integran la colección en cartoné para pre-lectores, Había una vez, y están escritos por Graciela Montes, flamante acreedora del Premio Alfaguara de novela 2005, junto a Ema Wolf. La trayectoria de Montes en el campo de la literatura infantil y juvenil es tan amplia como su exploración teórica en el mismo ámbito. Sobre todo, su conocimiento del universo infantil, hace que la mayor parte de la ficción, en este terreno, cautive tanto a chicos como a grandes, más allá de la edad del receptor a quien esté destinada la producción.
La serie, que había sido publicada en la década del noventa, es reeditada por el sello Alfaguara Infantil, después de casi década y media. Los cuentos: Había una vez un barco (Juan Lima), Había una vez una casa (Saúl Oscar Rojas), Había una vez una llave (Isol), Había una vez una nube (Claudia Legnazzi) y Había una vez una princesa (Elena Torres), reflejan situaciones cotidianas y proponen un recorrido que estimula la imaginación donde no faltan elementos fantásticos. Los artistas le dan a cada ejemplar una estética diferente.
Las historias están narradas de una manera particular: se alterna escritura con ilustración. A veces, la figura reemplaza la palabra, otras origina frases o toma la posta en la narración; pero prevalece el contar en conjunto.
A partir de la combinación de texto e imagen se construye un decir que incluye juegos lingüísticos, donde algunos vocablos cobran vida. Las letras se mueven, tiemblan, saltan y estos movimientos están reforzados desde el trazo y el color. Por ejemplo, en el relato de la nube que navega como un barco, luego se convierte en mariposa, perro, elefante y lluvia; las gotas son “pesadas”. Y esa palabra: “pesada” está en imprenta mayúscula, en color negro y es más gruesa que el resto. O las gotas “mojadoras” chorrean y forman un charco debajo de la representación, del mismo modo que el sol arde y el fuego naranja entra tanto en las vocales como en las consonantes. Igualmente, cuando llueve (de abajo para arriba y no de arriba para abajo) la frase sube o baja (según el caso) y se puede girar el libro para leer.
En Había una vez una llave, Antolina, una viejita, tropieza, precisamente, con una llave muy particular e inicia un recorrido en busca de una ¿cerradura? La abuela transita veredas, sale al campo, pasa por una montaña, un bosque y un mar. Por fin, encuentra una puerta verde, abre y en la casa hay un gato, dos niños y un fantasma. Más tarde, el camino es transitado en sentido contrario, por los chicos que, finalmente, llevan la llave al lugar inicial. Por momentos, la narración visual de Isol, invade la página. Utiliza secuencias en un mismo plano, detiene el acto de la escritura, que se torna apenas indicadora, y permite que lo simple se desplace a lo sofisticado. Es el lector quien tiene todos los permisos para entrar en un diálogo con el libro, donde la libertad textual genera independencia en la imagen.
Si bien las historias son lineales, en algunas hay un relato circular. En todas, existe una sintaxis de imágenes, a pesar del sistema de aproximación al pictograma que tiene el libro. Ideal para disfrutar de a dos, el adulto lee “las letras” y el niño completa con la lectura de “los dibujos”.
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