LOUIS-RENé DES FORêTS
Descubrimiento de un autor que supo mantenerse bien oculto.
POR MAURO LIBERTELLA
La habitación de los niños
Louis-René des Forêts
El Cuenco de Plata
187 páginas
Es raro: Louis-René des Forêts es un escritor desconocido en nuestro país, extraño porque la literatura francesa siempre pareció estar para nosotros a la vuelta de la esquina. La razón más evidente de esta presencia invisible parecería ser que hay pocas obras suyas traducidas a nuestra lengua. Pero no. Hay algo más. Hay un grito silencioso en la prosa de Des Forêts que puso al autor y a su obra en esa calle lateral de la narrativa francesa, y está bien que así sea.
Dicen quienes los conocieron que era un hombre discreto, reservado y de pocas palabras. Mientras que sus amigos (Michel Gallimard, Georges Bataille, Maurice Blanchot) fueron arañando la fama entre los años ’60 y ’80, el nombre de Des Forêts se mantenía siempre en silencio. Publicaba en algunos diarios y leía vorazmente. Sabemos de él que nació en 1918 y que tuvo una infancia errante por distintas ciudades de Europa. Su momento de inflexión le llegó a los 15 años, cuando en su vida se cruzaron las páginas de Baudelaire, Shakespeare, Rimbaud y Joyce. Los viajes siguieron, pero Des Forêts ya se estaba preparando para su primer libro, que llegó en 1941, el primero de una serie no muy prolífica pero sí sustanciosa, hasta su muerte en el año 2000.
La habitación de los niños se editó por primera vez en 1960 y obtuvo un desconocido pero prestigioso premio de la crítica francesa. Son cuatro cuentos, pero hay una instancia en que el libro se pliega y se vuelve profético de sí mismo. Así, en cada cuento están implícitos y extrañamente silenciados el resto de los relatos, y leerlos es nada menos que sacarlos de su letargo. Y la palabra letargo no es casual: hay en los cuentos de Des Forêts un registro personal del sueño, de la imagen onírica e incluso de la alucinación. El elemento que configura esta especie de tejido interno, este lazo entre las historias, parecería ser la voz, en sus distintas formas y encarnaciones. La voz del que narra, las voces de los que son narrados y el eco que subsiste a toda pronunciación. Es como si todo el libro estuviera atravesado por la misma voz que es todas las voces y no es ninguna. Bien señala Silvio Mattoni en el prólogo de esta edición que en los cuatro relatos del libro “alguien se calla”. Y en esa instancia precisa, Des Forêts nos pone contra el reverso de la voz, y así, también, ante el reverso de toda narración. Quizás el lugar que le corresponda como escritor sea ése: el de dar cuenta de un silencio que deja su eco en la literatura.
En los cuentos de La habitación de los niños se puede leer una tensión entre el detalle y la acción, así como entre la reflexión y la narración pura. Como si, a cada instante, Des Forêts estuviera por dar ese paso que lo catapultaría en el interior de una tradición específica de las letras francesas, y allí girara para un costado, escapando. Cuando parece desvanecerse en el detalle, vuelve a irrumpir en toda su centralidad narrativa; y cuando el relato aparenta tornarse en una bajada de línea filosófica, la narración da un vuelco brusco y se pierde en alguna cara o en el matiz de una voz.
Es así como leemos La habitación de los niños con gusto. Con el placer de encontrarse con unos escritos que, si bien son breves, se pueden leer como una literatura que se extiende en sus muchos matices y que, por suerte, nunca se acaba.
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