OMAR A. RAMOS: SANGRE EN LAS BOTAS
La colimba de los ’70 en una novela que plantea los bordes del realismo en el uso del lenguaje.
› Por Sergio Kisielewsky
Sangre en las botas
Omar A. Ramos
Ediciones B
347 páginas
¿Una novela realista lo es porque describe una época o por su abordaje formal? Esa es la primera pregunta que surge luego de leer Sangre en las botas. El título, de por sí, lo dice casi todo. En especial por la situación política que atravesó la Argentina entre 1976 y 1983.
Roberto y Marcelo, sus personajes, hacen la conscripción y por cierto la pasan bastante mal. Las herramientas que utiliza Omar Ramos apuntan a recrear y ser fiel al lenguaje de aquellos años. Una suerte de reconstrucción lingüística: cómo se hablaba, qué códigos trasmitía una generación altamente politizada. Es en ese tiempo donde al oído del lector el lenguaje se vuelve un faro. La zona iluminada resulta ser el modo en que se expresaban aquellos adolescentes. Que, por supuesto, participan de una tragedia y así lo entendían con creces. De inmediato el lector participa ya no de la estadía en un cuartel sino de la agonía dentro de una cárcel. A un oficial se lo llamaba “La Pantera”. Es uno de los personajes que debate a diario sobre la política del régimen y en todo momento está instalada esa visión paranoica, desbordante de las fuerzas represivas, de ver comunistas por todos los rincones.
Como un cuerpo de sentido y con un tono autónomo, relucen las cartas de Silvia desde París a uno de los conscriptos. La mujer, militante de la entonces Juventud Peronista, envía cartas desde el viejo continente y es una muestra de lo que ocurre en la escritura cuando es acompañada por el fluir de la sangre, las entrañas y las vísceras.
Silvia le pide a su novio que abandone el servicio militar y comienza a relatar su vida cuando aún habitaba Buenos Aires. “Como toda revolución que no triunfa aquello fue un caos”, dice uno de los personajes y se advierte en todo el libro que algo está por ocurrir.
En sus días de franco, Marcelo visita a un viejo anarquista a cargo de una librería o va al hotel alojamiento con Silvia y se produce uno de los diálogos más conmovedores del libro. También brilla lo que dice el padre de Roberto, cuando le reprocha en un ataque de furia a su hijo militante: “Bueno, peronista, comunista, es lo mismo”.
Distinciones que quedarán a cargo del lector y de las interpretaciones posibles que trasciende la historia.
Se ve lo sórdido: la superpoblación en las villas miseria junto a los operativos que ahondaron más y más la herida. En ese contexto la escritura desborda el género realista. En especial los abundantes parlamentos de los militares en cuestión.
Hace falta decirlo: la literatura vale más cuanto más se saca para que pueda brillar lo que se publica. Aquí el escritor produce la impresión de tropezar con su propio mundo y es allí donde el barco no naufraga, pero los barquinazos se sienten en el trayecto. De todas formas, con trazos vibrantes, Sangre en las botas es el testimonio de un testigo en peligro. De un hombre que ante una maquinaria de anular y matar elige pensar, actuar y escribir.
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