FERNANDA GARCíA LAO: "MUERTA DE HAMBRE"
La novela gastronómica de García Lao engulle lugares comunes con su humor cítrico y deja un buen sabor de boca.
› Por Juan Pablo Bertazza
Muerta de hambre
Fernanda García Lao
El cuenco de plata
217 páginas
En su libro Kafka. Por una literatura menor, el dúo dinámico Deleuze-Guattari encontraba una fuerte oposición entre comer y hablar, ya que la boca estaba por naturaleza consagrada a masticar los alimentos. Y como para ellos escribir era ayunar, entendían que Kafka era el verdadero artista del hambre porque, obsesionado por la comida, “no podía sino escribir bajo la custodia de los carniceros que terminarían devorando su carne cruda”.
Como contraejemplo de aquella idea parece funcionar la protagonista de Muerta de hambre. María Bernabé Castelar, quien parece sacada más bien de una pintura de Fernando Botero que de Rubens, es una adolescente tardía a quien la vida la hizo dura o, más precisamente, gruesa. Y está encerrada en el vicioso círculo de su triángulo existencialista: vive para comer, come para escribir y escribe para vivir. Con un pesado diagnóstico a cuestas (“personalidad estomacal con tendencias orales desgarradoras”), este obeso personaje trata de abrirse camino en un mundo que no está hecho para gordos. Y es que tanto su manera de percibir la realidad como las relaciones que entabla con sus pares están mediadas por parámetros gastronómicos. Así, por ejemplo, para sacar un determinado cálculo temporal dice: “La señora que me ayudaba se fue hace miles de postres”. También sus escasos vínculos amorosos y de parentesco estarán imbuidos de esa metáfora que abarca toda la novela: el vampirismo. Cada personaje tiene el objetivo de devorar a sus contrincantes.
Muerta de hambre, que encuentra en el terreno gastronómico un símbolo fértil de temas tan hetereogéneos como las luchas sociales, el erotismo, la locura y la muerte, está tramada como una novela digestiva que comienza, como el instante en que el bocado está frente a nosotros, cuando Bernabé se presenta como la narradora exclusiva de sus peripecias, y culmina con una suerte de evacuación en la que se amalgaman, con el jugo gástrico de la ironía, una ensalada de apéndices en la que casi todos los personajes toman voz para decirnos que “no es conveniente creer toda la mierda enunciada por Bernabé”.
Si aceptamos que el cuerpo es discurso y, por lo tanto, es político, hay en la obesidad un gesto ideológico extremo en tanto el cuerpo obeso es un arma. Bernabé así lo usa para aplastar a sus vecinas gemelas y yanquis a las que detesta, aunque, al igual que Sylvia Plath, va a tener un final tan trágico como romántico-doméstico. Es que puede pensarse que en la tendencia por engordar hay tanto una pulsión de vida –que es la búsqueda de unión con la naturaleza– como una pulsión de muerte: la explosión, objetivo que perseguirá la protagonista en sus peores momentos.
Con un manejo del humor a veces delicioso, la novela recuerda a banquetes como el de la película The Meaning of Life de los Monthy Phyton, precisamente a la escena en que el señor Creonte, un huraño peso pesado, luego de engullirse cada uno de los platos ofrecidos en un restaurante y al agregar al menú un chocolatito de menta delgado como una hostia, finalmente revienta, literalmente hablando, hasta desnudar sus tripas. Muerta de hambre ofrece por debajo de la mesa un condimento a nuestra literatura, tal vez gracias a la multifacética y fresca experiencia de la autora como bailarina, dramaturga y actriz. La pluma de Fernanda García Lao, autora de la exitosa obra La amante de Baudelaire (vestida de terciopelo), tiene forma de tenedor y un contenido tan filoso como el de un cuchillo parrillero. La mesa está servida. Bon appétit!
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