PEDIDO DE REEDICIóN
› Por Mauro Libertella
Muchas veces sucede en la literatura que la vida de un autor es tan extraordinaria como su obra, y en esos casos la crítica tiende a leer la obra en clave roman à clef. Así sucedió con Elena Garro y, si bien sus relatos son lo extraordinario y lo que a la larga sobrevivirá a toda lectura que quiera reducirlos a lo autobiográfico, su vida merece algunas pocas líneas.
Nacida en Puebla en 1920, se casó antes de cumplir los 18 años con Octavio Paz. La relación fue intensa y tumultuosa, y dice la leyenda que finalmente se separaron cuando Octavio Paz tiró uno de sus manuscritos al fuego. Con la separación, Garro emprendió un exilio junto a su hija Helena, que se prolongó por un cuarto de siglo y atravesó los Estados Unidos, España y París. Antes y durante la huida, Elena Garro escribió libros de cuentos y novelas que despertaron el interés de la crítica, aunque las opiniones siempre estuvieron empañadas por juicios referentes a su vida personal. Podemos pensar que la experiencia de ese exilio nómada está volcada, sin mediación, en Andamos huyendo Lola. Pero más justo es decir que los años en que Elena Garro y su hija vivieron en el camino sirvieron para madurar el talento narrativo y poético de la autora y para que, tomando anécdotas de acá y de allá, pueda escribir un libro asombroso.
Andamos huyendo Lola se publicó en 1980 y son once relatos que, encadenados, forman una novela. El procedimiento y el tema son similares al de Los detectives salvajes de Bolaño (15 años posterior): distintos personajes en distintos lugares narran desde su perspectiva el momento en que las huidizas Leli y Lucía se cruzaron en su vida. La historia de madre e hija se reconstruye así por las voces de los narradores que juegan el doble juego de contar su vida y la de las dos mujeres. Es una operación de voces que se entrelazan, y en donde a cada una le fue dado un modo muy particular de narrar, un modo más bien extraño para los cánones de la literatura. La de Garro es una literatura exquisita, pero no por pretender la perfección de la forma, sino más bien por hacer del uso salvaje de las palabras en libros a la vez bellos y audaces.
En Andamos huyendo Lola abundan los niños. Personajes y narradores. Son tema recurrente, pero de ningún modo se vuelven esquemáticos o rígidos. Todo lo contrario: son parte de una literatura de lo impredecible, donde cada línea derriba a la anterior y deja un lugar incierto para la siguiente. Y si quisiéramos recortar alguna frase del libro para ponerla en alguna contratapa, podríamos elegir cualquiera, al azar. Porque cada párrafo, cada pedazo de relato es único y al mismo tiempo paradigmático. En cada trozo de relato está la totalidad del libro y la negación de él, y eso es lo fascinante.
Andamos huyendo Lola está editada por Joaquín Mortiz y no se consigue ni en librerías ni en mesas de usados. Pedimos que alguna reedición luminosa saque al libro de las sombras y lo vuelva a poner en las mesas donde se consigue la buena literatura.
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