Dom 15.01.2006
libros

DIEGO FISCHERMAN: ESCRITO SOBRE MúSICA

La discoteca del paraíso

Con pasión y objetividad, Diego Fischerman repasa las revoluciones (pasadas y futuras) de la historia de la música.

› Por Santiago Rial Ungaro

Escrito sobre música
Diego Fischerman
Editorial Paidós
211 páginas

Si en el imaginario poético borgeano el paraíso tomaba la forma de una inmensa biblioteca, para Diego Fischerman el paraíso bien podría ser una vasta (aunque selecta) sonoteca. Y si desde el siglo XIV hasta la actualidad la modernidad nos ha ido atormentando en forma progresiva con masas cada vez más importantes de ruido, en esta colección de artículos (muchos de los cuales ya salieron previamente publicados en este suplemento) se rescatan esos raros momentos de armonía, momentos originados a menudo en encuentros en casas, sótanos, conservatorios o estudios de grabación donde un John Coltrane se puede encontrar con Johnny Hartman o con un tal Miles Davis que, a su vez, supera su resentimiento social para tocar con un muchachito blanco con pinta de empleado público llamado Bill Evans. La música nace cuando se encuentran los músicos, y conviene no olvidarlo ahora que cualquiera genera sonidos con un software sentado frente a una pantalla infinitamente autocomplaciente.

Haciendo de guía por su maravillosa sonoteca, Fischerman demuestra erudición y espíritu didáctico para exponer la importancia crucial de esos pequeños detalles esenciales que hacen girar la historia. Por ejemplo, el uso musical de la llamada cuarta aumentada descendente, prohibida durante la Edad Media por su carácter disonante (por entonces calificada como diabulus in musicam), que el lector curioso puede probar en cualquier instrumento que tenga a mano. De ese intervalo sonoro muchos suponen que proviene la onomatopeya Be Bop.

Y si a lo largo de estos escritos van apareciendo sutilezas decisivas, leyes que pueden parecer misteriosas pero que evidentemente tienen sus secretos, lo interesante es la forma en que la prosa de Fischerman hace que lo puramente causal parezca casual. Así, el análisis de las críticas a Felix Mendelssohn (descalificado por una época, la romántica, que construyó el valor de lo artístico alrededor de las ideas de autenticidad y sufrimiento), tiene mucho de rescate emotivo y justiciero: la belleza musical de la obra de Mendelssohn lo merece. Es esa actitud de mosquetero, siempre dispuesto a defender “la buena música” y a defenderla de la necedad de la crítica de turno, la que le da filo a estos textos. Pero, en definitiva, ¿qué es la buena música? Afortunadamente, tanta objetividad va de la mano de cierta subjetividad: cuando Fischerman describe a Richard Wagner como “megalómano, estafador, traidor de amigos y adulador de enemigos, mal poeta y peor filósofo”, su malicia nos hace sonreír; pero apenas en la página siguiente nos explica cuáles fueron los aportes que Wagner hizo a la ópera. Lo que nos lleva, una vez más, a querer escuchar la música que tanto deleitó al Führer.

Con sus sutiles interconexiones, estos escritos conforman un verdadero jardín de los senderos que se bifurcan, en el que las músicas están relacionadas entre sí y relacionadas con las sociedades que las vieron nacer, morir y renacer. Y las citas a Borges no son caprichosas: si las lecturas de los ensayos de Georgie nos generan, aunque muchas veces no sepamos nada de quien habla, un inevitable amor hacia las letras y hacia la literatura, Fischerman logra una sensación análoga: Don Gesualdo, Björk, Dizzy & Bird o Elis Regina se convierten así en amigos, conocidos y por conocer, a la vez que el acto aparentemente pasivo de escuchar música adquiere a su vez un potencial revolucionario, consecuencia directa de comprender que tipos hipersensibles y a menudo olvidados como Bach, Chopin, Spinetta o Lennie Tristano bien pueden ser considerados como profetas de una próxima revolución que, en palabras de este pescador de ilusiones, quizá “no sea espectacular, y no haga irrumpir instrumentos ni sonidos nuevos... La próxima revolución puede ser silenciosa, casi secreta. Probablemente la próxima revolución sea la que muestre, otra vez, que las revoluciones son posibles”.

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