TERRITORIOS
Tenedor libre
Cinco libros de poemas, cuatro de ellos de autores nativos, acaba de lanzar la editorial bahiense Vox, confirmando su lugar central (y el de la Fundación Senda, que la sustenta) en el panorama de la poesía argentina contemporánea.
Por Delfina Muschietti
Bahía Blanca ataca. Con poesía de la mejor. Ediciones Vox acaba de publicar cinco libros que son una interesante y valiosa muestra de lo que se está produciendo allí, en esa ciudad que poco a poco ha ido convirtiéndose en uno de los centros poéticos más activos del país junto a Córdoba, a Rosario, a la red patagónica. Vemos así un fenómeno inusitado que el esplendor de la poesía hace posible hoy: que poetas de Buenos Aires también se acerquen a esos centros para publicar en las nuevas pequeñas editoriales independientes del interior. Alción en Córdoba, Revuelto Magallanes en Patagonia, Vox en Bahía Blanca son operadores poéticos que descentralizan y dan una mayor vitalidad a este fenómeno estético que es hoy la poesía: una enorme producción, una alta calidad, un gran red de intercambio.
Marcelo Díaz, Roberta Iannamico, Mario Ortiz, Laura Wittner y Sergio Raimondi publican estos libros de poesía (en algunos casos, como el de Raimondi, se trata de una opera prima) con el discutido (y todavía no cobrado en la mayoría de los casos) subsidio de la Secretaría de Cultura de la Nación o de la Fundación Antorchas, y bajo la atenta y dedicada supervisión de Gustavo López, editor de la revista Vox. Dando muestra acabada de amplitud en el criterio estético-poético, la edición se abre a la diversidad de escrituras que se producen entre los jóvenes poetas de Bahía Blanca y Buenos Aires (Laura Wittner es la “extranjera” de Buenos Aires en este conjunto). Se mantiene como índice común la calidad de la propuesta en los textos y en los libros, en cuanto objetos, pequeñas máquinas de arte. Unas pocas palabras, entonces, para cada uno de ellos.
Marcelo Díaz, con su Diesel 6002 hace realidad extrema esa noción de máquina de arte. Escrito a partir de una increíble noticia aparecida en los medios gráficos y televisivos (una mujer encerrada en el hospital psiquiátrico Moyano se escapa para robar una locomotora y llegar hasta su ex novio, y luego es reducida por un cabo de la policía), este libro es un enloquecido armado de poemas tomando como sus palabras cada una de las leídas y escuchadas en los medios. Cada poema da vueltas y vueltas con las mismas palabras colocadas y recolocadas en forma manierista en diferentes posiciones sintácticas y rítmicas, de modo que leemos esa conmovedora historia con las palabras usadas por Crónica TV o la sección policiales de Clarín, pero recompuestas de tal manera que suenan en nuestros oídos como los mejores sonetos de amor de Quevedo. Así las palabras más nuevas o usuales se vuelven antiguas, suenan a construcciones barrocas del siglo XVII, y al mismo tiempo, y de allí la maestría, el soneto se quiebra, el endecasílabo se vuelve popular octosílabo y aparece “la grasa de quien ama”. Quevedo se hace tango “sentimental” y las palabras dobles o triples. “Terminal” huele a tren y a enfermedad; “aminora” es reducir la velocidad y volverse menos, menor, poca cosa o lugar de grandes cambios, como quería Deleuze. En fin, una forma sumamente original y al mismo tiempo conmovedora de lograr esa meta tan fuerte hoy entre ciertos jóvenes poetas: arrasar con la diferencia entre “baja” y “alta literatura”, arrasar y hacer vibrar la máquina con un voltaje estético insospechado.
Cuadernos de Lengua y Literatura de Mario Ortiz es un libro raro. Detrás de ese título de rasa escolaridad se abre una escritura que experimenta con diferentes registros y tonos. Parece no dejar nada afuera: ni “la farolera tropezó” ni el Ulises de Joyce, ni el Pegaso ni las escenas de la más cruda realidad. Todo mezclado en la misma bolsa, materiales de construcción amalgamados con un sarcástico humor muchas veces de tintes negros, produce un efecto desacomodante, y resulta siempre una experiencia valiosa en la busca de nuevos perfiles estéticos.
La apuesta de Sergio Raimondi es diferente. Desde la base de sus traducciones de Catulo y Williams Carlos Williams, su lengua combina un ritmo de musicalidad clásica con un registro coloquial o periodístico o de crónica o ensayístico que parece fluir naturalmente en largas tiradas de versos escandidos con regularidad casi monótona. No es un libro de efectos fáciles: uno debe dejarse llevar, perderse en esa monotonía para entrar enuna disparidad de ejes temáticos: historia argentina, economía, lecturas, fotografías populares o políticas, minirrelatos, ars poética. Y, otra vez, hay que dejarse llevar porque la melodía clásica y monótona ejerce sobre esos materiales una extraña disonancia que los vuelve paradójicamente nuevos, objetos raros que nos hacen pensar y ver el estado de las cosas de manera diferente.
Casi transparencia ascética en Las últimas mudanzas de Laura Wittner. Hay un personaje raro, misterioso, allí: la voz que habla se sustrae detrás de una mirada objetiva de tercera persona o aparece íntima en ese diálogo consigo misma. Un vos (“mirá”, “vení”, “oís”, “hacés”, “tenés”) que, a pesar de la dureza de esa inflexión verbal, se lee sin tropiezos ni torpeza. Aparece, en cambio, insertado “en el fluir del mundo” como el marido de Elizabeth Taylor en el poema “Una foto”: inmediato, melodioso. Una segunda voz duplicada, una yo vista en el espejo o vuelta personaje amiga en lejanas ciudades, o vecino-otro cotidiano, mirado. Voces y figuras dentro de una voz misteriosa y mutante, entonces, pero no dramática, escribiéndose casi sin darse cuenta. Sola allí, en esa ascética complejidad de lo “objetivo”, presentando escenas aquí y allá, con esa lentitud del instante y de la percepción que se amplía horadando lo cotidiano, lo “real”. Como esa pregunta distendida que se expande en el poema “El error”: “¿Y qué es ahí donde claramente/ dice Parrilla Tenedor Libre?”.
Roberta Iannamico escribe en El collar de fideos poemas breves y tersos, de esos que algún crítico de los años ochenta quiso encasillar como la escritura de la poesía de las mujeres: íntima, de ámbito doméstico, de sondeo sobre la subjetividad “femenina”. Pero la etiqueta se resquebraja porque “algo se movió/ por debajo de la hiedra”. Algo avanza y amenaza detrás de la superficie aparentemente lisa de lo doméstico, detrás del “tendal de ropa” al viento hay un tigre a descubrir entre las flores, en el rostro de la madre, en la repetición que insiste en instalarse, como lo siniestro de Freud. Las mujeres condenadas a repetir, a replicar-se. “Todas las madres/ guardan la memoria de la primera/ mi bisabuela se suicidó/ cuando mi abuela tenía/ siete años.” Esta multiplicidad va y viene en la escritura de Iannamico, plegando lo aparentemente simple. La mirada va desde un presente (por ejemplo, de la percepción adulta) desenvolviéndose lentamente hasta el pasado de la infancia para responder desde allí de una manera diferente a la doxa de lo infantil, para dar vuelta aquellos cuentos que todo lo solucionaban mágicamente con el beso final: y todo ello en un mínimo poema de versos breves. Una filigrana, entonces, en la apariencia de lo fácil, hace de esta poesía casi minimalista una lectura dinámica, diversa, amplificadora.
Diferentes propuestas estéticas en estos cinco libros pero el mismo nivel de calidad que exhiben la vigencia de la poesía hoy: una máquina que vuelve inagotables las posibilidades del lenguaje, de la experiencia. Desde una propuesta estética o desde la otra, estos poemas nunca son cómodos y resultan muchas veces difíciles de asir. Pero “suenan bien”: por allí hay que seguir, una vía que siempre nos conviene explorar hasta llegar a su orilla más lejana, más allá de lo claramente inteligible, para escuchar esa otra voz que dice la poesía.