DE COLECCIóN
La idea suele dar buenos resultados. Se convoca a un escritor consagrado con la consigna de que se explaye sobre su película favorita; si todo sale bien, el invitado se despojará de toda pretensión academicista y se dedicará a rastrear en su memoria –en su memoria emocional, quizá– las razones por las que ese film ha vuelto espontáneamente una y otra vez a su vida. Con un poco de suerte, el escritor convocado no sentirá la necesidad del crítico de cine de decir algo importante sobre la película; ni siquiera la necesidad de decir algo sobre una película importante. Tiene algo que ver con el mecanismo que hizo funcionar tan bien a Las películas de mi vida, última novela hasta ahora del escritor chileno devenido cineasta Alberto Fuguet. La colección lanzada hace unos meses por la editorial española Gedisa se llama, y no por nada, “La película de mi vida”. Y la idea ha dado efectivamente algunos muy buenos resultados: con textos de diversas procedencias (varios fueron publicados una década atrás por el British Film Institute), la serie armada por Gedisa es inevitablemente despareja pero recupera al menos dos grandes producciones personales. Esto es, sin desmerecer el ensayo del barcelonés Carles Torner sobre Shoah, el film de Claude Lanzmann (que es el texto más académico de la colección), ni dejar de lado el del argentino-canadiense Alberto Manguel, que elige La novia de Frankenstein y empieza recordando la primera ocasión en que vio esta maravilla del director James Whale en un triple programa de un cine de barrio de Buenos Aires, a fines de los ’50. Porque lo mejor es, sin vueltas, lo de Salman Rushdie y lo de Camille Paglia. Rushdie explica cómo es que ver El mago de Oz lo convirtió en escritor. Sus intentos por recordar su primer cuento propio, llamado “Del otro lado del arcoiris”, escrito en Bombay a los diez años de edad, lo llevan a recuperar una idea esencial sobre la que ha modelado parte de su obra: que El Mago de Oz no es una película de iniciación, como suele decirse a la ligera, sino muy específicamente una película sobre el descubrimiento de la fatal impotencia de los adultos.
Feminista radical especializada en la revolución sexual de los ’60 a esta parte, Camille Paglia centra su mirada sobre Los pájaros, de Alfred Hitchcock, en el personaje de Melanie (Tippi Hedren) y lo cruza con las otras rubias del cine del director de Psicosis; rescata de Melanie cierto efecto, “mucho más sorprendente en 1963, cuando aún no había comenzado la revolución sexual que incitó a las mujeres de mi generación a romper el decoro de la clase media diciendo palabrotas como marineros”; y se pregunta si “acaso hay algo más representativo de la moderna liberación femenina que una mujer vestida con elegancia corriendo a toda velocidad en un descapotable a campo abierto”. A lo largo de poco más de ciento veinte páginas (intercaladas con algunas increíbles fotos de rodaje), Paglia convierte un film sobre una bandada de pájaros asesinos y fuera de control en otro sobre la astucia y la infinita, encantadora frivolidad de las mujeres de Hitchcock y nos convence párrafo a párrafo de que ésta es definitivamente la película de su vida.
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