Dom 14.05.2006
libros

ENCUENTROS

El cuadrilátero argentino

Desde Rosario, y sintetizando uno de los numerosos congresos culturales que caracterizan a la ciudad, llega una revisión crítica sobre los clásicos más clásicos entre los literatos argentinos.

› Por Juan Pablo Bertazza

Si faltando tan poco para el Mundial a Pekerman (o tal vez a Grondona) le cuesta hacer la lista de jugadores, parece más complicado advertir cómo los once críticos convocados para Los clásicos argentinos (Editorial Municipal de Rosario) eligieron a “los 4 máximos escritores nacionales”, tal como reza el subtítulo del libro que compendia las jornadas desarrolladas en Rosario en 2004 acerca de un asunto no menor: la influencia de los clásicos locales en la formación de una lengua literaria nacional.

La cuestión es que hay equipo: finalmente los seleccionados son Sarmiento, José Hernández, Borges y Arlt. Y las aptitudes que los llevaron al canon se van aclarando a lo largo y ancho de la lectura: además de generar cantidad de herederos, a tal punto que se volvieron acreedores de una marca registrada (y los calificativos de arltiano, borgeano, etc.), supieron crear a sus precursores, cuyo caso más paradigmático es Borges con Carriego, e intervenir con identidad propia en la conformación de una lengua nacional.

Sin embargo, ¿por qué retomar a escritores tan leídos y amados y odiados y criticados? Si bien la diversidad de ensayistas que presenta el libro, en el que participan –entre otros– Tulio Halperín Don- ghi, Horacio González, María Teresa Gramuglio, Nicolás Rosa, Sylvia Saítta y Alan Pauls, contribuye a iluminar algún que otro aspecto de los escritores (no tienen desperdicio las histéricas comparaciones que hacía Sarmiento según Horacio González), el gran objetivo del libro es, justamente, comprender los avatares del canon argentino. Indagar el antes y el después de ese campo que es nuestra lengua literaria, de acuerdo con el momento en que cada uno de ellos cuatro dejó su huella.

A juzgar por los múltiples vínculos que las conferencias de Los clásicos argentinos van tejiendo en torno de los seleccionados, entre los que se destaca la batalla en la que fueron virtuales aliados Borges y Arlt contra el academicismo absurdo; los ensayistas de esta edición, lejos de la gula crítica, crearon buenas estrategias para hacerlos dialogar entre sí. Tal vez, las palabras que usa Nora Avaro para definir las enumeraciones borgeanas sirven también para identificar el logro de este libro de críticas: “No son barrocas sino clásicas. Logran sus efectos en la articulación concisa más que en la abundancia, en la fluencia más que en la profundidad, y no niegan el vacío ni el hiato”. Ese vacío o hiato que permite que la próxima lectura que hagamos de Sarmiento, Hernández, Borges o Arlt nos resulte un poco más profunda, sí, pero todavía placentera y reveladora.

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