PHIL BAKER: AJENJO: MITO E HISTORIA
Sinónimo de bohemia revulsiva y alucinada, el ajenjo tuvo una buena cantidad de defensores, no menos que de detractores. Un libro reconstruye su historia y también su mito de ser la bebida más fuerte y más intensa del mundo.
› Por Sergio Di Nucci
Ajenjo: mito e historia
Phil Baker
Prólogo de Eduardo Berti
Cántaro
296 páginas
Fue descrita como la cocaína del siglo XIX, por lo irresistible, y por lo devastadora. Pero era una bebida, desde luego alcohólica, una de las más fuertes del planeta. Sobre ella, famosamente, Oscar Wilde dijo lo siguiente: “Después del primer vaso, uno ve las cosas como le gustaría que fuesen. Después del segundo, se ven cosas que no existen. Finalmente, uno acaba viendo las cosas tal como son, y eso es lo más horrible que puede ocurrir”. Ajenjo en castellano, absinthe en francés, el inglés retoma la palabra francesa para la bebida que gozó de un consumo masivo pero fue inmortalizada por la bohemia francesa del fin de siglo decimonónico: los pintores y poetas, sobre todo simbolistas, continuaban un pasatiempo nacional, proletario y lumpen. Fue tal su extensión que en la Francia de la Tercera República se llamaba absintheur al adicto, y la palabra absinthé deploraba los efectos tristes que producía el licor en toda la sociedad. Hoy la bebida aparece en los films de I Sat, y es consumida por universitarios en bares europeos donde los licores se combinan con cerveza de frambuesa o capuchino, y mil variantes más.
La bebida se obtiene merced a la planta que debe el nombre a su extrema amargura, y que crece en Europa Central y Meridional. Su revival actual se debe a un puñado de emprendedores británicos, que comenzaron a importar ajenjo checo a finales de la década de 1990. El Daily Mail lamentó la reaparición del ajenjo en suelo inglés, comparando sus efectos a los del vodka, el cannabis y el LSD, todos juntos. Johnny Depp viajó de inmediato a Inglaterra para beberlo con Hunter S. Thompson, y la banda de pop Suede presentó su Head Music del ’99 en el club China White, brindando con ajenjo.
Históricamente, los testimonios de los efectos inmediatos de la bebida han sido contradictorios. Para algunos, sus 70 de gradación alcohólica producen alucinaciones, para muchos más, amnesia. La bebida pasó del furor a la prohibición para llegar finalmente a su mitologización actual. En este sentido, este libro del británico Phil Baker participa de un impulso mayor: el de la museificación de los pasados nacionales –no podía faltar el museo del ajenjo, en Auvers-sur-Oise, Francia–, el de la exhumación de un pasado díscolo que necesariamente nuestro horizonte normaliza. La celebración de ese pasado no puede dejar de tener algo de snob. Porque existe una distancia insalvable entre el consumo de ayer, proletario, lumpen o bohemio (y de una bohemia radicalmente antiburguesa) al de hoy, el de los burgueses que son bohemios, y al revés, los bo-bos del suburbio de los que da cuenta la sociología norteamericana. Desde luego, uno de los objetivos del libro es salvar esa distancia, es decir, apostar porque ese pasado pueda pervivir en el presente de la Unión Europea, y de algún modo volver auténtica, necesaria una bebida que cuenta con tantos legados, y tantas intensidades.
Traducido por Marcos Mayer, “profusamente ilustrado” –como indica su portada–, el volumen es exhaustivo en sus dimensiones históricas y mitológicas, con una introducción muy bien dosificada a cargo de Eduardo Berti. Sus casi trescientas páginas albergan fragmentos literarios sobre el ajenjo, de autores tan distintos entre sí como Aleister Crowley, Marie Corelli, los epónimos poetas franceses, Somerset Maugham o de escritores más recientes que describen su consumo en España y en Los Angeles durante estos últimos años. Baker ofrece además una contundente evaluación de las marcas de ajenjo que se pueden conseguir actualmente: celebra la francesa La Fée, la española Mari Mayans, desalienta en cambio el consumo de marcas checas y búlgaras. Un adagio paterno dice que hay cosas que merecen ser vividas, pero no contadas. Porque no siempre ha sido edificante el consumo de ajenjo, hay algo de obsceno en este libro. Tanto más recomendable.
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