DEBATES
Muchas veces con un sentido del humor involuntario, el Diccionario de la Real Academia mantiene definiciones que ofenden y discriminan a las minorías. El debate se abrió, pero la Academia, por ahora, se niega al cambio: “El reclamo debe ser a la sociedad, no al diccionario”.
Diversas asociaciones de gitanos, judíos, homosexuales, nacionalistas del BNG y feministas han juntado fuerzas con un objetivo que va mucho más allá de una mera cuestión de palabras: luego de poner el grito en el cielo contra algunas acepciones y definiciones erróneas y violentas del Diccionario de la Real Academia Española, presentaron una iniciativa en el Congreso para tomar conciencia sobre el tema y cambiar, con las palabras, las cosas.
Esto es lo que nuestro diccionario de la RAE se encarga de enseñarnos: de los gallegos (por eso de que la caridad bien entendida empieza por casa), dicen que son “tontos y tartamudos”. El Bloque Nacionalista Gallego (BNG) presentó en abril pasado una proposición para que se eliminen esas dos acepciones usadas en Costa Rica y El Salvador. “Habría que quitarlas”, asegura Francisco Rodríguez, portavoz del partido en el Congreso. “Vamos a ver”, contestó el lexicólogo José Antonio Pascual. “Lo primero que hay que saber es que el diccionario se ha ido modificando en varias etapas desde su creación. Pero somos como fotógrafos de un paisaje y no los creadores de éste. Y la realidad a veces es fea”.
El caso de las definiciones sobre los judíos viene de larga data. Dicen, por ejemplo “acabar con las judiadas”. Varias palabras relacionadas con este pueblo han tenido tradicionalmente un uso despectivo. El más conocido es “judiada”: “acción mala, que tendenciosamente se consideraba propia de judíos”. Y luego el diccionario recoge un tercer uso de la palabra “sinagoga”: “Reunión para fines que se consideran ilícitos”. Un portavoz de la Federación de Comunidades Judías de España asegura que han pedido a la RAE que se modifiquen esas acepciones sin que nada haya ocurrido. “Son términos que están ahí y que se siguen usando”, señala Pascual. “El diccionario está para todos. No puede ser que alguien acuda al libro y no sepa lo que es una judiada.” En fin.
Y también hay para los gitanos, esa gente que roba niños. “Que estafan con engaño”, les regala el diccionario. A Pilar Heredia, presidenta de la Asociación de Mujeres Gitanas Yerbabuena, le desagrada hasta el asco esta acepción de la palabra gitano: “Que estafa u obra con engaño”. “Es vergonzoso que eso figure en el Diccionario de la RAE”, dice Heredia. “El término gitano se usa todavía con esa acepción en la calle. Y porque nosotros lo cambiemos en el diccionario no va a cambiar la realidad social”, insiste Pascual.
Infaltables, los gays también caen bajo la ortodoxia académica, aunque no lleven la peor parte. “De poco ánimo y esfuerzo”, se los califica, aunque, eso sí, no se los llama invertidos. Myriam Navas, del Colectivo de Lesbianas Gays y Transexuales de Madrid (Cogam), señala que “lo que no me gusta son algunos usos machistas que identifican homosexual con afeminado, cuando todo el mundo conoce la diversidad que existe en el mundo gay”.
Y para terminar, ni más ni menos que las mujeres. Y esta vez, el diccionario real se refina hasta la perversión, al definir lo que es un huérfano: “A quien se le han muerto el padre y la madre o uno de los dos, especialmente el padre” (subrayado nuestro).
“Muchas reivindicaciones son lógicas”, explica el lexicógrafo y obcecado Pascual, pero “hay que hacérselas a la sociedad y no al diccionario”.
Evidentemente, lo que sí es cierto es que otras de las quejas rayan en el absurdo de la corrección política, como la de una asociación para la defensa del burro que pedía que se quitase la acepción del animal como sinónimo de ignorante. De todas maneras, el debate está planteado y los que supuestamente están encargados de desasnar a la población, ostentando desde 1713 el lema Limpia, fija y da esplendor, parecen hacerse los osos ante estas graves y pertinentes acusaciones.
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