LITERATURA, CULTURA Y ENFERMEDAD - PAIDóS
La salud es bueno tenerla, pero en la literatura resulta mucho más interesante la enfermedad. En Literatura, cultura y enfermedad (Paidós) sigue vigente la polémica entablada por Susan Sontag contra las metáforas culpabilizadoras.
› Por Patricio Lennard
Que la salud es poco interesante ya lo sabían los románticos de Jena. “¿Lo mejor no comienza en todas partes con la enfermedad?”, se preguntaba Novalis. No por nada en el romanticismo se cristaliza ese mito que unía la tuberculosis a la creatividad y a los espíritus sensibles, y por el cual alguna vez Percy Shelley consolaba a Keats diciéndole que su afección era “particularmente amiga de gente que escribe versos tan buenos como los tuyos”. En La enfermedad y sus metáforas, Susan Sontag puso bajo la lupa esa “estética de la enfermedad”, esa musa bacteriológico-sensiblera. Y lo que vio no fue precisamente al bacilo de Koch con su aspecto de canutillo recién caído de algún vestido de noche sino la forma mistificadora con que la cultura tiende a administrar los imaginarios de ciertas enfermedades más o menos misteriosas. Mitos que parecieran tener tanto una versión, si se quiere, de entrecasa en los “consejos de abuela” (que Roberto Bolaño hubiera podido endilgarles a esas viejitas que “uno encuentra en las salas de espera de los ambulatorios y que se dedican a contar la parte clínica o médica o farmacológica de su vida”), como esa otra versión gravosa, perturbadora, amenazante, cínica, de la que Sontag infiere que las metáforas existentes en torno al HIV y al cáncer (que procuran, según ella, culpabilizar al enfermo) pueden ser también, a su modo, asesinas.
En la introducción a Literatura, cultura, enfermedad (una compilación de ensayos que se presentaron en un coloquio realizado en el Instituto Goethe de Buenos Aires en el 2005), el alemán Wolfgang Bongers reconoce que, desde la publicación del ya clásico libro de Sontag, la relación entre la literatura y la enfermedad se ha convertido en un tema importante para la crítica literaria. De ahí que hasta el día de hoy sus ideas sigan siendo objeto de revisión y polémica, como lo demuestra Thomas Anz en el ensayo en que le critica a Sontag su prédica por aprehender las enfermedades físicas “como tales” (es decir, como procesos meramente fisiológicos) y su resistencia a conectarlas con estados psíquicos, normas culturales y circunstancias sociales (lo que sería equivalente a “metaforizarlas”). La denuncia de Sontag sobre la forma en que el mito responsabiliza al paciente al psicologizar la enfermedad que sufre –y que en el caso de la tuberculosis superponía la causa del mal al carácter del enfermo, imputándole un apasionamiento desmedido, mientras que con el cáncer es cierta represión emocional la que caracterizaría a aquel que lo padece–, hoy tiene su contraparte en la creciente inquietud del psicoanálisis ante el modo en que la psiquiatría tiende, cada vez más, a medicalizar la neurosis. Inquietud que se trasluce en una frase de Daniel Millas que cita en su ensayo la psicoanalista chilena Kathya Araujo, y en la que alerta sobre esa “extensión de las leyes de la físico-química al campo de la subjetividad” que la institución psiquiátrica viene pergeñando últimamente.
Si bien tanto la melancolía en el siglo XVII como la tuberculosis, sobre todo en el XIX, son ejemplos de “enfermedades de época”, el presente nos muestra una convivencia de numerosas afecciones marcadas por el signo de estos tiempos. Un abanico de “síntomas prêt-à-porter” –como diría Jacques-Alain Miller– que se entronca con el paradigma médico-clínico que admite una simultaneidad de factores (sociales, culturales, biológicos, medio-ambientales) en el origen de muchas de las enfermedades existentes. Es este panorama el que no parece condecir del todo con la forma en que para Jochen Hörisch los medios masivos y la literatura parecen esperar una nueva pandemia. Un fantasma que desempolva, en el siglo XXI, las metáforas y los terrores propios del XIX –relacionados con las afecciones de las vías respiratorias, como la tuberculosis, la neumonía, la asfixia, etc.–, y que para Daniel Link resurge con la irrupción del sida en la década del ‘80. Miedos que no son difíciles de entender a la luz de amenazas actuales como las de la gripe aviar o del síndrome agudo respiratorio severo (SARS), las que le dan la razón a Sontag cuando escribe que “la peste sólo logrará sobrevivir como metáfora gracias a la idea de virus”. Esos microorganismos que, además de contagiar, pueden mutar y evolucionar descontroladamente, y que hoy parecen conspirar, agazapados, mientras el futuro del mundo tienta a ponerse barbijos.
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