CIENCIA FICCIóN
Pat Cadigan y el cyberpunk
› Por Mariana Enriquez
En los años ochenta, la ciencia ficción era todavía un club de hombres; tanto que cuando el cuento de Pat Cadigan “Seguir rockeando” apareció en Mirrorshades (1987), la antología de Bruce Sterling que fundó el movimiento cyberpunk, la crítica asumió que ella era un hombre. Las cosas han cambiado; el cyberpunk como subgénero puede darse por fechado, y las escritoras incursionan cada vez más en la ciencia ficción, el fantasy y el terror. Sin embargo, se puede considerar a Pat Cadigan una pionera. Y en ese sentido debe ser leído Matrices (Cántaro), editado originalmente en 1989, libro que recopila cuentos escritos durante toda una década; se sabe que cuando Sterling leyó a Cadigan por primera vez, reconoció que estaba haciendo cyberpunk antes de que existiera el término: allí estaba la obsesión por las computadoras, la inteligencia artificial, los medios dominantes y el efecto de la tecnología sobre la identidad.
Pero Cadigan también incursiona, y muy bien, en otros territorios. Matrices es el primer libro de la autora traducido al castellano –en versión de Elvio Gandolfo, también encargado de un esclarecedor prólogo– y es ideal como introducción por su variedad temática. Se atreve a todo: el humor, el erotismo retorcido, el terror; y es especialmente buena cuando introduce el elemento fantástico en un planteo por completo realista. Es el caso de “Otro que toma el camino”, un relato que recuerda al primer Ray Bradbury: por todo Estados Unidos, ciudadanos comunes se lanzan a correr en masa por las rutas, en una carrera sin objeto definido, y la compulsión produce un contagio inexplicable. O de “El guardián de mi hermano”, donde una mujer se mete en el mundo de los yonquis para encontrar a su hermano desaparecido; es una crónica hiperrealista hasta que vira hacia el vampirismo. De la misma manera, “Fue el calor” evoca la atmósfera erótica del Barrio Francés de Nueva Orleans; allí una mujer de negocios que asiste a una convención se ve atrapada por una sensualidad inescapable y adictiva. Y “Dos” plantea una relación simbiótica entre una niña telépata y su receptor, un hombre joven, jugador compulsivo, que la utiliza como “ayudante” en partidas de cartas (y la mantiene a distancia, porque la chica está enamorada de él). De hecho, la adicción es el gran tema de Cadigan, ciertamente no ajeno al cyberpunk, que plantea la dependencia obligatoria y carnal a las nuevas tecnologías.
Cuando Cadigan incursiona directamente en el cyberpunk, a veces lo hace con un toque personal que la distancia de sus compañeros de subgénero: así “El cruce de Chico Lindo” es predecible en cuanto a una existencia virtual vía el video clip y la obsesión por la mirada, pero introduce un toque de romanticismo y una observación notable de la cultura gay en las discotecas; “Matrices” y “Seguir rockeando”, aunque logrados, son convencionales. Por cierto, resulta mucho más atractivo su manejo descarado del humor y la ironía, como en el extraño “Rescate en la ruta” –con un alien perverso– o “El día en que los Martel consiguieron el cable”, una venganza conyugal vía la tecnología que roza el absurdo. Y el gran cuento de esta recopilación es “Ini, mini, ipsatini”, un relato de terror clásico que visita el siempre fértil terreno de la infancia y el inquietante juego de la escondida para una revancha fantasmal.
Cada cuento, además, incluye divertidas y para nada solemnes introducciones de la propia Cadigan; iluminan sobre detalles personales y de contexto que enriquecen la lectura y, de alguna manera, revelan una época.
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