CARLOS FUENTES REGRESA A LA LITERATURA
Carlos Fuentes regresa a la literatura con una serie de cuentos que abundan en los lazos de sangre, la sangre de la violencia y la violencia de la historia. Una oportunidad de echar una mirada retrospectiva a una obra fuertemente enraizada en la contemporaneidad de América latina.
› Por Juan Pablo Bertazza
Todas las familias felices
Carlos Fuentes
Alfaguara
421 páginas
Novelista, ensayista, dramaturgo, cuentista y guionista, considerado por algunos el primer escritor profesional de México, y abanderado por excelencia del boom latinoamericano que, precisamente, empezó a estallar a partir de 1958 (año en que publica La región más transparente, su primera novela). Con el Premio Cervantes en su haber y un singular currículum que incluye colaboraciones con Luis Buñuel y hasta un western escrito junto a Gabriel García Márquez, aunque cada vez más lejos del Premio Nobel, surge una tímida pero legítima pregunta que se formula casi con un hilo de voz: ¿por qué razón sigue escribiendo este prolífico autor de 78 años cuando podría dedicarse a vivir holgadamente y viajar por el mundo como lo hacía en su infancia, a causa del oficio de diplomático de su padre?
Esa es la primera pregunta que surge al encontrarnos con Todas las familias felices. Pero para intentar una respuesta, en lo primero que hay que pensar es en la familia, aquella primaria institución que le viene a Fuentes como anillo al dedo para encarnar su característica tensión entre mito e historia, individuo y patria, identidad personal y colectiva, tiempo subjetivo y tiempo objetivo. Y hablando del tiempo, habría que preguntarse en qué recoveco de “La edad del tiempo”, el planisferio literario que –a la manera de Balzac– propuso Carlos Fuentes para organizar su obra en 14 secciones, se ubica este nuevo libro.
Todas las familias felices reúne 16 narraciones cortas fundidas con la arcilla de los coros que, a la manera de la tragedia griega, componen una voz discordante y colectiva que comenta la trama de los capítulos. Si Carlos Fuentes pensó todos sus libros como los capítulos de su ciclo de “La edad del tiempo” (cuyo corazón es Terra Nostra, su Apocalipsis now! de 800 páginas desbordante de historia cíclica y regresiva), Todas las familias felices vendría a antologar lo más representativo de su escritura, pero con capítulos nuevos y un plus. El tema central del nuevo libro de Carlos Fuentes son los parentescos, con todos los lazos imaginables e inimaginables: la mujer más fea de la familia que le roba el marido a su prima, el hijo deforme que pone a dura prueba el egocentrismo de un superficial galán de cine, un vagabundo que visita la casa de su hermano millonario para cambiar la suerte y, en el medio, el amor, encarnado en dos viejos novios que se encuentran luego de que sus padres le frustraran el casamiento, una pareja extremadamente fiel de gays en medio de la zona roja de México de los años ’60 (“una mezcla de St. Germain de Près y Greenwich Village”) y un matrimonio que no puede separarse porque sólo “los ojos de ella lo recuerdan a él como era de joven”.
Por supuesto que no faltan las alusiones a la historia de México (la infaltable revolución mexicana, desde luego) ni los escenarios de Chiapas y Ciudad Juárez, pero en este caso son sólo un fondo a partir del cual se cuentan los hechos. Ya dentro de la familia, el eje del libro parece estar puesto en la dicotomía rebelión/traición: una extensa gama de padres, desde un general que debe matar a su propio hijo revolucionario hasta un recalcitrante católico que quiere que sus cuatro vástagos vayan al Seminario, parece hostigar a sus descendientes con el oculto propósito de generar la rebelión: “el traidor es execrable, el rebelde es respetable”. Y, por último, lo que vuelve con el tema de la rebelión es la búsqueda de la , porque todos los personajes de estas familias felices mantienen su vigor de la primera hora, justamente, gracias a la rebelión de sus hijos.
Al mismo tiempo, y respondiendo a la cuestión inicial, podríamos decir que este nuevo libro se rebela a la cuantificación de “La edad del tiempo” con sus jugosos coros intercalados y la recurrencia de algunos de los personajes hacia el final del libro que, como los actores de cada acto, se unen en un saludo final. El éxtasis dionisíaco en Todas las familias felices –lindante quizás con Aura, su obra más experimental– desborda lo apolíneo de los primeros libros más realistas de Fuentes hasta fundirse en otro. Y arranca las agujas de “La edad del tiempo” con su contacto estrecho con la muerte (Carlos Fuentes perdió a sus dos hijos) para tender así a la eternidad que, como decía Platón en el Timeo, es el propio tiempo cuando ya no se cuenta. Lo interesante y lo paradójico es que Carlos Fuentes, en Todas las familias felices, sale de sí mismo para intentar dejar grabado su nombre con sangre. Tal vez sea ésa la razón por la que se decidió a escribir un nuevo libro.
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