Dom 21.01.2007
libros

POLITICA

El sueño de la razón

Con una bienvenida ligereza de tono y rigor en la investigación, Sergio Kiernan repasa los disparates más inimaginables que engendró la política nacional.

› Por Sergio Di Nucci


Delirios argentinos: las ideas más extrañas de nuestra política
Sergio Kiernan

Marea, 2006
196 páginas

Argentinos y argentinas miramos al resto de los países de Latinoamérica con una mezcla de compasión y zozobra por escenarios y escenografías que encontramos barrocos, excesivos, gratuitamente monstruosos. Pero si un país de este lado del planeta hizo mayores esfuerzos por alcanzar esos escenarios, fue Argentina. Si no lo sabíamos, nos enteramos gracias a este lúcido ensayo de Sergio Kiernan, que narra con sabiduría y con necesaria y bienvenida ligereza de tono algunas de las más extremas inverosimilitudes, fatalmente muy reales, que hemos forjado, o hemos padecido. Delirios argentinos erige un catálogo —ágil, bien entretenido— de los delirios que promovió Argentina, desde sus intelectuales epónimos hasta ciertos partidos políticos y grupúsculos de variado tinte ideológico. No hay que olvidar, según señala Andrew Graham—Yooll en el prólogo, que los delirios descritos con pasión de entomólogo por Kiernan ocurrieron “en vida de muchos de los que vivimos hoy, y también en vida de algunos de los que son nuestros gobernantes”.

El volumen está dividido en dos grandes partes, separadas por un breve interregno dedicado a las ideas que profesa un grupo llamado Tradición, Familia y Propiedad, nacido en Brasil pero bien arraigado y con desarrollos propios en Argentina. La primera parte está dedicada a los delirios promovidos por figuras y grupos tradicionalmente asociados a la derecha. Desfilan los fascistas, o nazis, o antisemitas Juan José Hernández Arregui, Hugo Wast (que fue director de la Biblioteca Nacional), Jauretche, Julián Martel, el economista Walter Beveraggi Allende, el chileno Alexis López Tapia, Alejandro Biondini, Marcos Ghío, el sociólogo Norberto Ceresole (ex asesor de Hugo Chávez).

El díptico estaría incompleto sin los delirios que se promovieron desde la izquierda, aun cuando se tratara, en estos casos, de efusiones mucho menos cruentas. A ellos está dedicada la segunda parte. Desfila en primer lugar el llamado posadismo, una corriente socialista que profesa el Pacto Galáctico con la intención de superar el capitalismo y promueve sesudas discusiones sobre la sociedad sin clases en otros planetas. No falta un Partido, el Comunista Revolucionario, que es maoísta y denuncia a los rusos como los verdaderos imperialistas, reivindica a Seineldín y define a Página/12, con una ingenuidad conmovedora, como “órgano del Partido Comunista”. O el propio Partido Comunista prosoviético, cuya historia se ha jalonado de decisiones inexplicables o delirantes, hasta el punto que afiliarse a él durante la dictadura del Proceso significaba, en palabras de Kiernan, un ambiguo salvoconducto para la seguridad personal.

“¡Vienen por el agua! (y la tierra, y el aire): un mito de la izquierda light” es el capítulo que cierra con brío este libro. Porque el autor refiere las ideas hoy tan oídas y repetidas que combinan xenofobia, horror religioso hacia el consumo, y un nacionalismo que carga contra todo y todos: que “en los ochenta “se llevaron” la industria, en los noventa “se llevaron” la deuda y las empresas nacionales, y en este dos mil “vienen por los recursos naturales que faltan (agua, tierra, aire)”. Es esa otra afición argentina la que Kiernan ejemplifica aquí ricamente: la de cargar las responsabilidades en los otros, como si el argentino fuese siempre una víctima ultrajada que no sabe qué ocurre.

Entre los méritos del volumen se cuenta el de intentar comprender qué lleva a personas, grupos y sociedades a construir delirios, a convencerse de ellos, y promoverlos. Porque es cómodo, y falso, limitarse a postular la locura y la maldad de las gentes. No es cierto que el motivo central de la invasión a Irak haya sido el petróleo: existieron razones más de fondo, unidas a convicciones mucho más idealistas, que desde luego se combinaron con otras más materiales. Personas como Camps, Videla, Bussi, creyeron que estaban haciendo las cosas bien, que estaban haciendo “su revolución y tenían su enemigo”. Tampoco invita Kiernan al escepticismo político, a abandonar los fueros políticos en virtud de un panorama desalentador por irracional. La apuesta es más bien por la vocación de permanecer en la Historia sin por ello sacrificarse a las ilusiones del Sistema, de los sistemas, siempre más pobres que la rica realidad. No parece seguro que los delirios argentinos dejen de reaparecer periódicamente y a veces volverse pesadillas. Y justamente, ¿no será el de las clases medias entrerrianas, según insiste el film No a los papelones, el penúltimo de nuestros inevitables delirios nacionales?

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