CRONICAS
Bohemio, periodista y burrero de los años ’20, Last Reason captó los trazos de su época a través de un lunfardo tan elogiado por Borges como por Arlt y Marechal.
› Por Martín Pérez
“Si la humanidad entera fuese aficionada a las carreras, cesarían de inmediato las luchas de clases, de razas y de partidos. ¡Qué nos vengan a nosotros con fascismo, irredentismo o bolcheviquismo! ¿Para qué lo queremos?”, escribe Last Reason en su “Elogio del hombre que juega a las carreras”. “No, no joroben. Que nos den un programa con numerosas inscripciones, un día de sol, un buen largador y un juez de raya que no haga macanas, y con eso y un poco de suerte el mundo es una papa.”
Así es como presenta Reason al objeto de sus columnas, publicadas en el diario Crítica allá por la década del ’20. Al mismo tiempo, así es como se presenta a sí mismo, ya que si de algo se ufana en sus textos es de ser la voz de ese hombre de la calle. Burrero, si es posible. Y bien lunfa.
Como bien señala Gabriela García Cedro en el prólogo a la flamante reedición de A rienda suelta, el primer volumen que compiló en 1925 las columnas burreras que el uruguayo Máximo Sáenz escribió bajo el seudónimo de Last Reason, a pesar de que sus aguafuertes costumbristas tienen muchos puntos en contacto con las de Roberto Arlt, no hay que buscar en estos textos demasiado afán contestatario, como sí sucedía con los del autor de Los siete locos. Sáenz sólo busca retratar lo que ve a su alrededor, y lo hace con una honestidad que permite asomarse a las calles, los colectivos y los hipódromos de la Buenos Aires de aquellos años. Y, lo más importante, también permite escuchar –o leer, más bien– cómo es que se hablaba en aquellos tiempos, al menos en aquellos ámbitos populares, para los que escribía Sáenz con sumo orgullo.
Verdadera leyenda de la literatura popular y el periodismo de la época, Sáenz no sólo escribía bajo el seudónimo de Last Reason, sino que era Rienda Suelta en La Nación, Bala Perdida en El Suplemento y escribió de fútbol como Half Time en La Razón. Falleció a los 73 años el 14 de mayo de 1960, no sin haber publicado antes varios cuentos, obras de teatro y una novela. Según escribió Miguel Unamuno, integrante de la Academia Porteña de Lunfardo, en el prólogo a la segunda edición de A rienda suelta, trabajó más o menos cotidianamente en revistas como Leoplán o Caras y Caretas y en diarios como Clarín o Noticias Gráficas. “Pero ninguna obra tuvo la repercusión que alcanzaron sus crónicas turfísticas, escritas en una mezcla de lenguaje lunfardo y argot burrero”, apunta.
Celebrado tanto por Borges en su El idioma de los argentinos como por Roberto Arlt en sus Aguafuertes porteñas por su oído para el habla popular, cuando se editó originalmente A rienda suelta, Leopoldo Marechal destacó de Last Reason que “conoce el medio que describe y ha hecho más, entregando su piadosa simpatía a esa clase de gente que adora un dios con patas de caballo”. Manuel Gálvez lo describió así: “Tenía un exterior vulgar y una mirada penetrante. Su sonrisa fina contrastaba con su traje roñoso. Escribía, con talento y gracia, crónicas hípicas en un castellano que produciría una encefalitis letárgica a los miembros de la Academia Española que se arriesgasen a leerlas”.
Son esas crónicas, justamente, las que se pueden recorrer en esta flamante edición de A rienda suelta que acaba de publicar la Biblioteca Nacional –junto a la editorial Colihue– en su heterodoxa colección Los Raros, que ya ha rescatado libros de Ignacio B. Anzoátegui, Eduardo Holmberg y Paul Groussac, entre otros. “¡Cha que son farabutas las féminas cuando se les emberretina la viaraza! Pero por suerte me cacha sin perros porque tengo una jafi que no pierde ni que largue cara vuelta”, se puede leer en “Carta a la nami de un topa”, apenas uno entre el medio centenar de ejemplos compilados en un volumen costumbrista y popular, que se recorre con curiosidad y casi ternura, como asomándose sin permiso a un universo que ya no existe, pero que al mismo tiempo es el que ha forjado el habla que construye nuestro mundo de todos los días.
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