Dom 10.06.2007
libros

JUAN FLORIDO - MARTA RIQUELME, DE EZEQUIEL MARTíNEZ ESTRADA

El infierno tan temido

Es probable que estemos ante una vuelta, ya indiscutiblemente canónica, de la obra de Ezequiel Martínez Estrada. Y en medio de ella, la reedición de dos de sus mejores relatos acercan el perfil menos discutido y recordado de su obra: el de un autor de ficción capaz de construir poderosas máquinas alegóricas sobre el destino de este país.

› Por Claudio Zeiger

Juan Florido
Marta Riquelme
Ezequiel Martínez Estrada
Interzona
117 páginas

Hay en marcha, de alguna forma subterránea pero concreta, una vuelta de Martínez Estrada? ¿Se ha convertido su obra, o por lo menos algunos de sus textos, en objeto de culto? ¿O es que se quiere ver en el ensayismo de Estrada destellar ciertas carencias de pasión que en voz baja se les reprochan a los inobjetables estudios académicos? ¿O es que en una oleada favorable una vez más se repite aquello que hay Martínez Estrada (en adelante EME, para ahorrar espacio) para todos los gustos? ¿O es que habrá llegado el momento de incorporarlo al canon como escritor a secas, sin tantos peros? Sin ánimo de responder todas estas preguntas, se puede señalar que sí, efectivamente, algo hay, y que algunas reediciones importantes y recientes como la de Muerte y transfiguración de Martín Fierro (Beatriz Viterbo, 2005) alientan nuevas miradas; también es cierto que empieza a fragmentarse la obra, permitiendo separadores donde antes no los había: en este volumen de Interzona se rescatan dos cuentos largos que hace mucho no se editaban, asociando entonces la figura del ensayista del “fatalismo telúrico” a la de un narrador de cuentos a la manera del primer Cortázar y en sintonía con ciertos tonos paranoicos de los ‘40, primeros años ‘50, donde se imaginaban invasiones de “los otros” al espacio familiar de la vida cotidiana; se trata de “Juan Florido” y “Marta Riquelme”, simétricos tanto en los títulos nominados como en las fuerzas extrañas desatadas en el orden social, y en las alegorías de la decadencia, esas metáforas “del infierno promiscuo”, al decir de Pedro Orgambide (Genio y figura de Martínez Estrada). Ya EME había merodeado tales promiscuidades en los ‘40, con “La inundación” (uno de sus textos más famosos), pero “Juan Florido” y “Marta Riquelme” (publicados en 1956-57), operan con el hecho ya consumado: la caída del peronismo, que en el imaginario de la revista Sur y del propio EME era visto como el final de un período de absurdo, de irrealidad, de delirio o borrachera colectiva. A pesar de haber sido escritos antes, vienen a ser como lecturas retrospectivas de ese tiempo de ignominia, como el opúsculo ¿Qué es esto?

Esa atmósfera pesadillesca e irrealista es nítida en “Juan Florido”: escritura de un sueño laberíntico que amenaza con no terminar nunca donde un hijo duplica al padre que se muere pero cuyo entierro se estira al infinito mientras el hedor gana el Palacio Bisiesto donde los Florido viven inmersos en una realidad poco florida. En tanto, “Marta Riquelme” presenta el escenario donde alguna vez se soñó la utopía de un pueblo bien avenido, pero la proliferación de habitaciones, parentescos y abogados llevó la utopía a su reverso. Aquí la pesadilla consiste en que todo gira alrededor de un manuscrito perdido; sólo queda un discurso vacío, flotante sobre un texto-hueco que es “sencillamente estupendo”, nos anuncia el narrador, pero el lector no puede leerlo.

Este rescate en una colección de ciencia ficción, puede pensarse, viene a situar a EME en la constelación de la literatura fantástica, pero aun en un ramal oblicuo. EME podría considerarse un cuentista “raro”. Por otra parte “Juan Florido” y “Marta Riquelme” podrían ser leídos como relatos emparentados con los cuentos de Bestiario, sobre todo “Las puertas del cielo”, no sólo por imaginar ciertas alturas venidas a menos (“el paraíso era el verdadero infierno”, se señala en “Juan Florido”) sino por una visión negativa sin matices de las clases populares, los invasores: mujeres peleadoras, achinadas, hombres peinados con gomina como por lengüetazo de vaca, niños chillones, muchachones bullangueros; sudor y camiseta; domingo y alcohol barato. El infierno de la promiscuidad del pueblo invasor, la chusma. No nos ahorra el autor una fuerte imagen ya clásica de la barbarie hincando su diente en la civilización: el auto vuelto gallinero (“el auto hacía tres años que estaba en el galpón, sin poder usárselo porque no había repuestos para el carburador. Las gallinas hacían sus nidos en los asientos”).

Pero lo cierto es que las masas no llegaron a tomar por asalto los salones de los hermanos de “Casa tomada” ni los obreros guillotinaron al patrón de la imprenta como amenazaban en “Juan Florido”. Licuado ese clima de época entre aterrado, conspirativo y por qué no festivo, la máquina de alegorizar ideada por EME se proyecta en el tiempo cada vez más perfeccionada, ya que obviamente una alegoría se estiliza al desprenderse de los últimos residuos de anclaje histórico. “Juan Florido” llega entonces al siglo XXI como una estructura clásica y hermosa, con la fuerza de un texto fantástico a lo Balzac: fantasía sustentada en una arquitectura realista.

“Marta Riquelme”, por su parte, es un relato que ha deslumbrado a escritores y críticos en sucesivos momentos porque permite desenrollar una teoría literaria sobre la autoría y la metaficción. En definitiva, crea otra máquina alegórica, más literaria que “Juan Florido”, pero no menos potente en su intencionalidad de marcar que en el paraíso anida el verdadero infierno.

De los interrogantes sugeridos al comienzo, podría utilizarse este volumen para intentar recortar el aspecto más literario de EME y de las polémicas que aún suscita su figura (acaba de reeditarse Una rebelión inútil de Juan José Sebreli, recomenzando un círculo crítico). Los expertos en su obra seguramente relacionarán estos relatos con la producción ensayística y casi panfletaria que derramó generosamente Estrada en los ‘50 tras la caída de Perón; la crítica literaria, los escritores, quizás intenten una imagen más autónoma de sus relatos. Creemos que ambas posibilidades se habilitan a partir de la lectura de “Juan Florido” y “Marta Riquelme”, y elegir una de esas vías no excluye a la otra. Al fin y al cabo, y sin eliminar los ecos de las viejas polémicas parricidas, Ezequiel Martínez Estrada empieza a naturalizarse como escritor, a ser aceptado como “uno más” y alguien en sí no necesariamente como cifra y signo de otra cosa inefable y fatal, determinista y oscura como tantos pasajes de sus obras. Hoy, la obra de EME vuelve a nacer y lo que sigue es “sencillamente estupendo” porque al fin y al cabo el mundo sobrevivió a sus designios más pesimistas y hasta sus textos, paradójicamente, resurgieron de la hecatombe.

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