RIVAS
La quema de libros en una obra ambiciosa y que no desdeña toques didácticos.
› Por Veronica Bondorevsky
Los libros arden mal
Manuel Rivas
Alfaguara
616 páginas
Frases o adjetivos para retratar y repudiar una quema de libros existen varios; la gran cuestión al transformar este hecho paradigmático en material de escritura (es decir, en material artístico) es cómo: ¿cómo hacer para que una lectura sobre la quema de libros sea realmente singular? Y, si luego del nazismo, Adorno dudó de que fuera posible escribir poesía después de Auschwitz, y Steiner, radicalizando aún más esta postura, postuló el silencio como respuesta, el escritor de origen gallego Manuel Rivas en Los libros arden mal se situó en el polo contrario, proponiendo una profusión de voces. En más de 600 páginas, Rivas da lugar a un gran número de personajes (ficticios la gran mayoría, reales alguno que otro), historias y épocas que van desde fines del siglo XIX hasta nuestros días, con eje sobre todo en la Guerra Civil.
Hay, en la novela, un proyecto épico, de extensión mayúscula, que refleja un trabajo artesanal con el lenguaje por parte del autor.
La escritura de Rivas reconstruye fundamentalmente la historia de su patria a lo largo del siglo anterior. También Los libros arden mal es un homenaje al mundo de los libros, al gran universo, cual Biblioteca de Babel, que conforman y sobre su “peligrosidad”, y la necesidad por parte de los gobiernos totalitarios de su desaparición.
Pero todos estos grandes temas de a ratos pierden fuerza por su propio halo de asunto serio que asoma a lo largo de la obra, y que, a la manera del gran pater familias Saramago, termina cada tanto con algunos tintes aleccionadores o demasiado explícito de que algo está mal.
En ese sentido, la narración gana con las pequeñas ironías, de la que vale aclarar posee, y varias, como la quema de un libro de cocina entre los grandes libros que van a parar a una fogata o el entierro de las cenizas de los libros, ya que en la pequeñez, en las anécdotas, se confronta la absoluta y magnánima maldad, y se devuelve lo propiamente humano de la intolerancia.
Otra cuestión es que, si bien es su-
gestiva la apuesta por una obra de gran extensión con pequeñas historias que la atraviesan, la historia que la recorre in extenso se diluye en algunas partes para ralentarse fundamentalmente al final.
En cuanto al propio derrotero del escritor, Los libros arden mal trae consigo inquietudes presentes en el cuento “La lengua de las mariposas” o en la novela El lápiz del carpintero, que tienen a la Guerra Civil como telón de fondo; sólo que aquí potenciado y al servicio de un gran obra, de un gran y fastuoso retrato de la humanidad que a veces en su legítimo intento de condena resulta demasiado manifiesta.
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