Dom 24.06.2007
libros

HISTORIAS BREVES. ROMPER CON LA RUTINA. FELICIDADES IMPERFECTAS

Tres nuevos narradores

Historias breves

Bonsái
Alejandro Zambra
Anagrama
94 páginas

Alejandro Zambra, nacido en 1975, es de esa generación de escritores chilenos que crecieron entre las sombras del opaco discurso de la dictadura de Pinochet, con la televisión y los diarios que decían poco y nada y los libros que se movían apenas por circuitos esquivos y azarosos. Pero un día la dictadura terminó, y el deshielo fue lento pero altamente perceptible, y por la puerta que se acababa de abrir entró todo un torrente de literatura que los jóvenes aún no habían leído, así como también el cine, los debates, la poesía, y una nueva manera de pensar lo chileno. Este es, a grandes rasgos, el mapa de esquirlas que se incrustaron en el ojo de esta generación y configuraron su modo de pensar y escribir literatura.

Zambra desembarcó en la literatura con dos libros de poemas —Bahía inútil, de 1998, y Mudanza, de 2003—, al que le iba a seguir un poema largo, con el tentativo título de Bonsái. Sin embargo, en pleno proceso de escritura, el chileno se dio cuenta de que eso que estaba escribiendo era en realidad una narración o, en rigor, una protonarración. Y eso hizo: construir un relato breve, conciso, que resume en 94 páginas una telaraña de historias que podrían haberse prolongado por 300, pero sin perder una veta lírica que le confiere a la nouvelle eso que podríamos llamar su voz propia. Bonsái —y el título lo dice todo— lleva al límite esa línea tan actual que propone al relato como el resumen de lo que podría ser una obra más voluminosa, más desplegada. Es la idea de llevar la narración a su punto más alto de concentración, y en este caso el resultado es un libro redondo, bello, y preciso.

Romper con la rutina

El encierro de Ojeda
Martín Murphy
Adriana Hidalgo
123 páginas

El encierro de Ojeda, premio Juan Rulfo de Novela Breve, es una novelita de tinte kafkiano. Un personaje solitario atrapado en un laberinto burocrático, el ambiente gris y opresivo que obliga al antihéroe a replegarse sobre sí mismo, el tajo que separa al individuo del mundo. Con sus 123 páginas, la novela del argentino Martín Murphy (1971) propone una serie de abordajes paralelos y complementarios. Pero primero refiramos brevemente la historia. Ojeda trabaja en la parte contable de una empresa tipo, volcándose con fervor a sus cálculos cotidianos, cuando un intenso dolor que luego deviene panic atack lo empieza a devorar. Entonces se contacta con un psiquiatra sumamente extraño que le da una clave simple: que haga algo que le consuma toda su energía y lo haga olvidarse del mundo y de sí mismo. Ahí empieza la verdadera historia, la búsqueda de Ojeda por encontrar la adicción perfecta, adicción que lo va a llevar a la forma más plena de la reclusión.

La apuesta central de la novela está puesta en la búsqueda por componer un estilo hipnótico, a base de repeticiones y escasas imágenes. Bajo la superficie de ese lenguaje llano pero cuidado, el relato proyecta un grupo de reflexiones que tienen como eje la escritura, la soledad, el mundo de las jerarquías laborales y, en un plano más sesgado, la pareja. Incluso, podría leerse El encierro de Ojeda como una novela de educación; sería así un relato que se apropia del género desde su costado más alucinado y quebradizo. Como lo kafkiano, la nouvelle de Murphy tiende a lo universal, pero también despliega ciertos ambientes y figuras que hacen a El encierro de Ojeda una novela con ese raro corte argentino.

Felicidades imperfectas

En jaque
Berta Marsé
Anagrama
174 páginas

El primer libro de Berta Marsé —nacida en Barcelona en 1969, hija del escritor Juan Marsé— se llama En jaque y está armado con siete cuentos. A pesar de exhibir una calidad dispar, todos mantienen un leit motiv temático o argumental: son historias que presentan un momento de la vida cotidiana en donde algo sucede (un descubrimiento, una infidelidad, una tragedia) y la calma de lo rutinario y lo establecido se resquebraja y amenaza con estallar. La idea le habría surgido cuando, hace seis años, leyó en la casa de una amiga el cuento “Felicidad perfecta” de Katherine Mansfield. A partir de entonces, Marsé se dedicó a escribir cuentos en donde una vida perfecta de pronto choca contra la pared y parece romperse. La idea, ciertamente, es buena. Las tramas tienen ciertos giros inesperados, y Marsé no vacila a la hora de jugar con el lenguaje más cotidiano, el lenguaje poco retórico de lo doméstico. Sin embargo, ese giro epifánico que propone la idea vertebral del grupo de cuentos no produce el shock al que aspira. Los cuentos no tienen intensidad, y la “vida perfecta” está narrada con el mismo tono edulcorado con que se narra el quiebre, allí donde debería estar la fuerza y la explosión de los relatos. Las escenas, además, están demasiado explicadas, y poco queda en esa estructura para el lector.

Es cierto que un solo libro no habla de una literatura nacional (ni siquiera la suma de todos los libros habla de una literatura nacional, esa extraña entelequia), por lo que no podemos sentenciar una agonía de la literatura española joven. Pero es poco lo que llega a nuestras costas de autores no consagrados, y seguiremos entonces a la espera de algún viento que remueva un poco la alfombra y saque de ahí abajo una obra que quiebre la literatura en dos.

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