ANTOLOGíA DEL DECADENTISMO. PERVERSIóN, NEURASTENIA Y ANARQUíA EN FRANCIA
› Por Mariano Sverdloff
Antología del decadentismo
Perversión, neurastenia y anarquía en Francia
Caja negra
282 páginas
La presente antología cumple con la nada desdeñable tarea de ofrecer en lengua castellana una imagen completa y representativa del decadentismo, uno de los principales movimientos literarios franceses de finales del siglo XIX. Más nombrados que conocidos entre nosotros, el carácter ambiguo y heterogéneo de estos escritores parece haber conspirado contra su traducción al español. Eruditos, fragmentarios, violentos, esporádicamente místicos, las versiones más divulgadas de la historia de la literatura los ha condenado a una suerte de limbo: son simplemente ese intersticio menor que cierra el siglo brillante de Stendhal, Hugo, Balzac, Flaubert, Mallarmé y Zola. El motivo es que los textos decadentes, por su radical inestabilidad ideológica y genérica, han sido difíciles de asir y clasificar para la crítica; y que sus autores, católicos ultramontanos pero admiradores del Marqués de Sade, vacilantes entre el preciosismo y el lenguaje de los bajos fondos, según la ocasión vitalistas o espiritualistas, han sido demasiado antiilustrados, individualistas y diletantes para las lecturas progresistas y demasiado escépticos, anárquicos y neuróticos para ser recuperados en bloque por posiciones reaccionarias. Es por esa aparente confusión, sin embargo, que ellos son centrales para entender qué pasó entre Baudelaire y Flaubert –esto es, la literatura post 1848– y lo que vendría después, las vanguardias. El lector se encuentra, entonces, ante una excelente ocasión para acercarse a las obras de Lorrain, Villiers de l’Isle Adam, Barbey d’Aurevilly, Huysmans, Richepin, Mirbeau, De Gourmont y Schwob; y también para interiorizarse en las discusiones que rodearon eso que hacia 1885 se bautizó decadentismo, término polisémico que es a la vez un diagnóstico sobre la sociedad, una teoría de la literatura y una metáfora de inspiración positivista sobre la degradación de los cuerpos. La selección de textos, que está organizada temáticamente en varias secciones, revela un detallado conocimiento de los autores por parte del dedicado prologuista, traductor y anotador, Claudio Iglesias. Por su parte, el prólogo ofrece una entusiasta contextualización, que no evita la discusión ni el tono apologético, características que recuerdan al Darío de Los raros y las traducciones de Aldo Pellegrini de Artaud y Lautréamont. Es precisamente en virtud de ese ardor polémico que Iglesias, a la hora de comentar la política del decadentismo, subraya, contra otras interpretaciones, la relación con el anarquismo y la centralidad para la política decadentista del lema de Kropotkin, “destruir para crear”. El libro concluye con una serie de pequeñas biografías de los autores escritas por el mismo traductor, piezas literarias que, aunque hayan sido redactadas un siglo después, por su humor y por su estilo en nada desentonan con los textos franceses antologizados. Citemos simplemente para finalizar las últimas líneas de la semblanza que Iglesias le dedicada a Joris Karl Huysmans: “Víctima de un insoportable cáncer de mandíbula, Huysmans murió el 15 de mayo de 1907, no sin antes redactar las invitaciones a su propio funeral, que tuvo lugar en Montparnasse, donde fue cremado vestido de monje, provocando un último y calculado estupor”. Una anécdota ciertamente ilustrativa del modo en que los decadentes entendían la relación entre ironía y religión.
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