Sandra Carli es autora de Infancia, educación y política (Miño y Dávila), un luminoso ensayo sobre políticas educativas argentinas. En la siguiente entrevista, la autora revisa las diferentes evaluaciones históricas de la concepción sarmientina y su relación con el presente.
Por Gabriel De Luca
Hablar sobre la educación en la Argentina implica, de manera insoslayable,
detenerse en la figura de Domingo Faustino Sarmiento para analizar sus ideas
y sus acciones y para entender las adhesiones o los rechazos de los que ha sido
objeto en diferentes épocas. Sarmiento forma parte de la seminal Generación
de 1837. Como muchas otras figuras del siglo XIX, fue un hombre de numerosos
roles: político, intelectual, educador y escritor. Sandra Carli, profesora
de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA e investigadora del Conicet, analizó
en su libro Niñez, pedagogía y política la vigencia de
Sarmiento en la historia de los procesos educativos argentinos. En un
recorrido por las biografías de los hombres del siglo XIX, pueden leerse
múltiples fenómenos. De los relatos de viajes de Sarmiento se
obtiene una descripción de las sociedades extranjeras, una visión
de la vida cotidiana de esos mundos. Al leer el Facundo aparece una mirada de
la sociedad y de la cultura profunda de la Argentina. Por otro lado, en sus
obras sobre educación, se trasluce el hombre político que piensa
la sociedad futura con un sistema educativo amplio, que incluye a las grandes
masas. Sarmiento creía (a diferencia de Alberdi) que la educación
era la llave maestra para construir ciudadanía a partir de la inmigración.
Mientras el autor de Las Bases pensaba que podía constuirse la Nación
con meros habitantes con derechos civiles, Sarmiento insistió en transformar
a los inmigrantes en ciudadanos y propietarios.
En Educación popular (escrito por encargo del Ministerio de Instrucción
Pública chileno en 1845) y en la Ley 1420 de 1884, precisamente, se plasman
numerosas ideas sarmientinas sobre la educación pública. Esta
ley es incluso más amplia que nuestra Constitución
nacional de 1853, ya que incluye a la totalidad de los habitantes sin importar
sexo, nacionalidad, condición económica, social o religiosa. Las
ideas de Sarmiento se ven concretadas en esa ley al mismo tiempo que se rescata
la escuela como una institución profundamente disciplinadora, señala
Carli. Sarmiento, como hombre de gestión política, no podía
pensar una sociedad argentina sin una alfabetización escolar masiva en
el país.
Más allá
de la Ilustración
Desde que se implantaron las ideas educativas de Sarmiento hasta nuestros días,
su figura ha sido alabada y vapuleada. Hasta los años 50, aparece
valorado a través del estereotipo transmitido por la escuela: el prócer
modelo, el mejor alumno, el que nunca faltó, el Sarmiento de sus Recuerdos
de provincia. Pero también es retomado desde otros ámbitos: Todos
los pedagogos posteriores reivindican su figura más allá de si
el pedagogo es de derecha, centro o izquierda. No hay forma de mirar la educación
argentina sin empezar con Sarmiento, enfatiza Carli.
En los primeros años del siglo XX (ver nota de tapa) se impugna el laicismo
que había pregonado Sarmiento, que desemboca en la educación religiosa
implantada por el peronismo en los 40. En las décadas del 60 y
del 70, lo que se critica es la escuela como institución o dispositivo
cultural y político. Aparecen cuestionados, desde esta perspectiva, tanto
la escuela como el hospital y la familia. Es entonces cuando el lugar disciplinador
de la educación sostenido por Sarmiento se pone en discusión.
La lectura revisionista de la historia critica a Sarmiento sobre todo por su
mirada ligada más al mundo (Argirópolis) que a la identidad local,
por su confianza ciega en cuanto a la capacidad de los aparatos escolares para
transformar las condiciones sociales de existencia.
En las últimas décadas, sin embargo, a raíz de los conflictos
político-gremiales que protagonizan los docentes de todos los niveles
y con el embate contra la escuela pública (una de cuyas principales manifestaciones
fue la provincialización de la educación), reaparece la figura
sarmientina realzada por Ctera, por ejemplo como referente de la
educación pública nacional.
Sarmiento es un hombre bisagra entre mayo y el fin de siglo XIX. Es polémico
en sí, muy argentino, y combina los rasgos progresistas de una nueva
sociedad homogénea, civilizada, letrada, cercana a lo burgués,
que supone un Estado responsable de la educación, por un lado, con los
rasgos más violentos de la Argentina, encarnados en políticas
de exterminio (del caudillo, del indígena, de la tradición española),
por el otro, sintetiza Carli.
Sarmiento hoy
Una pregunta difícil para una especialista: ¿Cómo vería
Sarmiento la escuela de hoy? El Estado ya no cumple el mismo rol. Debería
ejercer la autoridad y hacer cumplir la ley. ¿Pero quién penaliza,
en concreto, que hoy un chico no vaya a la escuela? Con este corrimiento de
la función del Estado, indudablemente, Sarmiento no hubiera estado de
acuerdo. Si bien es cierto que tal vez hubiera acordado con una mayor descentralización
en relación con las necesidades de las localidades o de las provincias,
sin duda habría repudiado una descentralización como la actual,
que implica la pérdida de la responsabilidad del Estado frente a un sistema
educativo único, gratuito y equitativo.
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