LIBRO CHICHE > LIBROS PARA LOS MáS CHICOS
› Por Sergio Kiernan
Un gran misterio de esta vida es por qué los libros de Maurice Sendak les gustan a los chicos. Vagamente peligrosas, algo amenazantes, sus obras sostienen una lógica alterada donde causa y efecto andan algo corridos. En una de sus muchas fábulas de bolsillo, el niño Pierre se levanta cabrón y sólo dice “no me importa” con mayor o menor énfasis, con lo que se pelea con su padre de bombín y su madre de sombrero de pajaritos. El niño se queda castigado en casa y entonces aparece un león que le advierte que se lo va a comer. “No me importa”, dice Pierre, una y otra vez, y el león, con cara de pena y desconcierto, se lo come. Los padres vuelven, encuentran al león en cama e indigesto, corren al hospital. Los médicos sacan al niño de la panza del león, para alivio de ambos. A Pierre ahora sí le importa, el león le ofrece llevarlo a casa en su lomo y de paso lo invitan a pasar unos días de visita. Todos contentos.
Sendak fue un gran artista –sus ilustraciones de Alicia son todavía más dementes que las originales– que siempre hizo todo como para no impresionar. Al final, lo suyo era arte para chicos, a los que enseñaba a contar mostrando cómo un pibe de saquito lee solo en su cuarto y es invadido gradualmente por un ratón, un gato, un pájaro, un policía, una tortuga, hasta diez apretadas figuras. A mitad del libro, el niño lector se indigna y los echa, con lo que se muestra cómo contar para atrás.
Donde viven los monstruos es la obra máxima de Sendak, su clásico, un best-seller interminable y, en Estados Unidos, un regalo perenne para padres primerizos. Con un texto de poquísimas líneas e ilustraciones fascinantes, polisémicas y contradictorias, este libro es un raro instrumento de larga duración: en casa ya llevamos siete años usándolo, desde la primerísima comprensión de qué es un libro hasta la lectura solitaria y, se sospecha, nerviosita.
El cuento es simple: Max se porta tan mal que su madre –nunca vista pero presente– lo declara un monstruo y lo manda a la cama sin comer. Disfrazado de lobo, Max entra a su pieza y ve que se transforma en una selva junto al mar. En la orilla hay un bote con su nombre. Max aborda y navega “a través del día y de la noche, entrando y saliendo por las semanas, saltándose casi un año” hasta llegar a tierra de monstruos. Los bichos son horribles y terribles, pero Max los amansa con su truco mágico y las bestias, asombradas, lo declaran el más salvaje y lo hacen rey. Max tiene una larga fiesta monstruosa con sus nuevos amigos, hasta que se siente solo y decide volver. Sube a su bote, con los monstruos desconsolados que le piden que se quede, le juran amor y quieren comérselo de tanto cariño. Max vuelve a casa: su habitación ya es normal, hay comida servida. Y todavía está calentita.
Sendak publicó esta joyita en 1963 y se ganó la medalla Caldecott, el Pulitzer para libros infantiles. Se jubiló el año pasado, cargado de honores y con varios diseños visuales para óperas encima. Max y sus monstruos son el Sendak favorito de familias que tienen su obra completa. Y no hace falta tener una –o siete años de edad– para entrar en su historia.
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