La ilustración, un proyecto incompleto
Diccionario de teoría crítica y estudios culturales
Michael Payne (comp.)
trad. Patricia Willson
Paidós
Buenos Aires, 2002
756 págs.
por Santiago Lima
Michael Payne es profesor de Inglés en la Bucknell University (Pensilvania) y autor de Reading Theory: An Introduction to Lacan, Derrida, and Kristeva (1993) y Reading Knowledge: An Introduction to Barthes, Foucault and Althusser (1997). ¿Hace falta decir más? Un prestigioso profesor norteamericano experto en teoría francesa: el tipo de intelectual que para algunos científicos (como Alan Sokal) sería responsable de la decadencia (y también de la arrogancia y la impostura) de los estudios culturales en los Estados Unidos. Dejemos que ellos discutan el estado del propio campo y limitémonos a envidiar (además de la opulencia) la salud de un sistema educativo capaz de proponer un Diccionario como el que Payne publicó en 1997 y que llega ahora a las librerías y bibliotecas de lengua castellana gracias a la eficacia de editorial Paidós y a la cuidadosa traducción de Patricia Willson.
Comparado con otros diccionarios semejantes –por ejemplo, el intransitable y francesísimo Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje (1972) de Ducrot y Todorov–, el de Payne es un prodigio de síntesis, sabiduría y claridad, que elude con gran elegancia el riesgo de todo diccionario especializado: no servir para nada (si el lector ignora todo sobre la materia no entiende los artículos del diccionario, y si sabe lo suficiente, el diccionario, con su tendencia a la condensación, la simplificación y el aforismo, no resuelve sus dudas). El Diccionario de teoría crítica y estudios culturales es, tal cual promete su contratapa, una herramienta imprescindible para orientar tanto a iniciados cuanto a legos en el –a esta altura del partido– farragoso universo de las Humanidades tal como fueron moldeadas a lo largo del siglo XX: “El estructuralismo, el postestructuralismo, la fenomenología, el feminismo, la hermenéutica, el psicoanálisis, el marxismo y el formalismo han ejercido particular influencia; tienen, pues, un lugar destacado en las entradas de este diccionario”, declara Payne en el “Prólogo”, con irreprochable criterio, mal que les pese a críticos conservadores como Harold Bloom. En efecto, “habrá poco material de interés para el humanista tradicional que siga abrigando una concepción del arte apartada de las vicisitudes de la historia, la política, la economía y las recientes intervenciones de la deconstrucción, el feminismo, la semiótica, el marxismo y el psicoanálisis –si es que ese tipo de humanista existe”–, reconoce Payne.
Más allá de la evidente ironía, ese tipo de humanista existe y es el enemigo teórico contra el cual ha sido tramado este diccionario. Quinientas entradas (de despareja longitud y calidad, todas ellas firmadas), 116 colaboradores, una completísima bibliografía y un útil índice analítico y de nombres propios hacen de este Diccionario un titánico proyecto colectivo, predominante pero no exclusivamente anglosajón. Como si la Ilustración (el marco político-epistemológico de esta obra) pudiera hoy sobrevivir apenas en ese puñado de prósperas universidades de habla inglesa.
En la “Introducción”, Payne presenta el concepto de cultura que ha guiado su trabajo y el de los demás articulistas. Se trata, naturalmente, de las definiciones seminales de Raymond Williams, Richard Hoggart y E. P. Thompson, los célebres investigadores del Centro de Estudios en Cultura Contemporánea de la Universidad de Birmingham (con el que acabó el thatcherismo), pero también del nuevo historicismo y la etnografíaestadounidense (Stephen Greenblatt y Clifford Geertz), la teoría cultural de tradición alemana (de Adorno a Habermas) y de la crítica del imperialismo (Edward Said y el legado de Foucault). Tradiciones, por cierto, que no pueden ponerse en contacto sin fricción, pero que en todo caso sirven todas ellas a la petitio principii que se lee en la Dialéctica de la Ilustración de Adorno y Horkheimer: “Estamos plenamente convencidos de que la libertad social es inseparable del pensamiento ilustrado”. Y si la Ilustración, por su propia dinámica, pudo ser analizada, en la misma Dialéctica, a partir de sus tendencias autodestructivas, el proyecto de Payne, como todo proyecto escolar que se precie, se obliga a señalar que “poca cosa habrá hecho la teoría crítica y cultural si no aporta una renovada reflexión –acompañada por una acción basada en la información y el conocimiento– a estas constantes invitaciones al proyecto de la Ilustración”.
Teniendo en cuenta esa apuesta teórica (que, en estas épocas de barbarie desencadenada, vuelve a ligar libertad social y pensamiento ilustrado), el trabajo de Payne y sus colaboradores (de la talla de Laura Mulvey, del British Film Institute, o Frank Kermode, del King’s College) adquiere su verdadera dimensión política al devolverle al sistema escolar todo lo que se le debe.