Dom 08.09.2002
libros

Internet para todos

Democracia digital. Límites
y oportunidades
Heriberto Cairo Carou (comp.)
Trotta
Madrid, 2002
136 págs.

› Por Daniel Link

La compilación realizada por Heriberto Cairo Carou reúne algunas ponencias presentadas en el V Congreso Español de Ciencia Política y de la Administración celebrado en Tenerife en septiembre de 2001. En común, los artículos examinan, tal como reza el título, los límites y oportunidades de la “democracia digital”, es decir: el papel que las nuevas tecnologías (Internet) juegan en los procesos de modernización social y democratización política. Dejando de lado la hipótesis de que la humanidad (ese universal) o las democracias occidentales (en general) o algunos países como la Argentina (en particular) puedan estar lanzándose a una hecatombe sacrificial de autoaniquilación (hipótesis milenarista pero un poco intolerable), lo cierto es que las nuevas tecnologías suponen límites y oportunidades para las democracias representativas.
Dos hipótesis, pues, son las que al respecto pueden leerse en la interesantísima compilación de Cairo Carou: o bien los mecanismos de la red pueden servir para revitalizar la vieja democracia representativa devolviéndole la credibilidad que parece haber perdido en prácticamente todas partes, o bien servirían para instaurar formas de democracia directa, ahora que la objeción insalvable sobre el tamaño del demos implicado en las democracias de masas parece pasar a un segundo plano. Como señala Joan Subirats en su contribución a Democracia digital: “Con todas las cautelas necesarias, y siendo consciente de que las formas de deliberación en asamblea son distintas a las que se dan por teléfono o en un forum virtual, se podría al menos pensar hasta qué punto empiezan a darse las condiciones para avanzar hacia formas de democracia electrónica, en la que sea posible acercarse a los viejos ideales rousseaunianos sin las cortapisas del tamaño del demos y buscando eficiencia en la toma de decisiones”. Por cierto, las potencialidades de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) que permiten soñar con un ágora electrónica obligarán a repensar enteramente las instituciones de la democracia, la relación entre los gobiernos y la ciudadanía, los procesos de toma de decisiones y de legitimación (a través del voto electrónico, por ejemplo), etc.
Lo que algunos observan con tecnológico optimismo, para otros no es sino una mascarada más que la política tradicional utilizará (aún cuando se hable de “transparencia” y de “interactividad”) para volver más opaca todavía la democracia (ver nota de tapa en esta misma edición).
En todo caso, así como muchos filósofos han insistido en la relación que los Estados nacionales tuvieron históricamente con el Humanismo como dispositivo de control de las potencias autodestructivas del hombre (Peter Sloterdijk, por ejemplo), las sociedades posthumanistas (y, por lo tanto, postepistolares: vivimos en la era del correo electrónico) encuentran un factor de experimentación y de autoconciencia en las TIC: las comunidades imaginadas que fueron los Estados nacionales coincidían con un estado de la tecnología (los correos nacionales, el telégrafo, el teléfono, etc.). Hoy comienzan a formarse comunidades imaginadas a partir de Internet (tal el caso algunas comunidades artísticas experimentales, los movimientos antiglobalización, o ciertas corrientes de opinión ilustrada como la que se expresa en la “Carta abierta de intelectuales y artistas argentinos por la Asamblea Constituyente” que se reproduce por separado).
Se trata, en la perspectiva de los investigadores reunidos en Democracia digital, de reinventar la Ilustración a partir de la electrónica. Para eso, como antes se trataba de alfabetizar y llevar los rigores de laeducación pública universal a todos los rincones, hoy se trataría de salvar la “brecha digital” –o, como prefiere decir en su contribución José Carracedo Verde, la “estratificación digital”– a través de políticas de alfabetización electrónica.
Para que alguna política democrática sea posible en la ciudad virtual que sería la red, primero es necesario garantizar el acceso o conexión y luego la interacción, es decir: la posibilidad de utilizar y someter a debate los flujos de información que circulan por Internet.
Si es verdad que hemos pasado –como señala Heriberto Cairo Carou– del espacio político territorial al espacio político reticular, eso no garantiza sino el inmenso trabajo que tenemos por delante: educar, una vez más.

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