Dom 23.09.2007
libros

GRUSS

Niña en el tiempo

La militancia de los padres, la escuela, las lecturas adolescentes, son revisitadas en el primer texto en prosa de Irene Gruss.

› Por Leonor Silvestri

Una letra familiar
Irene Gruss
Bajo la Luna
74 páginas.

Una de las voces más potentes de la poesía argentina actual sorprende con su primera publicación en prosa, con resonantes ecos oblicuos a Cuadernos de infancia de Norah Lange o, incluso, a Varia Imaginación de Sylvia Molloy. Irene Gruss evoca la infancia a través del soliloquio de voz de niña que se va haciendo adulta en la década del ’60, como si se tratara de un diario íntimo, pero sin serlo realmente. Un mar de sensaciones, con un fino manejo poético sobre la lengua, propio de su ámbito literario de procedencia, y un asombroso trabajo de recuperación de usos y modismos de aquellos años son la características claves de este sutil texto.

La historia familiar parece no tener grandes sobresaltos a simple vista. De entre lo nimio, aparecen las líneas políticas de experiencias obreras históricas. Aunque la nena, evocadora y protagonista de esa memoria, no entiende siempre lo que ocurre, el público lector percibe los riesgos que corren una madre y un padre militantes del PC. Sin embargo, y aun ante la ubicuidad de la herencia del progresismo argentino, especialmente judío, este texto no es torpemente panfletario. Gruss se las ingenia para mostrar las contradicciones inherentes a los miembros del partido sobre la educación de su progenie, especialmente condensadas en la figura de la severa madre, que critica el aburrimiento infantil frente al libro de estudios como "lujo de ricos" o que impide a su nena, por momentos frívola, tomar la comunión sin una persuasión convincente ("Le pregunté con furia por qué no podía tomar la comunión y ella estiró el cuello seria y dijo: ‘Porque nosotros creemos en el Hombre’. Yo no entendía qué tenía que ver eso con el vestido para la comunión"), o el lugar de las mujeres que continúan siendo la cocina y que, más allá de toda militancia, sigue reproduciendo la opresión de otras mujeres, por ejemplo, a través de la empleada doméstica. Asimismo, los pequeños detalles y el rol (de)formador de la escuela que colisiona indefectiblemente contra la voluntad de ese mundo en construcción con nuevos individuos y sus gustos de clases.

No es esta una almidonada oda a la infancia dorada. La voz que recuerda se enfrenta duramente, aunque su estilo no sea tal, con todas las trabas que le tocan por ser mujer, argentina, no exactamente delgada o bonita, y desear ser algo diferente a lo que tanto sus padres como el mundo tienen reservado para ella; y eso se paga con el ostracismo, muy levemente autoimpuesto.

Sin embargo, a pesar de la sordidez de la rememoración, el libro es cálido, con dulces escenas de la vida cotidiana y trifulcas ideológicas que hoy serían impensables. Las lecturas formadoras de la adolescencia sumadas a algunas referencias son hoy inexplicables para el joven lector separado del mundo de la política ("le dije a mi madre que iba a afiliarme al Partido. Yo quiero ser como la de Pasaron las grullas"). Aunque, de algún modo, Una letra familiar reniegue tanto del paulatino aburguesamiento de su propia familia como de ciertos aspectos de la lucha, la emotividad de "luna como una pintada roja" que tiñe el texto frente al graffiti anti-norteamericano recién hecho por su protagonista, reclama aún, como la famosa letra de Los Redondos, un regreso a Octubre. Temas que en la actualidad son motivo de infundada burla, pero que en otro momento eran la promesa de un valiente mundo nuevo.

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