Domingo, 30 de septiembre de 2007 | Hoy
VAN BREDAM
El último premio Emecé recupera teoría y práctica de la novela negra argentina, donde política y enigma se unen.
Por Ezequiel Acuña
Teoría del desamparo
Orlando van Bredam
Emecé
230 páginas.
El resurgimiento del género policial en la literatura de los últimos años se ha caracterizado por entregarnos novelas a mitad de camino entre la copia y el homenaje paródico del tradicional policial inglés, aquel preferido por Borges donde detectives fríos y lógicos resuelven los enigmas desde el sillón de sus habitaciones. No es este el caso de Orlando van Bredam que con su reciente novela, Teoría del desamparo (ganadora del Premio Emecé 2007), corre el riesgo y acepta el desafío postergado de volver sobre el policial negro más mundano y realista. Dividida en Hipótesis, Tesis y Conclusiones, no es sólo un relato policial deudor de la novela negra sino también una tesis sobre una nueva construcción del verosímil del género.
Quizás uno de los grandes aciertos, en ese sentido, sea el papel secundario del detective, un ex estudiante de literatura que ha aprendido la profesión por correo y se parece más a un vendedor de flores que a Sam Spade o a Philip Marlowe. Y es que bajo la lupa de Van Bredam esos personajes emblemáticos toman un aspecto distinto, como si luego de sumergirlos en una ironía corrosiva y bastante argentina perdieran cierto color y brillo para ganar naturalidad. Es ese doble camino de búsqueda en la teoría y en la práctica lo que juega a su favor, esa puesta a prueba de los estereotipos de donde surgen los contrastes y matices a partir de los cuales construye los personajes amoldándolos con precisión a una visión de lo cotidiano. El personaje principal no es, en este caso, un héroe acostumbrado a lidiar con hampones y renegados sino "un ciudadano con una vida tan normal y decente que nadie envidiaría", un hombre de clase media que habita una ciudad tranquila donde nunca sucede nada. Una mañana, cuando se dirige a su mediocre trabajo de oficina, decide comprobar que sus herramientas están en el baúl de su automóvil y, en su lugar, encuentra el cadáver de un diputado corrupto con un disparo en la sien.
Con una lógica incesante –que, hay que decirlo, a veces roza la locura– la novela logra convencernos a cada paso de que la realidad puede ser, con frecuencia, tan inverosímil como la ficción. La narración en segunda persona en la primera y en la última parte del libro es, si no novedosa, por lo menos efectiva y colabora con la dinámica de la historia que se propone contar. A modo de juego y como si todo fuera un mal sueño, el respetuoso "usted" que la voz narrativa dirige al lector nos compromete a imaginar cómo un día normal de nuestras vidas puede convertirse en uno de los peores y más desafortunados.
Y en ese ir y venir entre lo cotidiano y lo inesperado, Teoría del desamparo encuentra el punto de apoyo necesario para intentar una apertura en el camino de la historia, a pesar de que paga el precio con algunos altibajos en la tensión que supo lograr en las primeras páginas. Porque la identidad del muerto gana importancia a medida que nos enteramos de sus actos mafiosos tanto en lo público como en lo privado. Allí habita cierto imaginario argentino que apuntala el realismo de la novela pero, eso sí, limpio de toda cursilería gracias a buenas dosis de humor negro. Se trata, en cualquier caso, del énfasis en la dimensión social habitual en el policial negro, pero que a la sombra de los acontecimientos políticos de los noventa lleva la narración más allá de los límites del género. La política se mezcla con la prostitución, el engaño, el desamparo y el comercio de los cuerpos en un juego de identidades que logra hacer de una historia tan privada como cruel un espejo de un país donde los sucesos más irreales no son imposibles.
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