VOLVIó
Guerrilleros (una salida al mar para Bolivia), de Rubén Mira.
› Por Hugo Salas
Casi desde sus inicios, pero con mayor fuerza en los últimos treinta años, la inestabilidad del mercado y la industria editorial argentina nos condenan a un irritante fenómeno: el de las novelas que, agotadas a poco de su primera edición, no tardan en cobrar un lugar de culto sin que este suceso posibilite una segunda edición. Tratar de entender esa literatura se vuelve así un colorido ejercicio arqueológico que aúna la práctica de adquisiciones inescrupulosas –dignas de Indiana Jones– en parques, puestos y librerías de viejo (aún o sobre todo en ciudades ajenas), con otras más propias de folkloristas del siglo XIX, resignados a conjeturar hipótesis plausibles a partir de mitos orales de dudosa reputación (en tanto consolidan ¡oh, casualidad! la perduración de los brujos de la tribu y su séquito como únicos depositarios de la revelación).
Entre esos textos se contaba y deja de contarse, por fortuna, Guerrilleros (una salida al mar para Bolivia), hasta ahora única novela de Rubén Mira, conocido en estos días por su rol de guionista detrás de La Nelly y emprendimientos diversos. Dos circunstancias la volvían imprescindible o, para retomar la lengua de sus voces protagónicas, urgente: la primera, hija de una atendible desconfianza, que su mito fuera alimentado por indios y eludido por caciques; la segunda, decisiva, que el mismo mito la erigiera como antecedente fundamental de Las Islas, la ficción inaugural de Carlos Gamerro.
A más de veinte años de su escritura y casi quince de su primera edición en Tantalia (fundada por el propio Mira, junto a Aníbal Jarkowsky y Miguel Vitagliano), Guerrilleros... es presa del anacronismo inverso. Su trama caótica, en que insurrectos, narcotraficantes, políticos, terratenientes, empresarios-artistas, la televisión y el Estado se entreveran sin posibilidad de diferenciar fines, medios y en ocasiones ni siquiera retórica, parece ajustarse acabadamente a la América latina de esta primera década del siglo XXI. Escrita hoy, sería un experimento interesante, un buen trabajo de recreación poética de los contenidos de CNN en español. Escrita antes de la debacle no sólo argentina sino de la región entera, del sinceramiento de las relaciones entre el narcotráfico y el poder político, del anterior presidente de Bolivia (que no hablaba español), de Evo Morales y de Chávez, adquiere las dimensiones de un texto nacido de las bodas entre la alucinación narcótica y la profecía, casi como si se tratara de un documento destinado a ratificar la fe del surrealismo en la imaginación.
Carga con el protagonismo de la novela, en su mayor parte, un confuso y confundido foco guerrillero en que se encarna, transpuesta y duplicada, la supervivencia eterna del Che como relato y como imagen. Son adolescentes, sobrevivientes de un experimento que les ha dejado, alojada en el cerebro, una pila. Procuran, como también harán todos los demás personajes, usar la estrategia del contrario a su favor; sobrecargando el circuito neuronal con cocaína, confían en sintonizar las pilas entre sí y a su vez con una máquina, capaz de producir la Unificación de Memoria Individual e implantar en ellos la Matriz del Guerrillero Perfecto.
La máquina es el centro de su aventura y también el principio de construcción de la novela: la Recicladora. En sus páginas, de una línea a la siguiente, todo puede convertirse en otra cosa, todo personaje puede desplazarse o revelarse en un lugar distinto del que estaba sin dejar, por ello, de estar al mismo tiempo interconectados entre sí, fatalidad que vuelve a las acciones tan dramáticas como banales. Lejos de conducir a la liberación, la violencia desatada parece regocijarse en el estancamiento, y a medida que el espacio se hunde, se plaga de túneles, cloacas, pasadizos, todo se vuelve subterráneo (incluso, ironía amarga, la tan ansiada salida al mar).
El mismo régimen mira un voraz despliegue y repliegue de las textualidades más heterogéneas: Burroughs y el cyberpunk, sí, pero también Rulfo, los diarios del Che, Lamborghini/Sade, quizá Fogwill y por qué no, en versión descarada, una parodia de la sentimentalidad masculina labrada por el cine de género, la inconfesable telenovela de la tarde y todo aquello que la pornografía no se permite nombrar: hombres castrados, mujeres traidoras, niñas sexualizadas y hasta una vagina literalmente dentada (por no hablar de los innumerables anos masculinos mancillados, musicales). Nótese que esta reseña no menciona a Aira. Es justo: en Guerrilleros..., detrás de la confusión no hay sólo juego, humor, literatura, la ironía no se ejerce sólo sobre el lenguaje; esta vez, detrás del juego hay rabia, hay amargura, hay una lúcida y anticipada desesperación.
Guerrilleros (una salida al mar para Bolivia)
Editorial Díada, 2007
235 pgs.
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