ENTREVISTA
Una idea primero resistida y luego aceptada por Norman Mailer dio origen a este libro: el escritor entrevistado por su último hijo. Política, literatura y gente testaruda chocan en este testimonio de un hombre apasionado por la realidad.
› Por Mauro Libertella
El gran vacío
Norman y John Buffalo Mailer
Emecé
228 páginas.
La idea del libro fue de John Buffalo Mailer, el noveno y último hijo de Norman. Cuando le sugirió a su padre, de 84 años, armar un libro de diálogos entre los dos, algo así como un puente o un túnel entre el primero y el último Mailer, Norman le dijo que estaba loco, pero que lo iba a pensar. Y la idea de poner en abismo los imaginarios de un padre y un hijo que se llevan cincuenta años, en un ejercicio retórico que podría ser ocioso pero también profundamente revelador, finalmente lo sedujo y terminó diciendo que sí. El resultado es El gran vacío, más de 200 páginas de la más pura prosa norteamericana.
¿Cómo definir a eso que llamamos “prosa norteamericana”? ¿De qué adjetivo abusar para abarcar algo tan desmesurado como la mente de dos generaciones en el país que del legado filial hizo un imperio? En El gran vacío está, transparente, la rabia y la resignación de una generación que creció a la par de la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial. Escritores terrenales, directos, que hicieron de la literatura norteamericana un museo del testimonio. Está también la generación de los años ‘90, despolitizada, vertiginosa y suicida; la generación que llegó cuando luchar era un concepto casi inverosímil porque, como dijo Norman Mailer, “someter a juicio a Saddam Hussein no es lo mismo que luchar contra Hitler”.
Otra cuestión: ¿cuál es, exactamente, la figura de escritor que ha ido armando y esculpiendo el hábil Mailer a lo largo de su vida? Es difícil afirmar que el autor de Los desnudos y los muertos es un escritor comprometido, no tanto por la naturaleza de sus intervenciones puntuales o su actitud hacia los núcleos de poder, sino por el modo en que el concepto se ha ido deshaciendo con el tiempo. Mailer es, eso sí, un apasionado de la realidad. Y quizás una de las enseñanzas radicales que le deje a los escritores que quieran escribir bajo su influjo sea la idea de que la literatura no debe incorporar a la política, pues éstas son dos formas posibles de una misma escritura. Mailer habla de política con la misma irreverencia y testarudez con la que escribe literatura, y lo increíble es que a esta altura es imposible arriesgar qué lo apasiona más. Por lo demás, no tendría sentido: la política, la religión o la literatura son para la generación de narradores de Mailer un imperativo con el que hay que pelear o al que hay que seducir. Mailer parece haber hecho las dos.
Pero volvamos al círculo familiar. John Buffalo es actor y guionista, y en El gran vacío parece haber jugado por un rato, además, el rol imposible de periodista. Al primer halago, sin embargo, el padre lo corta en seco: “Elimina eso. De ahora en adelante, nada de cumplidos. Eres mi hijo, no puedes andar por ahí haciéndome cumplidos”. Pero claro: el modo en que las intervenciones de cada uno se encadenan poco se parece al diálogo. John Buffalo pregunta, ocasionalmente opina, y Norman contesta, se expande, diserta. En ese sentido, y a esta altura de las cosas, El gran vacío es de aquellos libros que empiezan a cerrar el arco biológico de una obra. Uno de esos libros que atan cabos sueltos, que cierran el moño del paquete y le van dando circularidad a la obra de una vida.
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