Domingo, 9 de diciembre de 2007 | Hoy
OCAMPO & MISTRAL
A lo largo de treinta años, dos de las mujeres más destacadas de la cultura latinoamericana –Gabriela Mistral y Victoria Ocampo– intercambiaron cartas que le dieron forma y contenido a una singular amistad.
Por Leonor Silvestri
Esta América nuestra
Correspondencia 1926-1956 de Gabriela Mistral y Victoria Ocampo
El cuenco de plata
350 páginas.
Es muy difícil imaginar dos escritoras más disímiles en formación y hábitos que Victoria Ocampo y Gabriela Mistral, pero unidas por una profunda admiración mutua que devino amistad, mantuvieron un intercambio epistolar por treinta años. Sin embargo, fueron estas mujeres, independientes de todo varón, y del más alto perfil de exposición pública, dos de las más influyentes intelectuales en Latinoamérica durante el siglo XX: Mistral, Premio Nobel de Literatura y una carrera diplomática como cónsul en Europa y América hasta su muerte, y Ocampo, quien reuniera gran parte de la mejor literatura de su tiempo en traducción para su país y luchó por los derechos civiles de las mujeres, aunque todavía hoy se dude de su valor (como escribió Mistral: “No queremos a Victoria porque no queremos su clase social, pero leemos todos los libros que salen de sus prensas”). Y sin embargo, a pesar de la actitud pro obrero e indígena de Mistral, fue una escritora mucho más institucionalizada que Ocampo, en un continente que supo ser rico.
El intercambio epistolar se inicia en 1926, pero recién en 1934 lograron reunirse en persona, y luego sólo concretaron seis encuentros en toda su vida. El libro compila y divide ochenta y seis cartas de Mistral, y treinta y nueve de Ocampo en tres secciones (1926 a 1939; 1940 a 1952; 1953 a 1956). Cada período marca un estilo y una manera personal de intercambiar, especialmente por parte de Gabriela, dado por su modo singular e irrepetible de vivir y expresar la lengua española. En la primera parte del epistolario, sin textos de Ocampo conservados, Mistral, voz embajadora de la literatura americanista, le reclama “una presencia lo más cabal posible dentro del movimiento americano”. Y Ocampo, finalmente, se quedó, incluso sufriendo persecución política (“¿Cuántas veces me dijiste que yo tenía que quedarme aquí. Que éste era mi lugar. Pues me he quedado, Gabriela, y éstos son los resultados”). De hecho, Mistral fue una de las encargadas de llevar adelante su defensa con denodados esfuerzos por no enfurecer a Perón, invocando el argumento de “error judicial” cuando Ocampo fue puesta en prisión (a través de un texto que también forma parte de este libro).
Es a partir del segundo y tercer período que ambas mujeres se vuelven amigas. Ocampo, cuyos intercambios son manifiestamente más breves, muchas veces sólo logra expresar sentimientos a través de la mención de la literatura. En cuanto a Mistral, la carta donde relata con desgarramiento el suicidio del sobrino favorito, Yin Yin, con una mezcla de desvaríos y ficción, de acuerdo con sus biógrafos, es el clímax poético de su epistolario. El libro también encuadra la voz de Victoria y su relación con la poeta chilena a través de un apartado de escritos que vienen a reponer las cartas perdidas. Asimismo, la edición cuenta con una muy buena introducción en manos de las especialistas en el tema Elizabeth Horan y Doris Meyer, un excelente trabajo filológico y un fuerte caudal de eruditas notas que no debe pasar desapercibido para quien sepa reconocer que compilar es mucho más que apilar textos.
Las cartas entre Ocampo y Mistral son la expresión de una sincera y sentida amistad iniciada y sostenida por el respeto. Tal como lo afirmó Ocampo a propósito de sus cartas con Mistral, “comunicarse por escrito una persona con otra. Atenderse y amarse recíprocamente: ésta es la definición que da el diccionario de la palabra corresponder. Cartearse es eso o no es nada”.
Esta correspondencia sabe registrar muchos de los hechos del mundo literario, político y cultural más relevantes de la época a través de la visión personal y la prosa particularísima de sus protagonistas fundamentales.
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