GOPEGUI
Una novela coral en busca de reproducir la agenda social de la micropolítica.
› Por Luciano Piazza
El padre de Blancanieves
Belén Gopegui
Anagrama
352 páginas.
Susana cuenta que su madre, una profesora de instituto, se quejó al supermercado porque el pedido no había llegado a tiempo. Y esa queja tuvo como consecuencia que despidieran al repartidor ecuatoriano involucrado en el problema. El repartidor se presentó al día siguiente en la casa de Susana y le advirtió a la madre que la seguiría hasta que resolviera el problema que ella le había generado. Manuela, la madre de Susana, es licenciada en Filosofía, enseña en un secundario y tiene una vida muy convencional. Ante esta posible amenaza, contraataca advirtiéndole que va a llamar a la policía. El ecuatoriano redobla la apuesta haciéndole saber que en caso de que él no pueda estar presente le enviaría cartas junto con su mujer y sus hijos para que le recordaran su responsabilidad.
La anécdota del repartidor ecuatoriano podría haber sido un hecho disparador de un capítulo de Seinfeld o de cualquier sitcom que copiara la apuesta de una trama extraordinaria montada sobre un hecho cotidiano y casi irrelevante. Nada más alejado de los objetivos de Belén Gopegui que la situación se resuelva con los lugares comunes del humor de clase. Esa anécdota trivial es aquí el punto de partida para la entrada a la reflexión cotidiana de clase. Desde la intimidad de los miedos y fantasías cotidianas de diez personajes típicos de la clase media con conciencia política hasta la reflexión de la voz de una asamblea, quien elabora la plausibilidad de una revolución en estos tiempos. Ese es el movimiento que desarrolla en toda la novela: la transición que ocurre de una reflexión íntima y particular, en el intento de hacerla parte de una reflexión histórica. Esta es su apuesta en El padre de Blancanieves, una obra coral a partir del ensamble de voces solitarias cuya reflexión, al superponerse con el resto, no podrán dejar de escucharse como políticas.
Gopegui hace una presentación sintética y efectiva de los diez personajes que armarán las voces del relato. Ante la primera aparición de cada uno de ellos se describe una ficha personal, como si los estuviesen presentando en el reality: edad, altura, voz, trabajo, ingresos, algunas costumbres en particular, y si milita o no. Una intención clara de comprender las cuestiones más básicas en la vida de los personajes es la que se entiende a la luz del epígrafe de César Luis Menotti: “El jugador de fútbol debe entender esto, que es básico para su vida: para qué juega y para quién juega. Es lo que debe preguntarse y responderse”.
El acento puesto en la micropolítica diferencia en el tratamiento sobre la reflexión política que Gopegui realiza en su anterior novela, cuyo referente político eran muy concreto. En El lado frío de la almohada trataba sobre un diplomático estadounidense destinado en Madrid e intermediario en un trato con agentes de la seguridad del Estado de Cuba. Así también en su primera incursión en el teatro en el 2005 con Coloquio, sobre los cinco cubanos presos en Estados Unidos por luchar contra el terrorismo. En El padre de Blancanieves la trama queda a la vista, a medida que se van superponiendo, uniendo y separando las diferentes voces que componen la novela. El mínimo mundo de cada uno de ellos está contado a través de los detalles en los que se termina de conocer a alguien, un entramado compuesto por miedos, fantasías, costumbres, desilusiones, esperanzas y mínimas reflexiones políticas sobre lo cotidiano. Hace diez años que escuchamos repetir “todo es política, pero toda política es a la vez macropolítica y micropolítica”. La mirada hacia la intimidad de la clase media hace foco en los conflictos y contradicciones de clase. A medida que se desarrollan los conflictos de un personaje junto con los de otro que aparenta no tener conexión, esos conflictos superan la intimidad y alcanzan un envergadura mayor. El pliegue entre la trama general y la trama individual es la marca de la complejidad del proyecto: un conjunto de historias mínimas deben funcionar por sí mismas y también deben responder a una estructura mayor. Formalmente no significa ninguna novedad tras décadas de fragmentarismo, aunque sí es novedad que ese proyecto salga bien.
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