KILITO
Un escritor marroquí plasma un libro de enorme belleza a partir del tema de las imágenes prohibidas.
› Por Juan Pablo Bertazza
La controversia de las imágenes
Abdelfattah Kilito
Losada
126 páginas.
Por estos días, el Museo Municipal de La Haya ha rechazado la exposición de una serie de fotos de la artista iraní Sooreh Hera que mostraban al profeta Mahoma y su yerno Alí en versión homosexual. Aparentemente, las autoridades del museo querían evitar que volviera a suceder lo de septiembre del año pasado, cuando buena parte del mundo islámico puso el grito en el cielo al publicarse en el periódico danés Jyllands-Posten –y luego en muchos otros diarios europeos– doce caricaturas en las cuales Mahoma aparecía, en el mejor de los casos, vistiendo un turbante con forma de bomba. En fin, si en nuestra cultura las imágenes y lo prohibido tienen algún que otro affaire, en el mundo musulmán ese vínculo es prácticamente orgiástico. Abdelfattah Kilito –un buen escritor marroquí que, además de tener para nosotros un nombre chistoso, escribe tanto en árabe como en francés y se desempeña como profesor de Letras en Rabat– saca de esta problemática, si cabe el reduccionismo, su lado más literario y poético en detrimento de lo político y lo religioso.
Es que más allá de lo sagrado, la prescindencia de las imágenes era una constante en los antiguos árabes y dejaba sin rostro no sólo al Profeta sino también, por caso, a Averroes, a tal punto que Kilito ofrece en su prólogo una atractiva hipótesis: “Una cultura que proscribe la imagen o la desdeña, ¿no está destinada a producir una literatura particular, con una prosa rimada y rítmica, juegos verbales y técnicas caligráficas que traten de visualizar el texto, de figurarlo?”.
Ya entrado el mundo árabe en la modernidad –y con ella en el mundo de la imagen–, tenemos los márgenes entre los cuales se mueven estos trece breves y bellísimos relatos, que tienen en común justamente la transición, el momento en que –valga el juego de palabras– la fuerza de las imágenes se iba revelando poco a poco. Así, lo que pone en foco este libro son los dilemas de un rigurosisísimo y envejecido Maestro que para visitar en vida los Lugares Santos y ver la tumba del Profeta necesita un pasaporte “y por lo tanto –horror supremo– una fotografía”; como así también los dilemas del joven Abdallah –claro alter ego del autor–, cuyo comic le genera tanto placer como culpa dado el recelo de sus padres que, dicho sea de paso, tampoco logran sustraerse a la fuerza de la imagen de un hombre lanzando un indio al agua. En el cuento “La imagen del profeta”, un caleidoscopio genera el delirio incontrolable de un grupo de chicos que visualizarán, como consecuencia, una mal ocultada imagen en un versículo del Corán: “El Misericordioso sentado en el trono”.
Por último, y paradójicamente, el mayor contacto que tienen los personajes de estos cuentos con las imágenes es a través de la palabra; ya sea la metonimia –un loco enamorado que besa la casa de su amada–, la sinécdoque –los espectadores del cine entienden el significado de que la película termine con el héroe desatándole el pañuelo a la protagonista– y hasta un verso fuertemente condensador de Mallarmé: “Era el día bendito de tu primer beso”.
Por su exquisitez y brevedad, La controversia de las imágenes constituye –dicho en términos gastronómicos– una especie de shawarma literario.
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