NOTA DE TAPA
Perón vuelve. O nunca se fue del todo. O siempre está volviendo. Para Horacio González, autor del voluminoso y heterodoxo Perón, reflejos de una vida (Colihue), hoy se está pensando intensamente al peronismo desde el gobierno, desde la pintura y el cine argentinos y, desde luego, desde el ensayo nacional. Entre el dilema no resuelto y la necesidad de pensar el peronismo rompiendo imágenes congeladas, entre la (¿imposible?) biografía intelectual y el más estricto análisis de discurso político, González presenta el resultado de años de apuntes, lecturas y notas a pie de página.
› Por Gabriel D. Lerman
La cita es en Defensa y Brasil, en una de las esquinas del Parque Lezama. Horacio González está parado en la esquina y lee el diario. Pese a que es un parroquiano más, esta vez prefiere no entrar al Británico. Ha trajinado mañanas, tardes y noches allí, y seguramente lo seguirá haciendo. Ha incluso dado clases en esas mesas. Muchos alumnos cuentan que los ha reunido para cerrar cursos, para brindar clases especiales, más de un amigo o cofrade ha compartido un café, una copa, en el viejo y ya no tanto Británico. Pero la otra vez hubo un entredicho con David Viñas, porque éste quería fumar y no lo dejaron, y la cosa se fastidió un poco.
Cruzamos la calle. Es de mañana y, si no fuera que el hombre que lee el diario es el director de la Biblioteca Nacional, uno podría pensar que asiste a la rutina más simple y casi fisiológica de un intelectual solitario que ha parido un libro y se enfrenta a su difusión: salir del estudio, ganar la calle, dialogar sobre el tema tranquilo, espontáneo, bien dispuesto.
González nunca deja de pensar. Con él, la posibilidad de esgrimir preguntas en solicitud de respuestas es un juego feliz, no convencional. Acaso no se espere, en este caso, algo así como novedades. González otra vez sobre Perón y el peronismo. Pero a poco de andar, y enfocado el punto desde un encuadre a media distancia, puede verse que González no está solo ni su tema discurre por algún lateral inexpresivo, disparatado u obvio. González se sabe parte de un tiempo en que sucede una revisión particular del peronismo, donde los interpelados no son cualquiera ni los que están escribiendo aparecen allí graciosamente. Surgen los nombres de José Pablo Feinmann y Nicolás Casullo, con quienes podría integrar una tríada específica. A él, que es el único de los tres que ha devenido funcionario, no le pesa su cargo ni presume de éste en busca de un volumen o amplificación extra. De todas formas, aunque él no quiera, habrá que pensar lo interesante que resulta leer y escuchar a un tipo libre, abierto, que ya integra una lista junto a Groussac y Borges, y que será recordado como el director de la BN durante el kirchnerismo. Habrá que pensar, porque no será poco que Horacio González esté donde ahora está. Porque su discurrir, su pensar que no cesa, es un pensar que tiene cruces con Feinmann y Casullo en lo que respecta a una interpelación concreta y a un estilo heterodoxo: ellos se han hecho cargo de un hilo en la memoria, del esbozo de un legado, del examen de un fracaso (o de un intento), pero en términos de telar, es decir, como zurcidos donde lo que no pudo ser dicho ahora encuentra pequeños sentidos, donde los despojos piden una luz, un aire, un resquicio para explicarse, donde la ignominia pide palabras. Y están nuevamente jugados. Porque durante estos últimos años se han reescrito varias líneas, zonas, y sobre todo se ha buscado encontrar motivos, pliegues y causas, allí donde la dictadura y la transición democrática habían puesto primero horror y luego sospecha. Entre la izquierda peronista, entre lo democrático y popular versionado tras la masacre y la caída del Muro, entre Cooke y el PJ, entre lo imposible, lo poco y lo deseable, González se suma al trío, esta vez con una biografía intelectual de Juan Domingo Perón, el líder.
¿Cómo pensó y escribió este libro?
–Lo escribí por etapas, etapas nocturnas, y a lo largo de mucho tiempo. Reutilicé cosas, usé el derecho de la escritura y la autocrítica como parte de lo que uno escribió antes. Sería fácil la idea de palimpsesto. O una palabra que alguna vez escuché: patchwork. Lo cierto es que no tiene ese aspecto porque le agregué muchas notas a pie de página, usé mucho pie de página. Creo que va a desaparecer eso.
¿El pie de página?
–Sí, con las nuevas formas de escribir que permite la computadora, el pie de página es más que en sí mismo. La computadora lo resuelve fácilmente con el hipertexto y lo articula. El pie de página es muy desarticulado, expande el libro hacia otros temas que no son fácilmente articulables, de modo tal que el libro tiene el modelo, una estructura de libro antiguo: es una respuesta a los modos de escritura que permite la computadora. Un poco para ponerlo a la altura de las tecnologías del signo de la escritura que había en la época del peronismo. Desde ese punto de vista hice algo parecido a lo de Daniel Santoro, pero en el espacio, en la superficie, de la escritura. Un uso ingenuo que permitiera capturar lo terrible.
¿Este libro es un evangelio?
–No, es un estudio sobre el evangelio, sobre las formas de escritura evangélica, que el peronismo utiliza mucho. El libro es un estudio sobre las formas de desarrollar un texto, es un estudio sobre la historia del texto en la Argentina, pero una historia encubierta. Sería una historia de cómo se escribe en la época del libro previa a la era digital, con la cual probablemente no hubiera existido un peronismo. Perón es un observador, Perón fue un observador siempre, en realidad así como fue a observar la guerra a Europa, una categoría del espacio militar: el observador, y periodístico también. Y Perón es un observador del desarrollo tecnológico, del cual extrae muchos frutos, un apasionado de las tecnologías de la difusión. En los apuntes, uno de sus libros –todos sus libros son de apuntes–, La guerra franco-prusiana (al igual que Marx escribe sobre la guerra franco–prusiana), critica al mariscal Fox por no tener una perspectiva sobre las tecnologías. A eso atribuye la pérdida de la guerra por parte de Francia, porque los conductores militares franceses tenían menos propensión al uso de las nuevas tecnologías si se los comparara con el ejército de Bismarck. Esa observación está muy presente siempre en Perón, sobre todo en la cuestión de la radio. Perón dio unas conferencias en el año 1950 que es el intento de fijar su texto, lo que llamó “conducción política” y todo eso. Ahí señala el mal uso de la radio que hacían los opositores, entonces se atribuye una ventaja definitiva en el uso de la radio, entendida como un lugar desde donde salía el modo de la palabra política. Al revés de sus opositores, que tenían una idea de palabra política previa a la radio e iban a la radio sólo para expandirla. El piensa que esa palabra surge de tecnologías, que muy fácilmente asocian a la vida militar, como la radio. Lo cierto es que él piensa eso de sí mismo y se sitúa dentro del debate sobre la radio, que es un debate que de algún modo cesa con la televisión, pero que la televisión hereda después. Hay que acordarse de los trabajos de Oscar Landi y demás respecto del estudio de cómo el uso de la televisión y la idea misma y el concepto de televisión transmutan toda la idea política de los años ’80. Perón ronda todos esos temas y sin saberlo también coincide con Carlos Astrada, que ya muy tempranamente, en los años ’20 había, festejado la aparición de la radio, con un argumento de tipo helénico, un argumento basado en la idea del orador clásico, que Perón tampoco hubiera desdeñado. Quise estudiar, o más que estudiar, quise presentar un tema sobre este punto, que me parece que es un tema que hubiera presentado un profesor de Ciencias de la Comunicación, pero como yo no lo soy, y tampoco estoy como profesor ahí, me parece que le agregué la idea de la angustia de la memoria personal respecto del tema del peronismo. Ese es el agregado que hice. O sea no lo escribí como estudioso, como investigador, ni como profesor, ni como aficionado, ni como peronista, lo escribí como alguien que atravesó esos textos, y atravesar un texto siempre genera una angustia, siempre que los atravesás estás afuera y adentro de esos textos, y el peronismo fue una maraña de textos de distintos niveles y significación, y hasta aún hoy lo es.
¿Estamos todavía en la “época del peronismo”?
–Coincido por comodidad en que seguimos de algún modo ligados a pensar que es la época del peronismo, un mundo que permanece a pesar de los grandes cortes que hubo en la historia argentina, sobre todo el corte mayúsculo del Estado interviniendo tan cruelmente en la vida de las personas. Con la desaparición de esa imagen, marca un corte enorme. Por eso estamos en la época del peronismo muy debilitada, porque hay que pensarlo también a la luz del comportamiento del Estado en términos de las hipótesis de guerra sobre los opositores, y en ese sentido el peronismo llegó a los umbrales de esa decisión militar en los ’70, y en ese conjunto o en sus máximas expresiones, no llegó con una expresión clara. Porque ciertos sectores del peronismo fueron dubitativos respecto de ese uso terrorista del Estado y otros fueron las víctimas. Entonces esto escinde muy claramente la historia del peronismo y recibe el fallecimiento de Perón, la muerte de Perón, como un cese de ese debate sobre la propia figura de Perón en términos de problema, de cesura fundamental de la historia argentina. Por eso Perón aparece en los umbrales de la decisión del “Estado clandestino”, y eso hace muy compleja cualquier biografía de Perón. Por eso casi es imposible escribir una biografía de Perón hoy. Acudí a la idea de la imposibilidad de una biografía, pero al mismo tiempo usé mucho la biografía edulcorada de Perón, como la de Enrique Pavón Pereyra. Una biografía del destino, una biografía escrita desde el Estado, con prosa estatal, con la mirada de alguien que cumple su destino para disolverse en el Estado. Por eso esa biografía de Pavón Pereyra es en general desdeñada desde la academia, aunque tiene testimonios que después nadie más puede recoger porque son los testimonios de la camada militar de Perón, sus amigos, la cátedra de Fortificaciones de donde era ayudante, cuyo titular era un mariscal zarista que estaba exilado en la Argentina. ¿Quién dice esas cosas? Es un pequeño dato interesante, ésos eran contemporáneos a Pavón Pereyra, eran personas con las que él habló. Eso ya no lo encontrás en Tomás Eloy Martínez, en Joseph Page. Por ahí en Galasso, porque Galasso leyó todas las demás biografías. Hacer la biografía de Perón es un tema fuerte en Argentina, creería estar frente al mismo dilema que se les presenta a los biógrafos de Rosas cincuenta años después de la muerte de Rosas. En Quesada, en Ramos Mejía, en Saldías, en Ibarguren. Nacionalistas o liberales tienen la misma dificultad para encargarse de Rosas. Y todo termina en un Rosas de los años cuarenta, o sea un Rosas que el nacionalismo ve como apropiado en cuanto a que se presenta como una figura que detiene la insurgencia, la insurgencia moderna. Con Perón nadie puede hacer eso, y al mismo tiempo nadie puede resolver el enigma del tiempo anterior a su muerte, el tiempo inmediatamente anterior. ¿Qué pensó efectivamente sobre el Estado que sobrevendría? De ahí que aparecen posiciones como las de Bonasso, en su libro sobre Cámpora, o las posiciones más ortodoxas que ven un Perón inmodificable desde el punto de vista de su ética, en las inmediaciones del Estado que organiza los campos de concentración. Ese es un dilema irresuelto o cuya resolución exige cuidados que la política o la historiografía argentina no tienen en este momento.
¿Por qué las reminiscencias al evangelio?
–Perón tiene un lenguaje evangélico. El peronismo está totalmente vinculado a ese lenguaje. La razón de mi vida es un texto formidable en el mecanismo de su escritura y llega hoy a la obra de Santoro, que evidentemente intenta interrogar ese lenguaje evangélico desde una situación artística que apela al arte contemporáneo: la regularización del kitsch. Santoro hace una de las reflexiones más importantes que se lleva a cabo hoy sobre el peronismo. Y no proviene de las izquierdas del peronismo precisamente. Pero actúa como si fuera la vieja izquierda del peronismo que está pensando todos los emblemas congelados del peronismo y los deshace hacia una zona de jacobinismo dantesco. De una manera u otra el peronismo está siendo pensado: está siendo pensado por el gobierno, por la pintura argentina, por el cine y por el ensayo.
¿Perón es un desautorizador crónico? Hay como una línea de desautorizados emblemáticos, como Cipriano Reyes, Cooke y Montoneros. Evangelistas expulsados o desautorizados.
–Sí, la desautorización en Perón, la idea de que hay herejes de la doctrina, tema que usa con mucho cuidado y que es cuidadoso en la desautorización o deja que actúe mucho el silencio. En realidad es una persona que fue el primer alumno de su idea de cómo tratar las contradicciones: en primer lugar, con un pesado manto de silencio, que da lugar al esfuerzo interpretativo del interpretador más que nada, la idea de bendecir a todos, de escuchar todo. Sólo en el extremo de la situación Perón da un dictamen de excomunión. Por eso todo el momento anterior a ése es precedido de un vastísimo silencio que fue corto con Cipriano Reyes, porque Cipriano Reyes efectivamente le molestaba. Cipriano Reyes disputaba sobre quién había hecho el 17 de Octubre, una disputa que para Perón era inaceptable. Demora más en la resolución sobre Montoneros, demora un tiempo asombroso. En realidad no podía estar de acuerdo. Creo que Montoneros hace una fortísima interpelación de la conciencia de Perón y Perón demora un tiempo enorme para revisar pliegues íntimos y la resolución que obtiene de todo eso era, si se quiere, la más trivial. Después de un gran silencio sólo puntuado por pequeñas observaciones enigmáticas, define una exterioridad total y ese silencio nacía para anunciar que iba a declarar la exterioridad total del grupo Montoneros. Con Cooke creo que tiene una relación filial que nunca se agotó del todo. La interrogación que hace Cooke en la historia ideológica de Perón incluye temas que a Perón le interesan: la formación de las izquierdas, el marxismo, la Revolución Rusa, la correspondencia está llena ejemplificaciones sobre Nicolás II, Trotsky. Perón acepta esas ejemplificaciones porque se ve a la altura de ellos. Yo creo que con Cooke nunca canceló el interés. Eso deja, de algún modo, un pequeño madero del cual hoy cualquiera podría agarrarse para tener una visión más matizada de la relación de Perón con las izquierdas.
En el libro hay una crítica muy directa a Tulio Halperín Donghi.
–En el libro lo que hago es no tratarlo bien a Halperín, porque me parece que no tratarlo bien es una forma de discutir con él. Admito su enorme papel de historiador en la Argentina, pero lo que hace también es un poco como son todos los Halperín: el concepto fundamental de Halperín como historiador es estilizar. ¿Qué es estilizar? Estilizar es poner una especie de a priori –casi siempre caprichoso– sobre una materia tumultosa de la historia. Y cuando él estiliza construye los mismos blasones paródicos que puede construir Santoro, desde afuera del peronismo también. En ese sentido, estudiar al peronismo es estudiar a Halperín, no es que Halperín estudia el peronismo. Estudiar al peronismo hoy es estudiar a Halperín Donghi como uno de los vástagos, a pesar de que momentáneamente puede dedicarse al siglo XIX o puede dedicarse a la historia del tráfico de mulas en el siglo XVIII en el Alto Perú. En realidad es también alguien que está producido por esta trama de los lugares vacíos en la interpretación peronista. Al final eso es lo que quise hacer, por eso utilicé muchas notas a pie de página, utilicé también la forma evasiva de escribir un libro que es decir lo fundamental en las notas a pie de página y demás. O en los lugares más inesperados del libro, donde ya no se espera nada. Por qué si no... ¿por qué escribir un libro de 500 páginas? Para reservarte dos o tres páginas donde se puedan decir las cosas, o de lo contrario habría que tener la habilidad de escribir todo en 20 páginas, lo cual es muy difícil.
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