Dom 10.02.2008
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LECTURAS & VERANO > LIBROS PARA TENER EN CUENTA EN VACACIONES

Bien de abajo

› Por Mariana Enriquez

Hay publicidades que pueden resultar contraproducentes, incluso cuando se hacen con las mejores intenciones, y quizá también con justicia. Hace apenas seis meses, Barry Cunningham, el editor que descubrió a J. K. Rowling –el que contrató Harry Potter para Bloomsbury después de que fuera rebotado en otras editoriales–, anunció que acababa de encontrar el nuevo fenómeno de la literatura juvenil: The Highfield Mole, un libro escrito por dos autores, Roderick Gordon y Brian Williams, que había sido publicado en forma independiente durante 2005, con una tirada de apenas 2500 ejemplares. A pesar de la precariedad de la edición, financiada por la venta de la casa de Gordon, The Highfield Mole –ilustrado por el otro autor, Williams– consiguió un boca a boca notable y esa primera tirada se agotó en pocos días. El rumor de este pequeño fenómeno underground llegó a oídos de Cunningham, que se hizo de un ejemplar, se fascinó y decidió volverlo a publicar en edición lujosa, con traducción vendida a veinte idiomas, un anticipo para los autores de medio millón de libras y un nuevo título más amable: Túneles. La versión en castellano acaba de llegar a la Argentina.

Lo primero que sucedió, claro está, fue la inevitable comparación con el megaéxito del niño mago. Así como es imposible predecir qué libro se convertirá en un fenómeno de masas semejante, es injusta cualquier comparación con Harry Potter, cuya importancia cultural excede largamente la literatura e incluso el consumo de entretenimiento. Túneles es otra cosa, y como tal tiene que ser recibida. Y resulta que, además, es un libro muy bueno, original y bastante más oscuro de lo esperable cuando se piensa que el “target” sugerido por la editorial Chicken House es el de niños de 7 a 11 años.

La trama, además, no tiene nada que ver con Harry o la magia. El protagonista de Túneles es Will Burrows, un chico de once años albino que comparte una extraña afición con su excéntrico padre: cavar túneles en los terrenos baldíos de Londres (el libro transcurre en un barrio ficticio llamado Highfield). El señor Burrows es un arqueólogo frustrado que trabaja como conservador de un museo que, más que antigüedades, exhibe cosas viejas. Pero los túneles amateurs que lo llevan a asentamientos romanos o estaciones de subterráneo clausuradas le dan cierta alegría a su por demás monótona existencia.

Todo cambia repentinamente cuando llega a sus manos una extraña bola luminosa, que no parece estar compuesta por ningún elemento químico conocido. Más tarde, encuentra un extraño pasadizo bajo la casa de una conocida, al mismo tiempo que varios hombres pálidos vestidos de negro empiezan a acecharlo. Al mismo tiempo, Will y su mejor amigo Chester (un grandote del que todos se burlan –los protagonistas no son chicos populares–) hallan una suerte de capilla subterránea. Los acontecimientos se atropellan: el señor Burrows desaparece, su hijo va a buscarlo; y entonces el joven arqueólogo, una especie de Indiana Jones dark, encuentra un mundo bajo tierra en el que Gordon y Williams derrochan imaginación, algo de crueldad y arrancan una saga que puede transformarse en otra deliciosa adicción. La segunda parte ya está escrita y se editará a mediados de este año. El dato vale para todos los que se adentren en Túneles, porque el final abierto los dejará clamando por más.

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