PAUL GADENNE
Paul Gadenne (1907-1956) ha sido un tesoro clásico y oculto de la literatura francesa. Sus relatos –escritos, como el resto de su obra, entre internaciones en un hospital para tuberculosos– empiezan a desenterrar su obra y su figura para los lectores argentinos.
› Por Mauro Libertella
Escenas en el castillo.
Relatos completos
Paul Gadenne
El cuenco de plata
237 páginas
Años 40. Eran los tiempos en los que la era del jazz sólo sobrevivía como un eco imposible, la caída de la bolsa y el ascenso del antisemitismo habían derrumbado más de un sueño dorado y los mapas de la literatura, como sucede cada tanto, se rediseñaban intrépidamente. La década se abría con cinco premios Nobel no concedidos por estado de guerra, y se cerraba con el galardón a William Faulkner, que marcaba el punto en el que la generación perdida era absorbida por el sistema y la generación beat se abría paso a los empujones. En nuestras costas, Borges perpetraba los relatos de sus dos libros más memorables. La literatura francesa, por su parte, jugaba a armar su propio imaginario. En 1943 se publicaba El ser y la nada, y Sartre pasaba a ser un faro cuya luz a muchos ha cegado. En las páginas de las historias literarias empezaban a aparecer nombres tajantes, de esos que marcan un antes y un después: Albert Camus, Roland Barthes, Marguerite Duras. En ese cielo de estrellas maduras, muchos nombres, desde luego, se han eclipsado. Uno de ellos es el de Paul Gadenne, que por esos años estaba componiendo el nervio de su obra, en los resquicios que le dejaban las agotadoras entradas y salidas de un sanatorio para tuberculosos.
Para un tipo que vivió sólo 49 años y que, en ese lapso, pasó más tiempo eludiendo los zarpazos de una enfermedad mortal que dedicándose a la escritura, siete novelas, un puñado de cuentos y algunos ensayos puede considerarse una producción copiosa. Y sin embargo, en lo que respecta a la popularidad y la incidencia en el futuro de la literatura, algo del orden del olvido sucedió. Si los escritos de Gadenne adolecieran de calidad literaria, bueno, la cuestión quedaría acaso explicada. Pero no es el caso. Los relatos de Gadenne evidencian una delicada percepción, escritos con una prosa clásica y profunda, con un pie en el glorioso siglo XIX francés y con el otro en el no menos glorioso siglo XX. Catorce son los relatos cortos que escribió Gadenne, y algunos de ellos –por qué no– se pueden pensar hoy como perlas encontradas. Destellos de una literatura personalísima cultivada en libros prolijamente olvidados.
En cuanto a las lecturas –esquivas, aisladas– que se han hecho de la obra de Gadenne, poco sabemos. Podemos conjeturar, sin arriesgarnos mucho, que la bibliografía no abunda. Silvio Mattoni, traductor de Escenas del castillo, apunta el hecho de que “recién en los ‘80 se empiezan a reeditar sus relatos breves y las novelas, y actualmente se están editando sus cuadernos de notas, sus artículos y sus ensayos, e incluso sus proyectos de obras inconclusas”. Esto habla, si se quiere, de una especie de rescate. Puede ser el tímido deseo de un editor tratando de poner en la superficie algo que considera demasiado hundido, puede ser el producto de una generación de lectores que ve en Gadenne un referente importante o puede ser un timonazo inexplicable de aquellos que a veces da la literatura. Lo cierto es que el deshielo, si es que existe, va a ser lento y no conocerá de grandes esplendores mediáticos. En última instancia, la literatura de Gadenne así lo requiere. Una literatura mestiza, ajena a las modas de la época, de lenta degustación, que ahora llega a nuestras librerías nada menos que con los relatos completos.
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