CRóNICAS
Si decir que los argentinos descendemos de los barcos es un lugar común, no deja de ser rigurosamente cierto. Testimonios de personas públicas de la televisión, el arte y la literatura hablan de sus parentescos en un libro tan original como radicalmente subjetivo.
› Por Natali Schejtman
Nos trajeron los barcos
Julio César Parissi
Sudamericana
313 páginas.
El título nos suena harto familiar y el libro es transparente con lo que suponemos. Se trata de narraciones orales en primera persona de experiencias de inmigración, contadas por la primera generación rioplatense o, incluso, por alguno que conoció semejante trajín. No sólo se trata de hablar del barco mitificado, sino también de los años anteriores, posteriores y, a veces, de mencionar la manera en que cada uno trabaja con una extraña herencia: la de ser hijos o nietos de personas que, muchos de ellos bajo los efectos de un trauma, tardaron años en establecer una relación entrañable con el lugar del que se sienten parte.
Los relatos tienen como protagonistas a los familiares cercanos de algunos personajes conocidos. Por ejemplo, Enrique Pinti, Jorge Coscia, Juan Sasturain, Teté Coustarot y Esteban Pogany, entre muchos otros, dan detalles, reconstruyen o montan escenas inciertas que recuerdan de primera fuente, que escucharon vagamente o que deciden suponer ciertas. De este modo, las conjeturas y emociones propias conviven con los documentos emitidos por las entidades migratorias y las imágenes muchas veces alejadas y débiles que algunos de estos relatores guardan de sus propios padres o abuelos.
Pero cada uno elige en dónde focalizar. El futbolista Enrique Hrabina le presta atención al club checoslovaco de Villa Devoto donde vivió los primeros años y recuerda las reuniones de esa comunidad –bastante cerrada– con goulash, chucrut y costillitas de cerdo. La artista plástica Aniko Szabò, nacida en Baviera del Este, de desliza por los recovecos fascinantes de su familia: antes de conocer a su padre, su madre llegó a ser actriz de Hollywood, pero tuvo que volver a Europa al desatarse la Segunda Guerra Mundial, ya que debía estar con su familia. Así pudo conocer al padre y juntos tuvieron que huir, años después, en el primer vagón del último tren de la Cruz Roja de Hungría a Alemania, antes del cierre de las fronteras y de que los últimos tres vagones del mismo tren fueran bombardeados. El escritor Juan Sasturain habla de sus abuelos en el pueblo pampeano de Lobería y conjetura los inicios del romance. Por el lado materno, menciona otra incomprobable anécdota: se decía que para zafar de la guerra, su abuelo había dejado toda la noche la pierna sobre la nieve, cosa de lograr que se congelara. Si se trata de historias escalofriantes, el futbolista Esteban Pogany cuenta la vida de su padre como si fuera una película de aventuras: las tropas alemanas se lo habían llevado de Hungría hacia el Este, para terminar combatiendo en la batalla de Stalingrado y de esa experiencia, el padre le contó un tipo de muerte usual por piojos que transmitían una enfermedad letal: la única forma de sacárselos era bañándose, entonces algunos de los soldados elegían clavar el hielo y armar una especie de bañadera y meterse ahí, aunque hiciera un frío de ciencia ficción. Muchos morirían de pulmonía.
Larry de Clay, otro de los bizarros narradores de este cuento, habla de la relación entre su pasado de inmigrantes y su gusto por el sainete (atravesado por el ímpetu festivo de los conventillos) y el grotesco (por el drama de la miseria de los inmigrantes después de la década del 30).
Mientras que Sasturain también menciona la problemática política que implica para la Argentina la inmigración –digamos que su aliento oficial comenzó apenas liquidados unos cuantos indígenas en la Campaña al Desierto–, las valoraciones binarias del asunto y da una visión más complejizada; otros elegirán priorizar el pintoresquismo del Hotel de Inmigrantes, los detalles de una época y los recuerdos de sensaciones inefables que brotan luego de traslados tan dramáticos.
Sin olvidarse que el acento está puesto en un mosaico de historias personales y del todo subjetivas, la sumatoria permite conocer una época de vital importancia.
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