TOMEO
El humor puede ser una sana burla de la literatura actual. Y también, una forma del enredo y la parodia sin freno.
› Por Juan Pablo Bertazza
Los amantes de silicona
Javier Tomeo
Anagrama
142 páginas
Podrían distinguirse, grosso modo (y tal vez sin demasiada gracia), dos tipos de humor. Uno emparentado con la búsqueda libre de restricciones que, bajo el riesgo de la libertad, puede conducir a la gloria o al fracaso; y otro frío y calculado, expuesto a condiciones normales de presión y temperatura, que suele estar teledirigido a la crítica social. Cuesta bastante decidir en cuál de estos casilleros se ubica Los amantes de silicona, último libro del prolífico pero bastante poco reconocido español Javier Tomeo, si es que no tiene algo de los dos. Todo empieza con un recurso bastante remanido, pero no por eso menos absurdo: un distribuidor de frutas tropicales recibe en entregas la novela de su supuesto amigo Ramón M., una novela “pornosentimental y además interactiva” según su autor y “una pésima novela de ciencia ficción protagonizada por criaturas imposibles” según su lector. Pese a desagradarle en extremo el libro, por alguna extraña razón no puede negarse a darle su periódica crítica ni tampoco a seguir leyéndolo. Los amantes de silicona es algo así como un bailecito algo caótico entre parejas, dobles cuya individualidad no responde más que a dos o tres gruesos rasgos de conducta. Pero además de estos dos narradores que tienen algo de dobles opuestos (uno representaría al escritor sin restricciones y el otro al crítico promercado), están los personajes de la novela que escribe Ramón M.: los dobles complementarios Lupecia y Basilio –un matrimonio que duerme en habitaciones separadas, atiende una mercería muy grasa y de tan patético, cae simpático–, más Big John y Marilyn, sus respectivos muñecos inflables, siempre al pie del cañón y única fuente de descarga sexual de la pareja. Justamente como la célebre Marilyn de Warhol, Javier Tomeo despliega una historia claramente posmoderna donde todo se muestra en forma serial, y nada es genuino ni auténtico, como esos muñecos inflables modelo Minerva HP-457, capaces no sólo de fornicar una vez por semana sino también de sacar temas de conversación para romper el hielo, citar definiciones de El Banquete de Platón e incluso enamorarse entre ellos. Esa relación entre el vendedor de frutas y Ramón, en esa lógica de folletín no deseado pero adictivo, resulta más atractiva que el delirante ménage à quatre de la novelita. Sin embargo, los momentos en que el absurdo parece no tener riendas constituyen los de mejor salud del libro. Así, están bien insertados los programas de sexo para ancianos, los documentales sobre las costumbres sexuales de los pingüinos, y promociones sobre elongación penenana perfectamente dirigidos “a usted”, que se burlan al mismo tiempo de la ansiedad por la corrección política, la hiperinformación y el voto del televidente que reina en estos días. Pero no sucede lo mismo cuando las analogías entre muñecos inflables última generación y hombres de carne y hueso se vuelven demasiado evidentes. Como una coctelera desorganizada que fusiona ingredientes tan disímiles como Almodóvar y Unamuno, Los amantes de silicona es una novela prótesis que puede resultar atractiva para quienes gusten leer una obra que se toma el trabajo de burlarse de la pobre literatura actual, aunque sin tomar prudente distancia.
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