COOPER
Después de su pentalogía de los años ’90, Dennis Cooper inauguró el nuevo milenio con Un cabo suelto, una novela sobre los hechos que prefiguran una masacre escolar como la de Columbine.
› Por Mariana Enriquez
Un cabo suelto
Dennis Cooper
El Tercer Hombre
143 páginas
Durante los años noventa, Dennis Cooper se dedicó a una pentalogía de novelas que constituye el centro de su obra. La primera, Contacto, se editó a fines de 1989, y la última, Punto, en 2000. El narrador de las cinco novelas solía llamarse Dennis, y llevaba al límite la fascinación del autor por la violencia, el sexo, la muerte y la cultura joven; la pentalogía constituía una repetición obsesiva de las fantasías de Cooper, que solían culminar con el abuso o el asesinato o la mutilación de chicos de un tipo físico muy definido –delgados, lánguidos– que parecían hundidos en un estupor agónico: jóvenes suburbanos, integrantes de una generación hueca, sin entusiasmos, construidos a puro consumo y aburrimiento.
Pero en ninguno de esos cinco libros le había dado voz a esos chicos. Eran más bien objetos, puestos ahí como en una instalación para ser observados y eventualmente disecados. Cooper siempre fue capaz, no obstante, de insuflarles belleza a esos lacónicos chicos, a través de búsquedas de amor y amistad que no podían articular ni verbalizar. Pero la apuesta era ver si podía hacerlos hablar y al mismo tiempo producir literatura. Y lo logra en Un cabo suelto, publicada originalmente en 2001. La novela, corta y seca, se lee como una especie de transmisión de radio que emerge directamente de la cabeza de Larry, un adolescente que se acostó durante años con su hermano menor (de 13) y acaba de matar de un puñetazo a su mejor amigo, Rand, cuando éste lo acusó de abusador, le señaló que lo que hacía estaba mal. Larry está muy confundido; y cuando más se confunde, más errática es la prosa de Cooper, y más surrelistas las escenas, al punto de que es imposible saber si lo que ocurre es una fantasía del chico o la realidad.
Un cabo suelto es una novela sobre la violencia juvenil que se encamina hacia un tiroteo en una secundaria, a la manera de Columbine. Cooper basó el personaje en Kip Kinkel, otro joven pistolero de escuela, sólo que iba a la primaria, y mató a sus padres y compañeros a los 11 años. Ese pre adolescente dañado, se dispersa y contamina a todos los personajes: un chico que quiere ser neonazi, otro que sufrió espantosos abusos en la niñez por una madre que lo “vendía” sexualmente, el hermano Jim que intenta suicidarse con los antidepresivos que le receta un psiquiatra. Todos son tan pasivos que resultan fáciles víctimas de predadores. Aunque, en algunas ocasiones, ellos también son victimarios: los chicos de Un cabo suelto viven en un estado pre-moral. El tono es de un laconismo que enfurece: “Acaba de violar a Tran, y se sube los pantalones. Había empezado violándolo de rodillas, y luego le ha puesto las manos en el pecho fingiendo que eran tetas. Luego me ha mirado enfadado, se ha apoyado en la espalda de Tran y ha susurrado palabrotas”. En una entrevista reciente, Cooper explicaba su fascinación con estos jóvenes abombados, a los que conoció en profundidad cuando trabajaba como cronista en la revista Spin: “En su mundo no hay moral ni política. Los chicos no pueden pensar sobre ningún tema. No saben qué hacer. No tienen idea de lo que sucede en el mundo”. En lugar de despreciarlos, Cooper convierte a esos chicos de suburbio, drogados con pastillas recetadas y llenos de confusa frustración, en su tema; y, de paso, da una opinión terminante sobre el estado de su país, y sobre su escalofriante futuro.
Hay que agregar, ya que hablamos de algo escalofriante, que Un cabo suelto debería ser un libro sencillo de leer por su estilo aunque difícil por sus temas. Pero resulta complicado de decodificar porque se trata de una de las traducciones más penosas jamás editadas, incluso teniendo en cuenta el habitual standard de traducciones penosas. Ni siquiera vale la pena dar ejemplos: es fácil imaginar la combinación de jerga madrileña, errores elementales y desidia. Es una pena que un escritor tan relevante como Dennis Cooper llegue al castellano en este estado calamitoso.
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